Un lustro después de que viera la luz ‘California’, su cuarta novela, y con la salvedad de la reedición en 2017 de su primer volumen de microrrelatos (‘No habría sido igual sin la lluvia’) en una versión muy ampliada, el escritor vallisoletano Rubén Abella ha regresado a las librerías españolas un un doblete fruto de la “casualidad”. Apenas un mes después de la publicación de ‘Ictus’, su quinta novela, acaba de recibir el LV Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián al mejor libro de relatos en castellano por ‘Quince llamadas perdidas’, su primer libro de cuentos. “La vida del escritor no suele ir casi nunca de la mano de la vida de sus publicaciones”, reconoce el autor en declaraciones a Ical sobre la feliz coincidencia que ha permitido sumar su nombre a una nómina de ganadores donde también figuran Roberto Bolaño o Bernardo Atxaga.
‘Quince llamadas perdidas’ (Algaida, 18 euros) reúne otros tantos relatos breves entrelazados y conectados interiormente entre sí, que fluyen a través de un estilo realista, como es habitual en Abella, para describir “historias de personas corrientes que lo que hacen es luchar, casi desesperadamente, por ser felices”. “Es gente que, como todos nosotros, vive con el peso de los errores propios y ajenos, pero que en cada día están ahí luchando y peleando para que sus vidas mejoren”, apunta el autor subrayando las coincidencias de fondo con ‘Ictus’ (Menoscuarto, 17,90 euros), su última novela.
El autor de ‘Baruc en el río’ recalca que ‘Quince llamadas perdidas’ “es un libro orgánico”, donde ha trabajado intensamente para construir “un mundo coherente y que está cohesionado” a los ojos del lector, con todos los relatos perfectamente “imbricados”. Tejer esas conexiones subterráneas “es casi un sello de autor”, apunta antes de reconocer que es “prácticamente incapaz de empezar un proyecto, sea fotográfico o literario, que no sea unitario”.
“La mayor parte de los cuentos del libro son contemporáneos, alguno salta un poco hacia el pasado, pero hay personajes que aparecen y reaparecen, y hay incluso historias que se dejan esbozadas en algunos cuentos pero que no terminan en ese relato sino en otros”, explica.
Como en el caso de ‘Ictus’, la portada de ‘Quince llamadas perdidas’ es una fotografía del propio Abella, que plasma con un juego de atmósferas y luz el pasillo central del invernadero del Jardín Botánico de Madrid, con una imagen que enlaza directamente con el epígafe que abre la publicación: “Hacia una luz mis penas se consumen”, un emblemático verso de su paisano Jorge Guillén en ‘Cantico’. “Él habla de la creación de un poema, del esfuerzo de hacer un poema y de ese avance muy lento hacia la luz, pero en este libro la alusión está relacionada con cómo todos los personajes consumen sus penas buscando esa luz que es la felicidad”, relata.
Un compartimento estanco
Cuestionado sobre qué caminos determinan en su caso si una historia adquirirá la forma de novela o de cuento, defiende que “la escritura es un equilibrio siempre muy precario entre la cabeza y el estómago”. “La decisión de si algo va a ser un cuento o una novela, en mi caso, viene directamente del estómago. Literalmente hago lo que me sale del cuerpo. En ese sentido yo estoy con Flaubert, que decía que la escritura es un compartimento estanco. Lo tienes que hacer para ti, sin pensar en nada externo. Para mí la escritura siempre es de dentro hacia afuera, y en el momento en que empiezas a mirar hacia afuera antes de ponerte a escribir la cosa empieza a ir mal”, argumenta.
En su caso personal, reconoce que “hay historias que cuando se te dibujan en la cabeza intuyes perfectamente qué extensión van a tener o qué formato narrativo les hace más justicia”. En este caso concreto, empezó a darle forma a relatos de entre 3.000 y 4.000 palabras, que “poco a poco empezaron a vincularse unos con otros y se fue cocinando a fuego lento el proyecto” en un proceso que califica de “fascinante” ya que era “la primera vez que escribía así”.
‘Quince llamadas perdidas’ entronca con ‘Ictus’ en su reflejo de la búsqueda eterna del ser humano de la felicidad, un tema imperecedero que enlaza con el dibujo que otro paisano suyo como Delibes ya planteó en ‘El camino’, donde hablaba “con cierto escepticismo del progreso”. “Nos vanagloriamos mucho en la sociedad contemporánea del progreso, y yo no estoy en contra de él, pero no sé hasta qué punto toda esta avalancha tecnológica que nos ha caído encima ha contribuido a que la gente sea más feliz”, explica.
“Tiendo a pensar que la felicidad ha quedado inalterada dentro de este proceso, que somos tan felices o infelices como antes, y es un tema que me fascina, porque parece que vivimos en una sociedad donde tenemos todo lo necesario para llevar vidas plenas, y donde podemos elegir, pero no siempre tomamos las decisiones adecuadas. Es un tema tan grande que ocupa casi todo lo que escribo”, remacha.