Fue con un libro de Siruela entre las manos, como César Sanz (Valladolid, 1968) y Gabriel Candau comentaron la posibilidad de crear su propia editorial hace veinticinco años. Compañeros del Instituto Zorrilla en el curso de COU, mantuvieron el contacto y la amistad con el paso del tiempo, hasta que aquel sueño improvisado les hizo dejar de lado sus quehaceres en 1997 (sendos doctorados que preparaban, en Filología Hispánica el primero y en Filosofía el segundo). Así nació Difácil, una editorial independiente, con la calidad y el rigor como sello de identidad, que en su infatigable búsqueda de nuevos talentos cobijó los estrenos literarios de autores hoy ampliamente reconocidos, desde Reyes Calderón hasta Fernando del Val, pasando por Vicente Álvarez, Alejandro Cuevas o Ángel Vallecillo, por citar solo a algunos del centenar de escritores que conforman su catálogo. Candau dejó el proyecto en 2003, y ahora César Sanz celebra las bodas de plata de Difácil a lo grande, con un homenaje que mañana domingo pondrá el broche de oro a la 55 Feria del Libro de Valladolid, a partir de las 19.00 horas en el salón principal del Círculo de Recreo.
¿Cómo fueron los inicios de la editorial?
Fueron tiempos de aprendizaje, porque la gente del sector normalmente ha trabajado antes en otra editorial, ha hecho un máster especializado o está vinculada con el mundillo, pero no era nuestro caso: nosotros empezamos por arriba del todo. Eran años en los que la cultura estaba muy viva, había mucho interés por ella. Aunque ahora parezca extraño, las conversaciones sobre lo último que habías leído o visto en cine, o sobre la próxima conferencia que iba a celebrarse en la ciudad, eran algo muy habitual. Mucha gente escribía, hacía fanzines, existían muchísimos grupos… La cultura estaba muy viva y nosotros conocíamos a gente que estaba haciendo cosas muy interesantes.
¿Cómo se aprende a ser editor desde cero, de forma autodidacta?
Es así. Realmente lo único que tienes que tener es una capacidad lectora y una disposición, porque lo que sí se aprende luego es lo que es el negocio de la edición. Cualquier lector, en cierta manera, está fijando su propio canon en su cabeza con sus lecturas. En Difácil tenemos nuestro propio canon, pero proponemos uno nuevo de acuerdo a todo lo que nos llega, y a lo que elegimos publicar dentro de ello.
¿Se puede trabajar el gusto editorial, o es algo que se basa en la intuición o las corazonadas?
Nunca sabes cómo va a funcionar un libro. Siempre tengo presente una imagen: los editores están ahí, al menos los más comerciales, en un garaje a oscuras, con una venda en los ojos y un bate en la mano, y hay una piñata. Todos esperan y de vez en cuando suena un bate surcando el aire. De repente alguien dice: ¡Ha caído!, ¿Y qué ha caído? Por ejemplo la narrativa erótica para mujeres o la novela negra bizantina, y todo el mundo va allí en masa a golpearle.
Revisando su catálogo, parece ajeno a las modas de cada momento.
Eso espero. En una trayectoria de 25 años mucho puede quedarse anticuado, pero creo que si hoy coges los primeros libros que sacamos, y los vuelves a poner como novedad en el mercado, la gente no se preguntaría esto qué es. Tiene su sentido.
¿Cómo surgió el nombre?
Tiene algo del aspecto lúdico que también impregna el nombre de otras editoriales, como Lengua de Trapo, La Uña Rota… Estábamos barajando un montón de nombres sin decidirnos por ninguno, y una sobrina de Gabriel dijo: ‘Esto es difacilísimo’. Así era también el proyecto de la editorial, nos gustó y ahí se quedó.
¿Cómo fueron los primeros pasos?
Para darnos a conocer organizamos un concurso para publicar un libro de cuentos llamado ‘El ciprés azul’. De aquella primera convocatoria salió gente como Vicente Álvarez, Pedro Quiñones o Juan Sendino, que fue quien ganó y comenzamos publicando su ‘Pollo canalla y otras diez pepitorias’. El concurso solo lo convocamos el primer año, porque enseguida la cosa empezó a andar sola y nos empezaron a llegar muchos originales. Aquello lo retomó después Rafa Sagarra desde el Café Compás. Luego la primera novela que publicamos fue ‘El pequeño catálogo de piratas y soledades’ de Vicente Álvarez, que durante mucho tiempo ha sido el buque insignia de la editorial, y que luego reeditó Roca Editorial como ‘El secreto del pirata’.
¿Qué ha sido lo más difícil para Difácil en estos 25 años?
La supervivencia. Cada año pienso que es el último, que ya no voy a llegar, que toca el cierre. Ya en el primer lustro tuvimos unos años de pocas publicaciones, porque no salían las cuentas ni los cuentos, y vivimos una crisis muy grande que nos llevó a separarnos, Gabriel y yo, a finales de 2002. Los primeros libros que saqué yo solo ya eran de 2003.
¿Qué le hizo en ese momento seguir adelante, ya en solitario?
Yo confiaba muchísimo en el proyecto, estaba aseguro de que iba a salir adelante, porque confiaba en nuestros autores. Siempre he dicho: ‘Fulanito o menganita, en algún momento, por justicia poética tienen que funcionar’. No recuerdo qué me movió a seguir, pero sé lo que me mueve cada día: pensar que el proyecto merece la pena.
¿Cómo podrían ayudar las administraciones o instituciones a preservar la labor tan arriesgada de pequeñas empresas culturales como esta?
Lo que necesitamos es que la masa lectora se mantenga. Lo que se le pide a la Administración es que mantenga viva la llama de la cultura, porque tú no puedes decirle: ‘Apóyame a mí, que mi proyecto es muy bueno’, porque el resto diría que el suyo también. Ahí tenemos que ir todos juntos, flotando en una corriente que nos lleve, que nos permita avanzar, y eso se logra haciendo que la llama de la cultura no decaiga, aunque hoy por hoy creo que las administraciones han abandonado esto.
¿Qué sueños tenías cuando arrancaste y qué balance haces de esta trayectoria 25 años después?
Si echo la vista atrás, o incluso adelante con lo que sé que voy a sacar próximamente, y miro en el catálogo los nombres de los autores y los libros que están ahí publicados, creo que la propuesta ha sido muy interesante. Además hemos mantenido la antorcha de la edición y de ser una referencia regional durante mucho tiempo, cuando no había más. Y lo hemos hecho con dignidad, porque no ha sido un cajón de sastre. Si vas extrapolando nombres, uno a uno, hay mucha gente que ha salido de nuestro catálogo.
¿Cómo sobrevive una editorial independiente a tantas tormentas perfectas como ha vivido el sector del libro en este tiempo?
El libro no es una industria de entretenimiento porque creo que va más allá, pero ese componente está ahí. No puedes estar de espaldas al público lector. Y ahora tenemos una competencia feroz, no solo por las series, sino porque el que antes era buen lector y echaba una hora al día de lectura, ahora entre el WhatsApp, Instagram y las redes sociales ese tiempo lo tiene perdido. Además en cierto modo se ha perdido el prestigio de la cultura; si en los 80 alguien te preguntaba si habías visto la última película de Kubrick y no le conocías, te ponías las pilas porque todo el mundo de tu entorno estaba en una corriente y no querías quedarte al margen.
¿Eso tiene vuelta atrás?
Yo creo que sí. Esto es la ley del péndulo, además no creo que sea un fenómeno universal. El desprecio por la cultura es una cosa muy española. Si vas a los países hispanoamericanos, allí hay unas ganas de saber, de hacer, un prestigio por la cultura, una necesidad de estar ahí dentro… Porque saben que la cultura salva, que es un ascensor social, y eso también se ha perdido aquí. Antes el conocimiento te permitía cambiar de estatus o de nivel social.
Formado en Filología y dedicado profesionalmente al sector del libro, ¿cómo vive la actual crisis de las Humanidades en el sistema educativo?
Me parece absolutamente escandaloso. Las Humanidades, por definición, son lo que te hace miembro de una cultura. Si sacrificas eso, ¿qué eres? ¿Cuál es tu herencia? ¿Cuáles son tus referentes? ¿Hacia dónde vas? Uno tiende a pensar que es una cosa dirigida para hacer votantes tontos, pero yo creo que no, que simplemente es que hemos tenido una temporada con políticos malos, que son incapaces de ver más allá de sus cuatro años. No puedes desarrollar un proyecto cultural pensando en que te tienen que reelegir dentro de tres años, porque esto es una cosa que uno inicia y otro sigue. Es decir, yo no soy el editor, yo soy un editor entre cientos que ha habido y ojalá que los siga habiendo. A Fabio de la Flor, de Delirio, le comentaron una vez que estaban apareciendo muchas editoriales y él dijo: ‘Esto es una carrera de relevos, sale una a la que le da el testigo otra, echa una carrerita hasta allí, cae y otro se lleva el testigo’. Con las Humanidades sucede lo mismo, somos miembros de una cultura y necesitamos unos referentes. Si te quitan eso, ¿qué eres?
¿Cuáles son, a su juicio, las principales señas de identidad de la editorial?
Calidad, apuesta por gente nueva y fresca, buena relación con los autores, un trato familiar y de amistad, confianza en cada uno… Tenemos colecciones pero no hay una línea que restrinja la creatividad, hemos dejado hacer.
El equilibrio entre narrativa y poesía ¿es algo que tenía claro desde el principio?
No, salió así. Cuando empezamos nuestra idea era que iba a ser una editorial de narrativa, pero soy lector de poesía. Siempre me ha gustado y es un género potente. Fuimos sacando cosas, lo primero fue un poemario de Fernando Menéndez, y uno de los primeros que publiqué ya en solitario fue ‘Teoría de la luz’, de Eduardo Fraile, que es un libro precioso. Ahí empecé a sacar más, y accedí al premio Martín García Ramos de poesía para jóvenes autores, que me ha motivado mucho para profundizar en el catálogo poético. Es una línea que nos ha dado muchas alegrías en las ventas.
Son bastantes los autores que empezaron con Difácil y que luego se fueron a una editorial más grande. ¿Qué sabor de boca le deja eso?
Muy bueno. Siempre he tenido claro que soy una editorial pequeña, en cierto modo un trampolín. Si tú tienes la suerte de crecer con los autores, fenomenal, pero no les puedes privar de sus oportunidades. Yo siempre les advierto de que no estamos casados, o sea que si tú en un momento dado te vas, yo encantado, y si tú en un momento me traes algo que no me cuadra, tú encantado también. Pero me gusta seguirles, aunque ya no estén con nosotros.
Mirando el catálogo parece que ha ido conformando una gran familia.
Sí, era una cosa que tenía en mente desde el principio, lo de formar un grupo. Para mí era importante. Ya son muchísimos autores los que conforman el catálogo, y es imposible que todos se conozcan, pero son bastantes los que, en algún momento, han establecido contacto, y eso me gusta.
¿De qué está más orgulloso en estos 25 años? ¿Y qué es lo más frustrante?
De lo que he sacado. Me pone muy contento. Cuando me vengo abajo y miro todo lo que he ido sacando, me levanta el ánimo. Lo más frustrante de un editor no solo es elegir, sino que tienes una responsabilidad; debes sacar su libro al mercado, cuidarlo y proyectarlo, que esos libros vivan gracias a ti, y cuando ves que no llegas donde quisieras eso te frustra mucho.
¿Cómo ha cambiado el mercado editorial desde el 97 hasta hoy?
Se ha constreñido. Hemos vivido mucho tiempo del cadáver de la imprenta, que es triste decirlo, porque al principio la impresión era carísima y ahora es más barata. Las nuevas tecnologías de impresión te permite hacer tiradas más contenidas y muy rápidas, para ver cómo funciona un libro, con lo cual el stock que va a quedar será más residual. No es como antes, que teníamos que afinar mucho.
¿Y en el hábito lector?
He notado mucho la pérdida de lectores y el desprestigio del sector. Esto no es una percepción, sino un hecho. Las ventas van cayendo paulatinamente, aunque a veces tiramos para arriba, pero es un mercado que cada vez se está comprimiendo más.
Forma parte del Gremio de Editores de Castilla y León, ¿Cómo es el ambiente en la agrupación?
Nos llevamos muy bien y el ambiente en el Gremio es muy bueno. La gente siempre está dispuesta a echarte una mano. Yo creo que nadie se ve como competencia, y que está generalizada la sensación de que todos vamos en el mismo barco. Pondría la mano en el fuego para decir que cada alegría que se lleva alguien nos la llevamos todos. Yo creo que en el sector todo es muy bonito excepto los números.
¿Cómo recibió el anuncio del homenaje de la Feria del Libro?
Con mucha ilusión. Más si cabe porque sé que los libreros lo han recibido bien y que los promotores han sido mis autores. Eso me gusta.