La época gremial de Valladolid no pasa inadvertida para los ojos de los viandantes en pleno 2022. Sus huellas recorren toda la ciudad, en mayor o menor medida, con pequeños rastros que quedan de la época y que todavía hoy mantienen el vivo recuerdo de los pequeños talleres, negocios y casas de maestros artesanos y comerciantes.

Una de esas señas que todavía quedan patentes son las famosas mirillas. Unos pequeños agujeros que estaban en los techos de los soportales de la Plaza Mayor o de calles como Lencerías, Platerías o frente a la famosa plaza de Fuente Dorada.

Precisamente, en estos últimos es donde se encuentra la mirilla más original de todas que ha sobrevivido a las innumerables reformas que han ido sufriendo los edificios a lo largo de todos estos años. Muchas de estas calles coinciden en que llevaban los nombres de los oficios que allí se desarrollaban, según explica a este periódico Beatriz Herreras Torres, guía oficial de Castilla y León.

En esos talleres, la planta baja era el lugar donde se llevaba a cabo el trabajo, la venta o el servicio. Por aquel entonces, era típico que el propio artesano viviera en la primera planta con sus familias e incluso los aprendices a los que debían dar hogar, alimentar y enseñar la doctrina cristiana durante el transcurso de formación que duraba varios años, y ahí es donde entran en juego estas mirillas.

Estos curiosos agujeros en los techos de los soportales servían para que los artesanos pudieran ver a través de ellos, sin bajar de sus casas, quien llamaba a las puertas de sus talleres a pie de calle, según marcaban las normas de los oficios. De esta manera, bajaban a la planta baja para realizar la venta o, incluso, en algunas ocasiones, abrían para que el cliente subiera a su casa-taller para dar el servicio correspondiente que desarrollasen.

Todo tiene su origen en el siglo XIII, cuando en lo que hoy conocemos como la Plaza Mayor, se creó la plaza del Mercado, el centro neurálgico del comercio en la ciudad. A pocos metros, en la hoy denominada plaza de Fuente Dorada, se estableció la que por aquel entonces denominaban los vecinos como ‘gallinería vieja’.

Es entre estos lugares, que aunaban toda la actividad mercantil de la ciudad, en los que se establecieron los talleres, comercios y tiendas donde la actividad artesanal y comercial eran un claro signo identificativo. Las mirillas recorrían los techos de los soportales de la Plaza Mayor, la calle Ferrari y la plaza de Fuente Dorada.

Esta estructura del taller en la planta baja y las viviendas justo encima se mantuvo varios siglos, hasta los años 30 del siglo XX. Con la llegada de la Guerra Civil española 1936, los vestigios de la Valladolid gremial fueron desapareciendo, aunque algunas de sus huellas aún perduran en nuestros días y están a la vista de los viandantes que por allí pasean.