Fuente: Dicyt
En marzo de 2020, cuando a los hospitales llegaban cientos de personas con síntomas de COVID-19, las pruebas PCR constituían la principal herramienta diagnóstica pero en muchos casos los resultados eran negativos, aunque la sospecha clínica de la infección fuera clara. Hasta pasados unos días, las pruebas PCR no obtenían un resultado positivo, y esto dificultaba la discriminación de los pacientes COVID.
Por ello, en aquel momento, un equipo de investigadores de diferentes centros de Valladolid se propuso buscar posibles biomarcadores que facilitaran la detección de la infección, especialmente en los servicios de urgencias, donde un diagnóstico preciso desde el inicio es fundamental.
“Desde el Grupo de Investigación BioCritic, un equipo multidisciplinar compuesto por biólogos y médicos de varias especialidades, pusimos en marcha un proyecto y reclutamos muestras de sangre de pacientes que llegaban al hospital y que eran positivos por COVID-19 para evaluar qué biomarcadores podían ayudarnos en el diagnóstico de esta enfermedad y también en la predicción de la gravedad, que es otra de nuestras líneas de investigación”, detalla a DiCYT Marta Martín Fernández, investigadora de la Universidad de Valladolid (UVa).
Así, entre el 24 de marzo y el 11 de abril de 2020 se reclutaron 136 pacientes -108 con COVID-19 y 28 controles sanos-. Tomaron muestras de sangre y analizaron el plasma en búsqueda de citoquinas –proteínas esenciales en la comunicación de las distintas células del sistema inmune- con capacidad diagnóstica de la infección por SARS-CoV-2.
“Evaluamos citoquinas que parecían tener una repercusión en esta enfermedad, para ver si alguna de ellas nos ayudaba a diagnosticarla de forma sensible y específica y vimos que en concreto una, la IP-10, presenta una sensibilidad y una capacidad diagnóstica muy elevada, por encima del 90%”, apunta la investigadora, quien agrega que el valor predictivo positivo y negativo de esta proteína es además muy alto, a diferencia de la PCR.
“Con este biomarcador, en el 82% de los casos el positivo va a ser un verdadero positivo, y en un 86% el negativo va a ser un verdadero negativo, mientras que en el caso de la primera PCR sólo en un 35% de las ocasiones obtendríamos un verdadero resultado negativo”, subraya.
Esperando el empujón de la industria
Estos resultados se validaron en una segunda cohorte de pacientes, concretamente, en 117 pacientes reclutados consecutivamente entre el 15 y el 25 de abril por investigadores del Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM), centro mixto UVa-CSIC. “Utilizamos esta cohorte para confirmar los resultados, y así se produjo. Es un resultado bastante robusto y es una prueba que se podría incluir en las rutinas hospitalarias. Cuando una persona con sospecha de COVID viene al hospital, el poder medir esta proteína en plasma y, en base al punto de corte que hemos calculado, saber casi con total seguridad si va a ser positivo o negativo, puede ser muy útil”, agrega Martín Fernández.
Los investigadores ya han registrado como patente este biomarcador, que podría utilizarse como herramienta complementaria a las PCR y a los test de antígenos. Aunque para su implementación en la práctica clínica se necesita el empujón de la industria, “o bien a través de una analítica que mida esa proteína, o bien con algún tipo de dispositivo que, puedas tomar una gota de sangre, lo metas en él y te ofrezca un resultado”. Esta prueba se podría realizar de forma sencilla e instantánea en urgencias y en los centros de salud, evitando tener que acudir a los centros hospitalarios.
En el estudio han participado también investigadores del Instituto de Estudios de Ciencias de la Salud de Castilla y León (IECSCYL), el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, el Instituto de Biomedicina de Salamanca (IBSAL), el Hospital Clínico Universitario de Salamanca y el Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Hepáticas y Digestivas (CIBERehd).