Desde hoy jueves, 29 de agosto, puede visitarse en la Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla, la muestra “VICENTE ESCUDERO. Bailarín y bailaor. Testimonios de un creador vallisoletano y universal”, que ha sido presentada por la concejala de Cultura y Turismo, Ana María Redondo, y el comisario de la misma, Juan González Posada.
En la muestra, en la que además de volver a poder ver los dibujos que Joan Miró tanto admiraba, y que son patrimonio del Ayuntamiento de Valladolid, se ha querido analizar la figura a este vallisoletano universal, con una dimensión, más profunda, en la que puede contemplarse la importancia y la trascendencia profesional y mediática de Vicente Escudero en las décadas de los 20 a los 50 del pasado siglo. En la exposición se pueden ver también recortes de prensa nacional e internacional, programas de mano de los grandes teatros, una selección de documentales y películas en las que participo, sin olvidarnos de su vida, de su decálogo, de sus amigos y sus frustraciones
Bailaor, bailarín, coreógrafo, pintor, escritor, cantaor, conferenciante, actor. Vicente Escudero fue un hombre del Renacimiento en pleno vanguardismo del siglo XX. Fue un bailaor excepcional que recuperó, las esencias del primitivo baile flamenco. Montó la obra cumbre de la música española: El amor brujo del maestro Falla. Gozó como pintor de la amistad y el respeto de los artistas que abrieron de par en par las puertas de la modernidad en las artes plásticas. Su prosa era amena y precisa. Pocos conocían el abanico de cantes flamencos como él. Como conferenciante, subyugaba por la seriedad de sus planteamientos y los rasgos de humor con que salpicaba sus charlas. Decía muchas verdades que no a todos gustaban. Como artista tenía ese magnetismo personal que distingue a los genios.
Era a la vez heterodoxo revolucionario y puritano ortodoxo. Defendía la pureza del flamenco primitivo al tiempo que interpretaba una seguiriya que etiquetó como “gitana”, pero que era un baile descaradamente cubista. En su día se dijo de él que era en el baile español lo que Picasso en la pintura y Falla en la música. Y lo fue.
Puso patas arriba los teatros de París y Nueva York. Asombró a los públicos de medio mundo. Y dio prestigio a escala universal al baile flamenco y a la danza española. Unos bailes y unas danzas que pocos conocían, porque los que ya habían tenido la oportunidad de ver los bailes denominados “flamencos” o “españoles” no habían encontrado otra cosa que panderetas, volantes y ¡olés!
Vicente Escudero (Valladolid, 1888 – Barcelona, 1980) actuó por los escenarios de todo el mundo. Su interpretación del flamenco era fiel a la pureza de la tradición, siguiendo con respeto la técnica y normas de este baile. En su Decálogo, que da a conocer en la sala “El Trascacho” de Barcelona en 1951, sienta las bases del baile flamenco puro.
Comienza a bailar siendo niño en Valladolid, y aunque su formación es totalmente autodidacta, son muy importantes las enseñanzas que recibe de Antonio de Bilbao. Siendo todavía un joven, se traslada a París y a partir de ese momento recorre los escenarios de Europa y América con su arte.
Pero Vicente Escudero no sólo dedicó al baile su capacidad artística, sino también vertió su talento en el cine, la literatura, la pintura y el dibujo. Así escribió libros como Mi baile, Pintura que baila y Arte flamenco jondo. La faceta de pintor es la que se quiere destacar en la muestra. Descubrimos que Escudero no es un pintor al uso; haciendo un paralelismo entre el baile y la pintura., Él declara “yo no sé ni dibujar, ni pintar, y estoy convencido de que esa ignorancia –que en mi propio arte, el baile, sería una terrible limitación- es la que me permite plasmar con toda libertad, sin trabas ni preocupaciones, mis ideas, por medio de esa forma de expresión que es el dibujo”.
A través de estos dibujos descubrimos a Vicente Escudero como un artista infrecuente y rompedor, un creador que para manifestarse necesita ver en su imaginación lo que luego pintará. No se detectan rasgos de enseñanza académica en sus obras, pero sus trazos denotan una gran capacidad para representar los movimientos, las coreografías, las actitudes de los bailarines, así como su sentido del color. Un dibujante sin técnica ni teoría. Un pintor de impulsos e intuiciones.
SOBRE VICENTE ESCUDERO
Hijo de Petra Urive y Lorenzo Escudero, payos castellanos que se relacionaron con gitanos. Durante su infancia se aficionó Vicente Escudero al baile, siendo sus primeros “tablaos” las tapas de las bocas de riego.
A los diez años ya se ganaba el sustento con su arte, escapándose a bailar por pueblos y ferias. Tras un efímero paso como tipógrafo por algunas imprentas, decidió dedicarse plenamente al baile, contrariando la voluntad paterna. En un momento en que se llevaba el baile medido, Vicente Escudero improvisaba distintos movimientos que desconcertaban a los guitarristas, por lo que fue dando tumbos actuando en los cafés de España, hasta que se topó en el Café de las Columnas de Bilbao con Antonio Bilbao, que se convirtió en su maestro y le enseñó los secretos del flamenco. Cambió las juergas de los cafés por las salas y barracas del cinematógrafo, que proliferaron, tras su invención, por España. Arregló un programa compuesto por una farruca y un tanguillo cómico, que representaba cuando cambiaban los rollos de las películas. Escapó a Lisboa en 1908 para evitar cumplir con el servicio militar y desde la capital portuguesa se trasladó a París, que rebullía en pleno fulgor de la Belle Epóque, siendo gratamente acogido en las salas de fiestas y cabarets. Tras la Primera Guerra Mundial recorrió un gran número de países europeos, llegando hasta Rusia y Turquía, hasta que en 1920 ganó el Concurso Internacional de Danza en el Teatro Olimpia de París. Actuó con Carmita García, que fue su pareja sentimental y artística hasta que murió. Comenzaron a introducir los bailes clásicos españoles en su repertorio y en 1922 actuó en la Sala Gaveau ofreciendo su primer recital de danzas españolas. Dos años más tarde, en 1924, abrió una escuela de bailes españoles en la capital francesa y presentó en el Teatro Fortuny una compañía de ballet, la primera netamente española, con obras de Falla, Turina y Albéniz, después de lo cual, el primero de los compositores le encargó al año siguiente la coreografía de El amor brujo en el Teatro Trianon-Lyrique de París, bailando con Antonia Mercé, La Argentina.
En la ciudad de las luces congenió con la bohemia vanguardista, trasladándose al Barrio de Montmartre en su afán por buscar espontáneamente, en la libertad con la que desenvolvía sus movimientos e impulsos, el equilibrio estético y una combinación rítmico-plástica del baile. Durante tres años alquiló un pequeño teatro en el que podía mostrar libremente sus movimientos, desenvolviendo sus impulsos de forma espontánea para artistas del cubismo como Picasso, Fernand Leger o Juan Gris, o de tendencias surrealistas, como Louis Aragon, André Breton, Eluard, Buñuel, el fotógrafo Man Ray o Miró, cuyos cuadros influyeron decisivamente en sus bailes, llevando posteriormente a España, en 1929, el espectáculo Bailes de vanguardia. Ernesto Giménez Caballero le recogió cinematográficamente entre la élite intelectual española para su documental de 1930, después participaría en diversas películas de Hollywood. Afianzó su fama en un largo período de giras. Actuó en Londres en 1931 en un homenaje dedicado a la bailarina rusa Anna Pavlova y al año siguiente fue aclamado en Nueva York, siendo el primero en ponerle baile al cante amargo y “desgarrao” de las seguiriyas. Después de la gira americana, estrenó en 1934 en el Teatro Español de Madrid una nueva versión de El amor brujo, actuando con La Argentina, Pastora Imperio y Miguel de Molina, que también interpretaron al año siguiente en el Radio City Music Hall de Nueva York.
Tras la Guerra Civil llegó su reconocimiento en España y el apogeo de su carrera artística. Bailó por vez primera la seguiriya en el Teatro Español, donde estrenó Estampa romántica y La galerna, en 1942. Recibió la Medalla de Oro de la ciudad de Valladolid y, después de numerosas giras y actuaciones, recibió un homenaje en 1946 en el Instituto Británico de Madrid en el transcurso del cual imparte una conferencia ilustrada, titulada El misterio del arte flamenco, que repitió en el Casal del Metge de Barcelona. Al año siguiente publicó en Estados Unidos su libro Mi baile y, en 1948, expuso sus “dibujos automáticos” en la librería Clan de la capital española. Finalizó dicha década impartiendo una conferencia en la Sorbona y otra cantada y bailada en el Ateneo de Madrid, que tuvo gran repercusión. A partir de entonces se prodigó entre los círculos intelectuales españoles de posguerra, realizando nuevas conferencias. Dio a conocer su Décalogo del baile flamenco en Barcelona en 1951, en el que propone una forma de concebir el baile, de bailar en hombre, más que los principios de una escuela, siendo los principales seguidores de esta filosofía Antonio Gades, José de la Vega y José Manuel Huertas. En la Ciudad Condal, el Palau de la Música le rindió un homenaje. Al año siguiente actuó en el prestigioso Festival de Música y Danza de Granada y estrenó, en 1954, en el Teatro de los Campos Elíseos de París el espectáculo Quincena del Arte Flamenco Puro. A mediados de los años cincuenta volvió a realizar giras por Estados Unidos, que siguieron por Canadá y Cuba. Participó en la película Fuego en Castilla, de José Val del Omar, rodada en 1957 en el Museo de Escultura de Valladolid y después continuó su actividad docente grabando varias entrevistas y clases de baile, explicando su Decálogo, sus experiencias artísticas y los entresijos del mundo del espectáculo, lo que motivó que en 1959 publicara en El Paso un manifiesto proponiendo la celebración de un Congreso de Flamenco, que cristalizó en el Festival de Cante Grande y Puro de flamenco que se organizó al año siguiente en el Teatro de la Comedia de Madrid en el que cantó por primera vez en público, pero el congreso no se celebró hasta 1969, en Benalmádena.
Durante los primeros años de la década de 1960 realizó otra nueva gira por países europeos y americanos y presentó en Barcelona el primer disco que grabó en la casa Vergara, en 1963, de su escasa discografía. Tras la muerte de Carmita García en 1964 pensó en retirarse, pero se unió a María Márquez, con la que prosiguió sus recitales por todo el territorio español y Europa hasta que se despidió definitivamente en 1969, con ochenta años, en Madrid, aquejado de esclerosis múltiple. Aún pudo, no obstante, subirse a los escenarios en la Plaza Mayor de Salamanca durante Los Festivales de España el 28 de junio de 1970, y ponerse ese año delante de las cámaras para rodar en 1970 el documental Flamenco en Castilla de José López Clemente, tal como había hecho en 1967 con Imperio Argentina y Antonio Gades para la película de Mario Camus, Con el viento solano. Cinco años después, el 4 de noviembre de 1974, la Dirección General de Teatro y Espectáculos del Ministerio de Información y Turismo reconoció públicamente la figura de Vicente Escudero, organizando un homenaje en el Teatro Monumental de Madrid, con el ballet folclórico de festivales de España y la Compañía de baile español de Antonio Gades, así como los principales artistas españoles del momento. Se retiró a casa de María Márquez, en la Plaça Reial, donde montó una academia, allí murió el 4 de diciembre de 1980.
Los restos de este genial bailaor, que rompió los moldes del flamenco, descansan en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de Valladolid. La exposición permanecerá abierta hasta el 27 de octubre.