En 1472, el culto y poderoso obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, que pretendió la reforma de costumbres del clero y del pueblo, convocó y presidió el Sínodo Diocesano en la villa de Aguilafuente entre los días 1 y 10 de junio. En esa reunión comparecieron ochenta y cinco almas, entre representantes del Cabildo, arcedianos, arciprestes, abades, priores de los monasterios, curas y clérigos de la diócesis segoviana. Pero también laicos que representaban a las poblaciones y a los diversos estados, incluida la monarquía. Todos reunidos en la iglesia de Santa María, que tuvo que ser ampliada para superar la limitación de espacio de la primitiva iglesia románica. Por aquellos días la villa debía de estar repleta de gente, ya que, además de los asistentes al Sínodo también irían sus respectivos asistentes y criados.
En dicha asamblea se discutieron determinadas propuestas que después se plasmaron en las actas firmadas por los asistentes y por los escribanos. La intención era poner remedio al caos de aquellos tiempos por las revueltas, bandos, escasa formación del clero y abusos cometidos.
En estos nuevos estatutos, a los clérigos se les prohíbe llevar armas (salvo expresa licencia), se les obliga a formarse durante cuatro años en el Estudio General, porque algunos eran casi analfabetos, y a vestir honestamente para dar ejemplo, sin sedas, joyas o anillos de oro. Se prohíben juegos y determinados cánticos en las liturgias, y se eliminan algunas fiestas.
Eso para los religiosos, pero a los laicos también se les imponían normas, como casarse con testigos y no de forma oculta, que se pusieran en conocimiento de la Iglesia los divorcios, que al menos un miembro de la familia acudirá a las procesiones, o que se tuvieran asientos o estrados propios en las iglesias, entre otras cosas.
Y para garantizar el cumplimiento de estas disposiciones se estableció el sistema de denuncia pública so penas que podían ir desde multas hasta la excomunión.
¿Por qué sabemos todo esto? Porque ese mismo año, el alemán Juan Parix, que estaba recién llegado a Segovia desde Italia, recibió en sus manos las actas escritas por los secretarios del Sínodo y las puso bajo la prensa de su imprenta. Ninguno de los asistentes podría imaginar que muchos siglos después, su nombre y su ocupación seguirían existiendo gracias a este libro, el primero impreso en España y en español (es el único, el resto están en latín).
Como se sabe sobradamente, la imprenta de Gutenberg se expandió desde Alemania a Italia, donde este nuevo ingenio llegó en 1464. El ambiente humanístico italiano propició el desarrollo de este mecanismo y que ciudades como Roma o Venecia se convirtieran en grandes focos de la cultura impresa. La casualidad, o no, hizo que, en 1470, el obispo Arias Dávila tuviera que viajar a Roma para obtener una bula con el fin de recaudar fondos para la construcción de la catedral segoviana. El hecho de que en este viaje conociera los "nuevos" libros hechos mediante este artilugio, junto con su interés por formar al clero, debió de motivarlo a llamar a un impresor que le realizara varios encargos.
Así es como Juan Parix de Heidelberg llega a Segovia, que en aquel entonces era una importante ciudad, sede de la Corte de Castilla, donde fue proclamada la reina Isabel en 1474, con actividad industrial, una casa de la moneda y un Estudio General regido por el propio obispo.
Aquí instaló Parix su taller, entre la catedral y el palacio, durante cuatro años. A dos libros por años trabajó el alemán, ya que después de imprimir el sinodal, salieron otros siete de temática legislativa canónica y civil, y de términos jurídicos clericales como el 'Expositiones nominum legalium', o el 'Modus confitendi', que era un manual para los sacerdotes que confesaban.
El Sinodal es pequeño, de 235×175mm, con cuarenta y ocho hojas impresas y catorce en blanco, que se dejaron a propósito para añadir disposiciones posteriores, ya que Arias Dávila tenía la intención de continuar en el futuro con su labor reformista (de hecho, convocó otros dos sínodos en Segovia, en 1478, y en Turégano en 1483).
El papel usado es rudo, de fibras de lino, y sin filigrana, por lo que es muy difícil saber su procedencia. La tipografía es redonda, propia de las prensas romanas y de los más primitivos incunables españoles. Sus páginas tienen veintiocho líneas y está hecho a renglón seguido, excepto dos fragmentos, que están a dos columnas: se trata del texto donde aparecen los nombres de los procuradores de Pedraza y Fuentidueña, quienes no querían ver su nombre detrás del nombre del otro, y se optó por este diplomático formato.
El Sinodal no tiene portada y comienza directamente con el índice de capítulos. Además, tiene grandes huecos en blanco para las elaboradas letras iniciales. Tampoco aparece ni el año ni el nombre del impresor, aunque se sepan, pero sí las firmas de los asistentes y del notario. Tan solo se conserva un ejemplar conocido, dentro de la catedral segoviana, encuadernado en piel de estilo mudéjar, muy característico de la época y de muchos de los libros que pertenecieron a Arias Dávila.
Ya fuera por haber impreso 'De confessione', un libro que fue prohibido, o porque dejó de recibir encargos, Juan Parix se trasladó a Toulouse, donde continuó dedicándose a la impresión y edición hasta su muerte, en 1502. En Segovia ya no hubo imprenta hasta el siglo XVI, pero por suerte el invento ya se había instalado en Barcelona, Valencia, Zaragoza, Sevilla y Salamanca. España empezaba a fabricar libros en serie de forma prolongada.
El obispo de Segovia, por su parte, a causa de un proceso a su familia por judaizante, tuvo que salir en 1490 para Roma, donde murió siete años más tarde sin haber podido volver a su sede episcopal. Su biblioteca, que en parte se conserva en la Catedral de Segovia, muestra su pasión por los libros, por lo que poseyó tanto interesantes manuscritos como buena parte de los más tempranos impresos italianos y españoles.