Lo malo y lo bueno que tiene la música, como el amor, es que a veces te da noches de tormenta y a veces noches de mezcal. A veces estrellas y otras calaveras. Muchas veces tormenta y mezcal y calaveras y estrellas al mismo tiempo. Todo a la vez. La segoviana Rebeca Jiménez lo sabe bien; ya está curtida en noches de esas. Y ayer lo demostró sobre las tablas de un Teatro Juan Bravo de la Diputación al que, con seguridad, a pesar del patio de butacas prácticamente lleno, le faltaron paisanos; y es una pena, porque las ciudades deberían aplaudir el talento que brota en su tierra, para luego no lamentar que sus raíces crezcan lejos hasta dar flores de veinte pétalos, pero ninguno de ellos con acento autóctono.
El caso es que, por pandemia o por endemia, quien le dio ayer tormenta y calaveras a Rebeca Jiménez se perdió una noche llena de mezcal y estrellas que empezó con un ‘Te queda mi amor’ lleno de sinceridad y sentimiento. Con Rebeca sentada al piano de cola para darle intimidad a un tema que, por cómo se grabó para su primer disco, se podría cantar a voz en grito y con la copa bien alto; brindando por lo que se quedó en el pasado, a ojos del retrovisor. La segoviana, que luego demostraría desde un balcón del segundo piso por qué es una de las mejores ‘lloronas’ que ha dado la música hispana en los últimos años, dejó resbalar lágrimas y emociones antes de volver a sentarse a las teclas para cantar un ‘Hallelujah’ que hace años que le robó a su admirado Cohen y que sonó limpio y desgarrador al mismo tiempo. Vibrante. Capaz de llenar las butacas libres de los palcos. Muchos de los espectadores pensaban “¡Aleluya!”, al fin el Teatro Juan Bravo volvía a recibirla sobre su escenario.
Y antes de que, sobre ese escenario, se uniesen a ella sus inseparables Toni Brunet a la guitarra, Jacob Reguilón al contrabajo y Toni Jurado a la guitarra, tres de esos músicos que contienen universos en sus melodías, Rebeca Jiménez aún afrontó sola junto al piano la responsabilidad de ser profeta en su tierra de manera ‘Valiente’ y haciendo saber al público de esas ‘Calaveras y estrellas’ que, con ayuda del poeta Benjamín Prado, han logrado notas tan sobresalientes como afirmar que “a veces no hay mensaje en la botella, a veces no hay más cera que la que arde; la vida se parece a un tatuaje de calaveras y estrellas”.
Rebeca, cada vez más suelta, más agradecida y más entregada al público que apostó por una noche de canciones y ensueño antes de Navidad, iba incorporando rancheras y voces de otras tierras a su repertorio, al tiempo que invitaba a compartir escenario a músicos locales como Esther Zecco, con quien conjugó a la perfección, en interpretación e intenciones, un desgarrador y decidido ‘Tú verás’, o Guss Martin, junto a quien repitiendo una y otra vez, y ayudada por el público, eso de “sólo quiero despertarme contigo” demostró que existe la capacidad de combinar rock y corazón. También hizo volar sus ‘Aerolíneas argentinas’ hasta una altura disparatada, mientras miraba a Toni Jurado diciéndole con los ojos que le diese más caña, invitó al zaragozano Yago Alonso a disparar junto a ella, no olvidó algunos de los temas con más tormenta y mezcal de sus tres discos y tampoco otros temas nuevos, como ‘Cómo no lo vi’.
Habían pasado más de diez años desde la última vez de Rebeca Jiménez en el Juan Bravo; desde entonces ha llevado su música por escenarios de todo el país y también por otros más lejanos. Siempre con sus calaveras en los puños y sus estrellas repartidas por el escenario. Ayer no le hicieron falta. Ya estaba ella, con sus noches de tormenta y mezcal y calaveras y estrellas a sus espaldas para brillar más que nunca. Más iluminar Segovia más que nada. Para irse, de forma merecida, calada hasta los huesos de aplausos y ovacionada.