Un viaje desde la capital hacia la poco poblada región noreste de la provincia de Segovia lleva a descubrir pueblos que son guardianes de un pasado medieval.
Un claro ejemplo de esto es Pedraza, un lugar que ha logrado detener el tiempo, como se puede apreciar al pasear por sus calles empedradas.
Este encantador pueblo se encuentra entre los arroyos Encinarejo y Vadillo, en la cima de dos cerros, y está protegido por un imponente castillo que se erige en el mismo lugar donde antes existió un castro prerromano.
No hay complicación alguna al decidir por dónde comenzar la visita a Pedraza: la Puerta de la Villa es el único acceso al pueblo. Construida en el siglo XI, aún muestra el escudo de Pedraza de Íñigo Fernández de Velasco, quien la mandó reconstruir en el siglo XVI.
Desde entonces, sus robustos portones de madera de álamo negro han sido testigos del paso del tiempo, recuperando su hermoso estilo mudéjar tras una restauración.
Antiguamente, estas puertas se cerraban por la noche, custodiadas por un carcelero, pero hoy permanecen abiertas para todos los visitantes, siempre que sean “gente de paz”, como se solía decir.
Cruzar esta puerta es más que un simple paso; es entrar en un viaje al pasado, a una época en la que Pedraza era una fortaleza y un importante mercado textil, famoso por sus tejidos de lana merina.
A pocos pasos de la Puerta de la Villa se encuentra la antigua cárcel, un recordatorio de los oscuros tiempos de la Edad Media.
Esta antigua torre de vigilancia se transformó en un lugar de reclusión para prisioneros que, como se puede imaginar, no gozaban de condiciones confortables.
Aquellos culpables de delitos graves eran arrojados a una celda subterránea, donde sufrían lesiones y fracturas que a menudo les costaban la vida en pocos días. Pero dejemos atrás esa oscuridad y avancemos hacia la luz.
Al cruzar la puerta, la calle Real se convierte en la arteria principal de Pedraza. En el número 15 se encuentra la sede de la Fundación Villa de Pedraza, que ha estado preservando el rico patrimonio de la localidad desde 1993.
La restauración de las ruinas de la antigua Iglesia de Santo Domingo, que data del siglo XII y se ubicaba en lo que fue la judería del pueblo, ha dado lugar a un espacio versátil y estéticamente atractivo.
Esta iglesia fue una de las seis que existieron en Pedraza en su época. La calle, adornada con construcciones nobiliarias y las típicas casas pedrazanas, conecta la entrada del pueblo con su emblemática Plaza Mayor porticada, el principal atractivo de la localidad.
Su origen se remonta a mediados del siglo XVI, cuando las familias nobles disfrutaban de los festejos taurinos desde sus balcones.
Los soportales que se encuentran frente a la iglesia, probablemente añadidos en el siglo XVII, junto con el empedrado y las casas con escudos, le otorgan un aire medieval que transporta a otra época.
En julio, durante los conciertos de las velas, la atmósfera de la plaza y de muchos otros rincones de Pedraza se vuelve mágica.
Al sur, se alza la iglesia de San Juan Bautista, que presenta vestigios románicos, como su torre visible desde varios puntos y el ábside que da a una encantadora plazuela.
Otro de los monumentos de la plaza es el tilo de la Plaza del Ganado, que en primavera se convierte en un espectáculo de belleza, mientras que en otoño se tiñe de tonos rojizos y marrones.
Desde la plaza, la calle Mayor se dirige directamente hacia el castillo, que corona la península donde se desarrolla el trazado urbano de la localidad. A medio camino, se pueden observar las ruinas de la iglesia de Santa María.
Este castillo, construido en el siglo XIII sobre antiguas fortificaciones romanas y árabes, ha pasado por diversas etapas a lo largo de su historia, desde ser la residencia de la familia Herrera hasta albergar a los hijos del rey Francisco I de Francia como rehenes en el siglo XVI.
La imponente torre del homenaje, el foso y el precipicio que lo rodea destacan el carácter inexpugnable de este bastión.
Además de sus momentos épicos, el castillo alberga una trágica leyenda sobre Elvira, la esposa del señor feudal, y el joven Roberto.
Su amor era secreto, pero al ser descubiertos, él fue condenado a muerte, sufriendo una cruel ejecución en la que le colocaron una corona de metal incandescente durante una ceremonia pública.
Poco después, ella decidió quitarse la vida. Desde entonces, se dice que sus almas vagan por los muros del castillo. Pero Pedraza no es solo historia. A pocos kilómetros se encuentra el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, uno de los paisajes más impresionantes de Castilla y León.
Este lugar ofrece un espectáculo natural de cañones de arenisca roja que se extienden a lo largo de 25 kilómetros, creando un entorno geológico de belleza sublime.
En este escenario, los buitres leonados se lanzan desde los acantilados, dibujando majestuosos vuelos en el cielo.
En lo alto de las peñas, se pueden ver las ruinas del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, fundado en el siglo XIII, y la ermita de San Frutos, donde los monjes benedictinos habitaron hasta bien entrado el siglo XIX.
Estas ruinas ofrecen postales panorámicas que evocan tiempos pasados llenos de épica y misticismo en esta histórica provincia de Segovia.
Al final de las hoces, el río se represa en el embalse de Burgomillodo, un lugar ideal para nadar o alquilar canoas y explorar los cañones.