Sí, luces y sombras en la esperadísima corrida mixta que cerraba la feria de Cuéllar, y además desde el principio: iluminada la tarde por las largas colas de aficionados delante de las taquillas y en las puertas de entrada, pero ensombrecidas por la nota estampada en la última página del programa de mano a diario confeccionado por la Peña “El Encierro”, espacio tradicionalmente reservado para las fotos de los toros a lidiar, lo cual en esta ocasión habría resultado imposible en sinrazón de los “cambios producidos” a última hora, baile de corrales que pocas veces es para bien.
Además, esa advertencia se cerraba con el aviso de que “su tamaño y pitones poco tienen que ver con los de los festejos pasados”, o sea, con el tamaño y los pitones de los astados de Cebada Gago y Pablo Mayoral, que saltaron al ruedo en puntas. “Mal asunto”, pensé para mí, que conozco y valoro la seriedad de esa Peña.
-Lo del tamaño, no sé –comentó un aficionado en la cola de entrada-, pero lo de los pitones no será por los toros de Ventura, reglamentariamente despuntados.
-Enseguida saldremos de la duda –concluyó otro aficionado.
Bocanegra, el primero de la tarde, con kilos y altote, permitió a Ventura moverse con comodidad, porque no buscaba el encuentro con sus caballos, que son formidables, con uno de pelo bayo, tal vez Pirata (no se anunciaron los nombres) que casi, casi, toreaba solo. Con cuánta facilidad sabe llegar Ventura a los tendidos, cómo trasmite y con qué dominio maneja la situación. Más espectacular que hondo, acabó con el toro con un rejonazo contundente y le cortó las dos orejas. “Pues empezamos bien”, pensé, queriendo ahuyentar los presagios adversos.
Sin embargo, esos presagios empezaron a confirmarse en cuando apareció Temeroso, el primer toro de Diego Urdiales, cuvillo de Manuel Blázquez, anovillado y tal vez no menos despuntado que el toro anterior, animal que empujó en el caballo, metiendo los riñones, pero que luego perdió la manos, perdió las manos, perdió la manos y finalmente se derrumbó, anulando cualquier posibilidad de arrancarle algo más que unos pocos detalles. “Vaya por Dios”, me dije, reconfortado por esas aleluyas esperanzadas a las que siempre nos aferramos los aficionados.
Entonces fue el turno de Jugandero y Emilio de Justo, toro en mi opinión más hecho que el anterior pero también más arreglado, que se paró enseguida. El diestro extremeño robó los pases de uno en uno y desde la periferia, a la defensiva ambos, para administrarle por ultimo una estocada tendida y trasera. “Esto empeora”, reconocí mentalmente, acogiéndome a la esperanza de que los tendidos volverían a vibrar con Ventura.
Y vibraron, claro que vibraron. Con carisma y caballos preparadísimos, el rejoneador lusitano encendió de salida la mecha de las ilusiones con un corcel súper rápido, valiente y elegante que siempre daba la cara al toro. “Es Nazarí”, escuché, nombre pronunciado con admiración. Qué control al tiempo poderoso y suave, qué facilidad y qué subidón cuando el jinete quitó la cabezada a un caballo al parecer lusitano, por él elevado a la categoría de heredero y sucesor del mítico Dólar. Al final, rejonazo algo caído, lo que limitó el premio a una oreja y vuelta al ruedo para el morlaco, posiblemente excesiva. En ese momento reinaban las luces.
Mas las sombras volvieron con Fanguero, el segundo de Urdiales, anovillado y arregladísimo, con la cabeza por arriba, las manos por delante y derrotado, escaso de fuerza, picado con levedad (sangre “ni pa un analis”, decían los clásicos) y toreado por la M-40 “¡El caballo de Ventura cabe por ese hueco!”, exclamó un aficionado. El animal presentaba rasgos contradictorios, con fijeza y reservón, y el diestro riojano lo pasaportó con una estocada de alivio. “Esto lo levanta Emilio de Justo”, me auto animé.
Y levantarlo, lo que se dice levantarlo, vaya si lo levantó. Pero no la apoteosis sino el escándalo, empezando por su picador, que se ensañó con Rosito, el toro mejor presentado de los lidiados a pie, al que arreó leña sin tasa, persiguiéndolo y machacándolo fuera de su jurisdicción. Con razón soliviantado, el presidente le mandó un recadito, supongo que con multa, por medio de la Guardia Civil, mientras el animal, convertido en inválido, era devuelto, siendo sustituido por Palmero, casi cinqueño, ensabanado, botinero y alunarado, ante el que Emilio de Justo se apresuró a echar el cierre tras un macheteo extemporáneo.
Luces, las de Ventura y sus caballos; sombras, las de Urdiales, Emilio de Justo y los toros anovillados que al parecer ellos mismos (sus veedores) habrían escogido. Bueno, así está el patio. En conjunto, se me ha hecho una feria importante. De ahí que para concluir insista en el olé por Cuéllar, la villa de los encierros y la variedad de encastes.