La fama del patrimonio fuera de su lugar de origen puede que la tenga Londres y su Museo Británico pero, también, el neoyorquino The MET Cloisters también carda parte de la lana. Para encontrar la explicación de esta afirmación, es necesario volver al pasado, cuando en la década de los años 50 del pasado siglo y a instancias del régimen franquista que regentaba España, monumentos relativos al rico patrimonio histórico del país se transportaron a Nueva York, para ser expuestos en un “parque temático del medievo”, tal y como relata Beatriz de Frutos, integrante de la Asociación Cultural Amigos de Fuentidueña.
Este “parque” vio la luz, en una de las ‘capitales’ mundiales en el año 1961 y, entre sus muros, guarda el ábside de la Iglesia de San Martín de la segoviana localidad de Fuentidueña, en el extremo norte de la provincia, cerca de las frías aguas del río Duratón, erigida a más de 860 metros sobre el nivel del mar. Esta localidad, en la que el rey Alfonso VIII pasaba dilatados periodos de asueto y a la que eligió para recuperarse tras la Batalla de Las Navas de Tolosa, cuenta o, mejor dicho, contaba con una joya sometida a una “cesión temporal indefinida”, como consta en los archivos de la transacción, del arte románico que entraña, desde su origen, una excepción a la austeridad del estilo arquitectónico dominante durante siglos.
Esta excepción se da puesto que se trata de “una de las pocas con esculturas en el interior, en el presbiterio, una de las cuales, la de San Martín, ‘perdió su cabeza’ y fue encontrada en la casa de un vecino mientras tenía lugar el proceso de desmontaje para su posterior traslado”, en palabras de Luis Cortés, profesor de arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia.
Cortés, de la mano de Álvaro Menéndez, compañero de la universidad y experto en gestión del patrimonio, llevó a cabo un estudio sobre los planos originales del proceso de desmontaje, esos planos con los que tuvieron que bregar los norteamericanos encargados de reconstruir el ábside, tal y como se dispuso en la localidad segoviana antes de ser desmontado, piedra a piedra. Ese proceso lo llevaron a cabo unos pocos vecinos del pueblo y, principalmente, una cuadrilla de confianza de Alejandro Ferran Vázquez, arquitecto encargado del proceso, así como lo era de aquellas intendencias similares que habían de hacerse en la zona que él abarcaba (Galicia, Zamora, Palencia, Cantabria y Asturias).
El proceso de deconstruir el templo, piedra a piedra, losa a losa, recordemos, hace 70 años, se llevó a cabo en menos de medio año, eso sí, con jornadas en las que las operaciones comenzaban “antes del amanecer y terminaban al filo de la puesta del sol”, según Cortés, quien asegura que “trabajaban a destajo para evitar las nevadas de la zona”, declaraciones que traslada de una conversación que mantuvo con uno de los canteros responsables de la obra.
“Los operarios pensaban que viajarían a Nueva York, junto con las piezas -numeradas una a una- que componían el ábside, debido a la complejidad y a las numerosas y minuciosas especificaciones de los planos”, asegura el coautor del libro ‘Patrimonio arquitectónico español en Estados Unidos: El caso de San Martín de Fuentidueña’.
Cabe destacar que, una vez desmontada, el ábside, desmembrada hasta la más mínima unidad de construcción, fue trasladada, en camiones, hasta Bilbao, desde donde partió, a través del Atlántico, hasta Nueva York, allí donde ‘La Voz’ de Sinatra copaba las largas noches de las más que iluminadas calles al ocaso.
Vuelta a su origen
Laura de Frutos, miembro de la Asociación Cultural de Amigos de Fuentidueña, trató de culminar, junto con su compañera Cristina, un regreso del ábside al pueblo donde, a día de hoy, se mantiene intacto el “hueco” dejado por el templo, que hace las veces de cementerio para aquellos naturales de las viviendas de dentro de las murallas ya que “aún se hace la distinción para los de fuera de la muralla, que son enterrados en otra iglesia”.
De Frutos clama que el ábside se encuentra, en Nueva York, “completamente descontextualizado, junto con otras obras que nada tienen que ver con su origen”. Fue por ello por lo que, en 2018, se culminó la idea que se gestaba desde hacía más de cinco años, cuando Laura llegó al pueblo, de crear una fuente de mecenazgo (crowfunding), para recaudar una cantidad de dinero “que permitiera al gobierno estadounidense, quien llegó a enviar al agregado cultural de la Embajada al pueblo, estudiar la opción de un eventual traslado”.
Finalmente, ese traslado no se produjo pero de Frutos sí valora cómo “la gente más joven, quizá, aquellos que en el momento del traslado no tenían que pasar el día a día luchando por subsistir, sí que se volcó más con la iniciativa”. Por último, pese a no encontrarse donde fue erigida en un primer momento, se congratula por el hecho de que sea visitada, cada año, “por más de un millón de personas y que no se encuentre en grandes mansiones privadas, como otras obras históricas que no encontraron la suerte de ser expuestas en uno de los museos más relevantes de la ciudad”.