Juan López / ICAL
Agarrado a la cafetera, Ino Poncela, apoyado por una gran personalidad, activa la palanca del café con una mano, mientras con la otra sujeta la inoxidable lechera de la cafetería del CEE San Juan de Dios de Valladolid. “¿Fría o caliente?”, pregunta. Juega con el movimiento de las manos para crear después un dibujo sobre la taza. “Tengo que mejorar. Me falta algún cursillo”, ironiza. Pero tras el silbido ambiental que genera el vapor de la cafetera se esconde el trabajo profesional de un hombre de 55 años que ha logrado normalizar su vida. Ino, diminutivo de Inocencio, cuenta con una discapacidad intelectual. Ayudado por su pareja, Yolanda Prieto, trabajadora de la lavandería del mismo centro, son ejemplos de esfuerzo de superación, posen autonomía y viven en un piso tutelado. Gracias a todo ello han logrado “romper etiquetas” en el colectivo: “Somos muy felices con esta vida”.
Todavía, cuando utilizan el transporte urbano, “hay gente que mira raro”; pero es verdad que “se ha avanzado mucho en la normalización”, sentencia Ino, que con 55 años ya es una institución en el centro. Hoy, 3 de diciembre, se conmemora el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, perfecta fecha para poner en valor la normalización de la vida de los miembros del colectivo, que en España suma 2,8 millones de personas, el 6,7 por ciento de la población. En ello coincide el gerente del centro, Vicente Farpón: “Queremos transformar la visión de la sociedad sobre las personas con discapacidad. Nosotros les prestamos apoyo para normalizar al máximo su vida y cumplir sus objetivos”, expone, entre los que se encuentran, en un futuro, un trabajo externo, para el que muchos de ellos se consideran aptos. El Centro San Juan de Dios de Valladolid atiende a más de 360 personas con discapacidad cada año a través de las áreas educativa, ocupacional y residencial. Cuenta con más de 570 plazas, entre residenciales, viviendas tuteladas, colegio de educación especial, talleres ocupacionales, centro de día y Centro Especial de Empleo, con una “atención individualizada” que apuesta por programas y actividades que “les empoderen y favorezcan su participación, inclusión e igualdad de oportunidades”. También, personas que se benefician de los itinerarios de inserción laboral en empresas externas, como por ejemplo Gadis.
Y ejemplos de esta acción son Ino y Yolanda, que trabajan en la cafetería y en la lavandería, servicio que es la principal fuente de ingresos del centro, y que también cuenta con áreas para la gestión de residuos, entre otros.
Ino es uno de los exponentes de esta metodología de trabajo en un centro que, además, presume de apostar por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Este zamorano de Casaseca de Campeán señala que “si hace bueno”, siempre va al centro en bici, junto con Yolanda. En invierno, la rutina arranca a las 5 de la mañana, se desplazan a pie hasta la estación de autobuses y de ahí al Centro, ubicado en la carretera de Madrid. Su vida, como la de otros muchos, pasa por una vida en pareja y por el trabajo. Hasta ahí, nada más extraño que la propia realidad. “A veces discuto con Yolanda”, ríe, a lo que los presentes contestan que eso es lo más normal. “Es un trabajador fenomenal”, incide la responsable del Centro Especial de Empleo, Ascensión Izquierdo, quien recalca que cuando la cafetería ha estado cerrada con motivo de la pandemia del COVID-19, Inocencio apoyaba a la lavandería, donde trabaja Yolanda, quien sostiene que fuera “hay gente que aún mira raro”, pero también admite que “está casi superado”.
Tras nueve años juntos, después de que él se atreviera a pedirla salir, hace tres que residen juntos en uno de los diez pisos tutelados, junto a otros dos compañeros con los que comparten la vivienda. Esa convivencia, que puede encontrarse con objeciones diarias habituales, cuenta con el apoyo de los técnicos del centro para gestionar el dinero para hacer la compra, por ejemplo. “Nosotros nos repartimos las tareas del hogar”, expone Ino, que dispone de una planificación para todos los convivientes. Ambos cuenta casi con alfombra roja en San Juan de Dios. Casi 30 años desde que él empezó a acudir, por los 25 desde que ella, que cumple 45 primaveras, entró como interna.
La unión del deporte
El deporte, que a lo largo de la historia ha ayudado al desarrollo de las personas, tiene un protagonismo especial en este capítulo de esfuerzo. A ambos les une ver los partidos de fútbol en el sofá de casa. “Nos gusta mucho, pero no somos de ningún equipo”, espeta Yolanda Prieto, quien se mostró exultante porque el Zamora CF, que no ha empezado fino esta temporada en Primera Federación, superó esta semana la primera ronda de la Copa del Rey tras vencer al Extremadura a domicilio. Él ha practicado fútbol sala, que le “viene bien” para su pierna algo dañada, con la ayuda del servicio de fisioterapia del centro.
Y ella, baloncesto. De hecho, hace ya unos años acudió, junto a otras compañeras de San Juan de Dios, a representar a España a un campeonato de Europa de baloncesto integrado en Dublín. “Nos ganaron las italianas en la final”, sostiene. Sus compañeras de trabajo de la lavandería, todas ya con unos años de más, alaban que Yolanda “era la que más corría”, pero “ellas fueron mejores”. Eso sí, la experiencia, inolvidable.
No lo tuvo fácil desde niña. Originaria también de Zamora, concretamente de Molacillos, el trabajo de pastor de su padre llevaba a la familia de un lado a otro, aunque finalmente ella se asentó en el colegio Virgen del Castillo de la capital provincial para más tarde pasar a un centro católico. “Ninguno era de educación especial y siempre me trataron muy bien”, rememora Yolanda, quien alcanzó la madurez y autonomía ya en San Juan de Dios, en Valladolid, en un escenario con el que ha conseguido esa vida normalizada que tanto ella como Ino perseguía y para ello contaron con el apoyo del centro.