Y por derecho. Jubilo o Jubillo, no Júbilo, es el apelativo con abolengo del cornúpeta que es corrido, devenido de corrida de toros, por ejemplo en Medinaceli (Soria), con la salvedad que este rito escenifica anualmente al último toro de fuego viviente, que no el de carcasa portadora de crematorios fuegos artificiales, de Castilla y León.
Los romanos contemporáneos nos tildan, todavía, de bárbaros a aquellos pueblos que habitamos fuera de sus fronteras naturalistas. O sea, en román paladino, a todo aquel que no cavila y no funciona, como ellos dogmatizan que se debe pensar y/o proceder en el tiempo que nos toca vivir, hay que domeñarlo y someterlo a los dictados de sus postulados.
Y dicen, esos fogosos del exterminio rural, que nuestras tradiciones resultan anacrónicas y para nada culturales. Porque, desde una farolera supremacía de seres superiores, las normas y bases de desarrollo de la Cultura Popular las dictan ellos, desde las moles de cemento de las grandes urbes, aunque, eso sí, ignaros de la propia acepción de la palabra.
¡Derríbese! ¡Quémese! ¡Destrúyase! ¡Prohíbase!... es la oratoria democrática impertinente de estos congéneres ocupas de la Cultura Tradicional de los modestos pueblos, cuya forma de vida quieren finiquitar, por mandato de agentes poderosos, obscuros, y a permuta de un mísero bocata para imponer una ideología que cautiva sus mentes y en la que, si nos apuran, ni creen. Son seres manipulados, gentes sin oficio ni beneficio, soldados del buen estómago agradecido; aquellos que ni saben lo que significa cuando un toro bravo peca de inviernas.
Espetado lo escrito, en mi modesta opinión, en este tiempo que vivimos, los residuales politicastros se han buscado un aliado que -a todas luces- canta la gallina, con su ideología parcial aliada a denunciantes de marcada hoja de ruta, exterminadora del toro bravo.
Ah, y pregúntenles, animalistas deshumanizadores, a sus mascotas si necesitan, si lo quieren, si les es beneficioso llevar ese abrigo de última moda, pongo, por ejemplo, sobre su cobertor natural que ya les preserva evidentemente del ambiente en el que viven. Con ello van a conseguir que los perros, como las ranas, no críen pelo.
Y, en tanto llega el fin del mundo, a esos invasores culturales de pacotilla, les sugiero amablemente ¡Déjennos vivir en Paz! Que este mundo es tan nuestro como suyo.
Y, a pesar de juzgadores animalistas, ayunos de imparcialidad, ¡Viva el Toro Jubilo de Medinaceli!