Y llegó el día. Parecía que, ante la escasez de lluvias, no podría degustar uno de los manjares más deliciosos de primavera que uno se puede llevar a la boca como es el perrechico o seta de San Jorge y el boletus edulis. Pero mi amigo César Lomas, del Restaurante Argales 2 y Pirita, en pleno Polígono de San Cristóbal, no falla ningún año y al fin lo hicimos…
Ambos restaurantes son un templo del saber micológico, un santuario de conocimientos sobre los hongos, además del buen yantar y del buen beber.
Y todo a raíz de que Cesitar Lomas, el hijo mayor de mi amigo César, (influido por su padre) tomara conocimientos del mundo de las setas a través de la Asociación Vallisoletana de Micología que preside Aurelio García Blanco. Cesitar ha impartido recientemente una conferencia sobre boletales.
Hecha esta aclaración, obligada por otro lado, me dispongo a relatarles el homenaje que me he pegado yo solito en el citado Rte. Pirita. Lo habíamos convenido con César, pero un compromiso ineludible de este buen leonés impidió sentarnos juntos ante mesa y mantel.
Una vez allí ya no había vuelta atrás y Admán, un espigado mozo saharaui, adoptado desde que era un niño por la familia Lomas, me atendió divinamente y, por encargo de su padre, me fue sirviendo una sensacional degustación de setas y verduras que resultó todo un deleite para el paladar.
A saber: de aperitivo una pequeña ración de pimientos rojos asados aderezados con una anchoa. Dos espárragos blancos de Tudela de Duero (de Belloso) templados y cubiertos de aceite de oliva virgen extra fue la siguiente exquisitez.
Acto seguido Admán se presentó con un plato de boletus a la plancha, crujientes, con un fondo de ajo que resultaron de auténtica provocación culinaria.
Dos espárragos verdes y dos corazones de alcachofa a la plancha sirvieron para, finalmente, abordar el plato estrella: huevos revueltos con los susodichos perrechicos traídos del norte de León.
Ni que decir tiene que todos los platos antes mencionados fueron rebañados, ansiosamente, con una hogaza de pan casero.
Un acto que me hizo recordar aquellas meriendas que me preparaba mi madre al salir de la escuela. Se trataba, ni más ni menos, de una rebanada de pan candeal (pan sobado de la panadería de Ruescas decíamos en mi pueblo) con un buen chorro de aceite, de aquel de entonces, y una brizna de azúcar por encima. Ummmm. Pura delicia desde la más alta sencillez.
A punto de terminar mi exquisito menú primaveral llegó Cesitar quien me informó sobre la escasez de setas en la zona vallisoletana y alrededores por la falta de lluvia y el exceso de calor. Ya habrá que esperar al otoño, me dijo este experto micológico que ha colaborado en varios libros sobre setas y hongos.
La bebida en esta ocasión no fue mi clásico rosado o clarete con gaseosa. Fue peor. Y mi amigo y paisano Angosto desde Sevilla me lo reprochará: tinto de verano…
Como no llevé el coche y utilicé el bus de polígono me resarcí en la partida de mus y me tomé dos gintonic fresquitos. Y además gané. Insólito pero cierto. Hay días que uno está de suerte. Pero sobre todo la suerte de tener amigos como César Lomas.
“De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe” (Cervantes)