Aquel equipo jugaba bien. Había consenso respecto a ello y, aunque no siempre el juego bonito asegura éxitos deportivos, en ese Real Valladolid de la temporada 89-90 una cosa y la otra fueron de la mano.
Es difícil entender las tardes de gloria sin profundizar en Vicente Cantatore, aquel entrenador que, en palabras del capitán Luis Minguela, “no sé que daba a sus equipos, creo que la confianza, hacía ver a los jugadores que cada uno, en su puesto, era el mejor de la Liga, y armaba unos equipos extraordinarios”. Y con él en el banco el Pucela firmó un año inolvidable y casi inigualable.
El camino hacia la final de Copa, de la cual hoy se cumplen 30 años, comenzó a finales de enero del año 89. En dieciseisavos de final los blanquivioletas se medían a un Zaragoza rival de Primera, y no fue una elminatoria fácil. El 0-1 de la ida puso a favor la manga pero la vuelta se jugaba en el ‘destierro’ ya que la clausura de Zorrilla obligó al equipo jugar en el Helmántico, en Salamanca, el 5 de febrero. El gol del visitante Salillas en el primer tiempo comprometió el pase pero Fonseca, en el 63’ igualó para el definitivo 1-1.
Tan solo diez días después, el 15 de febrero, el balón comenzó a rodar para dirimir los octavos de final. Otro rival de enjundia, el Athletic Club, se cruzó en el camino de un Real Valladolid de dulce que aguantó la ida en San Mamés (1-1) con un tanto de Alberto López, y sentenció en el Nuevo José Zorrilla con una gran remontada: el gol de Mendiguren en el minuto 11 quedó neutralizado por los de Fonseca, Patricio y Alberto.
Sufrir ante el Cádiz
El emparejamiento de cuartos de final deparó un enfrentamiento ante el Cádiz, también de Primera División. En Liga el Real Valladolid disfrutaba, allá por marzo, de una cómoda novena posición, con 26 puntos, siete por encima de los gaditanos que jugaban por evitar el descenso cuando las victorias valían solo dos.
El partido de ida tuvo lugar el 19 de marzo en el Estadio José Zorrilla. Y tocó sufrir. Mágico González puso el 0-1 en el minuto 62 pero los de Cantatore reaccionaron: Manolo Peña y Alberto López voltearon el resultado. La eliminatoria quedaba muy abierta con el hándicap de tener que jugar lejos de casa el choque decisivo.
De nuevo, como sucedió en todos los partidos de vuelta anteriores a este, el Real Valladolid tuvo que remar contra corriente a consecuencia de un gol tempranero que dificultaba avanzar. Cortijo en el 16’ adelantó al Cádiz y, esta vez, los pucelanos no lograron marcar. Sin el valor doble de los goles el duelo se dirimió en la tanda de penaltis, con la cara para los pucelanos.
Remontada en semifinales
Quedaban solo cuatro equipos y el Real Valladolid acariciaba el poder alcanzar la final de la Copa del Rey, territorio vetado desde el año 1950. El rival en aquella semifinal fue revelación ya que el Deportivo de la Coruña, que por entonces militaba en Segunda División, había dejado en la cuneta a Sabadell, Real Sociedad y Mallorca.
Riazor acogió el encuentro de ida, el 06 de junio de 1989, y los gallegos se anotaron el primer envite. El solitario tanto de Raudnei sirvió para que el Dépor venciese en ese encuentro 1-0 y llegase a Zorrilla ocho días después con ventaja. Pero allí se encontró a un Pucela sólido, seguro, confiado y valiente que, sin embargo, a punto estuvo de caer eliminado. Fue en el minuto 82 cuando Albis, salvador, apareció para forzar la prórroga; y Manolo Peña, de cabeza, en el 106’, certificó la brillante temporada con el pase a la final copera.
Aunque el Real Valladolid no pudiera finalmente levantar el trofeo, a pesar de hacer méritos de sobra en la final ante el Real Madrid, la conclusión debe ser feliz. Esa contradicción la manifiesta Aramayo, por entonces masajista del equipo, para quien “fue una pena pero… llegamos a la final, entramos a la Recopa, y todo fue alegría”. Alegría en la derrota. Satisfacción por un trabajo bien hecho, por la clasificación europea, que venció a la amargura de quedarse tan tan cerca de traer la Copa del Rey a Valladolid por primera vez en la Historia.