“Aqueste lugar estrecho
es sepulcro del varón
que de nombre fue león
y mucho más en el hecho”
Algo más de un centenar de habitantes en 54 kms² de municipio, una iglesia y un museo, el dedicado a su ilustre hijo Juan Ponce de León, eso es Santervás de Campos, un sencillo pueblo en mitad de Tierra de Campos, donde este valiente castellano nació y fue bautizado en 1460. Treinta y dos años más tarde estaba entrando triunfal en Granada con la comitiva que había ganado Granada a Boabdil.
Tras ese episodio final de reconquista, bien podía Juan haberse retirado a vivir una cómoda vida feudal en su tierra, pero, a los pocos meses, Colón pisaba la arena en Guanahaní y la noticia estimuló a Ponce a emprender la gran misión española de ultramar. No sabía entonces ni él mismo de las pequeñas pero necesarias hazañas que iba a conseguir en su cometido durante los años que allí pasó.
La primera gesta fue el hecho de disfrutar durante toda su vida, de la confianza de la Corona, gracias a su forma de actuar y a su lealtad. Ni las más ásperas denuncias, realizadas incluso por miembros de la familia Colón, quebraron la honestidad de Ponce hacia el rey Fernando o hacia Cisneros y viceversa. Ponce era hombre de confianza del Rey y socio, además, y fue reiterado en sus cargos varias veces y recompensado en forma de nombramientos y prebendas. Ponce de León llegó a reunir en su currículum tantos cargos y nombramientos como otros coetáneos suyos tenían por separado, por ejemplo, Cristóbal y Diego Colón, Diego Velázquez y Pedrarias Dávila, Nicolás de Ovando y Nuñez de Balboa. Una hombrada.
Otra hazaña fue la de ser un acérrimo emprendedor y nada conformista. Podría haber prosperado como granjero en La Española, donde tenía buena hacienda y rentas, pero prefirió continuar en busca de riquezas a otros lares, y la isla más cercana era Boriquén (Puerto Rico). La diferencia entre Ponce de León y otros colonos españoles en esta isla, es que él fue el primero en establecerse allí de forma perenne con su familia, casar allí a sus hijas y enterrar a su mujer, una indígena a la que llamaban Leonor. Una valentía.
Buen trato a los indios
Otra proeza se considera el inusual trato que daba a los indios, tanto en La Española, como en Boriquén, como más tarde sus intentos de aproximación en La Florida. Ponce no fue alguien feroz ni impío con los nativos. Cierto es que, cuando éstos se rebelaron él tuvo que guerrear contra ellos e imponer su fuerza, pero una vez calmadas las aguas, y sometidos, los empleó en la explotación de minas y contó con ellos para ampliar su propia fortuna y la de la Corona, pero siempre a través del diálogo con los jefes tribales, y a cambio de sueldos. No infligió en ningún caso esos crueles castigos a los que tanto alude la Leyenda Negra española. Para un indígena era mucho peor encontrarse con cualquier otro europeo que con un español.
Establecido en Boriquén, seguía inquieto. Su fuero interno le pedía más aventura, llegar a ser también un adelantado y descubrir una tierra nueva. Y así se dio el caso, con matices, de cómo Ponce llegó a Florida.
Osada simpleza la versión de ese cronista que, con cierto desdén hacia el navegante vallisoletano, insinúa que la principal intención en esta expedición es el hallazgo de la fuente de la eterna juventud. ¿Quién puede creer que Ponce de León, esforzado caballero, de ánimo invencible, igual que su fe, pusiera dinero de su faltriquera y de la del Rey, tres barcos cargados y seis meses de travesías para ir en busca de un mito así de vano?
No quiere esto decir que la leyenda no existiera en ambientes indígenas, de hecho, es una llamativa invención, pero que el objetivo de la misión de Ponce no era ese, es una certeza.
Pero sí llegó a tierra firme, sí, un nuevo subcontinente, aunque él no lo supo entonces. Pisó esas playas el día de la Pascua Florida de 1513, y llamó así a esa frondosa llanura y la tomó en posesión (aunque hubiera nativos presentes en ella, como siempre pasaba, y lo llamaran descubrimiento).
Para ver qué más había, siguió explorando hacia el sur, y una de esas jornadas, bordeando la península floridana, su experimentado piloto Antón de Alamillos, vio que el viento era favorable, pero notó que el barco retrocedía.
El verdadero descubrimiento
Y este fue el verdadero descubrimiento, y la mejor epopeya posible para el Imperio español, la de poner en conocimiento de todo navegante hispano la existencia de una fuerte y cálida corriente procedente del Golfo, que recorría La Florida, y tomaba dirección hacia mar abierto, pudiendo impulsar los navíos rápidamente hasta Europa. Así, se encontró esa extensa pista por la que nuestros barcos surtieron al Imperio de riquezas del Nuevo Mundo durante siglos. Un éxito.
En su segundo viaje para poblar esas tierras floridas, una flecha indígena y una herida mal curada, hicieron que Ponce de León tuviera que desviarse hasta San Cristóbal de la Habana, y dejara marchar allí su vida sin alcanzar el merecido laurel que buscaba. Pero su carácter conquistador es lo esencial de su figura y de su legado.
Colonizador de La Española e isla de San Juan, descubridor de Florida, fundador de las ciudades Salvaleón y Caparra, regidor de San Juan de Puerto Rico, gobernador de la isla de San Juan, capitán de esta isla y contra los indios caribes, Adelantado de Florida y Bimini, guerrero en La Española, Puerto Rico y Florida… Y con todo eso en su haber para la Gloria de España, apenas existen unas pocas calles con su nombre en este país y aún menos monumentos en su honor.
Siendo que Ponce de León da nombre a pueblos, avenidas, parques, estatuas, sitios arqueológicos, faros, museos, mausoleos e incluso a asociaciones culturales en la República Dominicana, Puerto Rico y Estados Unidos, podría pensarse que es más querido allende los mares que aquí.