Volvimos a Montemayor y sus fiestas tras dos años de sequía taurina. Y lo pasamos de lujo. Las atenciones permanentes de María José, Gema (y su pequeño Gonzalo, con el sempiterno recuerdo de Roberto 'Fisi'), Javi, Diego y Raúl, nos permiten poder decir con orgullo de su amistad.
Son muchos años tratando con esta familia taurina, y las numerosas visitas a Montemayor nos vienen a demostrar de su afecto y cariño. Gracias, amigos.
A eso de media tarde, Natalia (nuestra gráfica) y Alberto, su marido, y un servidor, llegábamos a la cafetería de Oscar (Bar La Torre) para degustar su exquisito café. Nos atendió su padre, porque él y su madre ya estaban con su puesto habitual de chuches en las puertas del coso de palos (una joya de la tauromaquia popular).
Y a punto de comenzar el festejo saludamos a los novilleros que componían el cartel: Juan Ignacio Sagarra, el vallisoletano de la escuela de Salamanca. Juan Pérez, de la de Palencia y a Bruno Martínez un navarro perteneciente a la escuela de Rioseco. Por allí estaban Justo y Chema, de la Federación Taurina, el maestro Santiago Luguillano, los ganaderos Pepe Mayoral (empresario del festejo), César Mata y Raquel y Cholo representando a la ganadería local de Montebayón. Y el alcalde, Iván Velasco, quién presidió el festejo.
El festival taurino
Se lidiaron tres erales magníficamente presentados, manejables y bravos, cada uno en su medida. Pero lo cierto es que a los chavales les sirvieron perfectamente para acomodarlos a su toreo; algunos más nuevos, junto a otros mas hechos en el difícil oficio, como el del palentino Juan Pérez, al que se lo notó estar preparado para dar el salto al escalafón de novilladas con picadores.
Juan Ignacio Sagarra (de la familia de los ganaderos del Raso de Portillo) cortó una oreja eral de César Mata. Otro apéndice paseó por el bello coso de palos Juan Pérez del novillo de Pepe Mayoral, que fue premiado con la vuelta al ruedo. Un eral bravísimo, noble y con mucho fondo y fijeza. Y dos orejas cortó Bruno Martínez al eral de Montebayón.
Detalle del usía (Iván Velasco) para los jóvenes novilleros, que fueron obsequiados con una bolsa con productos locales. Gentío inmenso entre los palos del coso, y lleno en las gradas con mucha chiquillería, lo que le da a esta peculiar y tradicional plaza de toros un aire de frescura y esperanza para la tauromaquia local.
La pasión por el toro en Montemayor y La Empalizada
Sin duda, las fiestas de La Cruz de esta localidad, con sus festejos taurinos, se viven con auténtica pasión. Porque, después del festival, se soltaron varios toros y vacas para la capea popular, donde los arrojados aficionados se medían, entre carrera y carrera, con novillos cuajados y con sus caras enseñando las puntas de los pitones.
Y de esta afición desmesurada en torno al toro, parte de culpa la tiene la Asociación Taurina y Cultura La Empalizada, que cuenta con más de 200 socios, en una localidad que no llega a los mil habitantes. Y que en fiestas y verano casi triplica la población. La asociación se creó para darle esplendor y color a su plaza de palos (de ahí La Empalizada) y para que fuera declarada B.I.C. (Bien de Interés Cultural por la Junta de CyL). Objetivo que se cumplió hace años.
La peña de Dani y Pablo
Luego de tomar unos 'chismes' en la peña de Dani, el hermano de Raúl Redondo, nos fuimos a la convidada cena que nos ofreció en su casa María José, tesorera de la asociación y mujer admirable, generosa y bondadosa donde las haya. Allí nos reunimos Gema y su hijo Gonzalo, Diego Olmedo, Raúl Redondo, Javi (el presi), Natalia, Alberto y la anfitriona, que no paró de servir manjares. Pablo, su marido, estaba con su peña (las hay a decenas en Montemayor) dirigiendo una peculiar banda que entonaban un canto y una 'coreografía' al estilo de los moros y cristianos, que causaba sensación y sonrisas entre el gentío del encierro nocturno; diversión a tope, en suma.
La opípara cena
Unos tomates aliñados al centro, de la huerta de María José y Pablo (de esos que no se encuentran en las fruterías). Una fuente de embutidos variados, y de plato fuerte una gran bandeja con carrilleras al horno, guarnecidas con patatas panadera y cebolla confitada.
Impresionante el sabor y deleite de los tres productos referidos. Y por si nos quedábamos con hambre, -uno que está acostumbrado a plátano y yogurt de cena- María José había puesto al horno los famosos chorizos caseros que también fueron engullidos con auténtica fruición.
El encierro nocturno que se alargó hasta las dos de la madrugada
Fue completo el día en torno al culto al toro. Y tenía que finalizar con el encierro nocturno y la suelta de dos novillos cuajados que daban pánico cada vez que pasaban junto a la ventana de la casa donde nos ubicó Raúl, el amigo Diego de Pablo, el hijo de 'El Rubio'. Gracias por el trato, Diego.
Fue una odisea, porque los toros salieron en veloz carrera, justo de los corrales contiguos a nuestra ubicación. Era un ir y venir con los mozos más atrevidos arriesgando en lances, con un gentío impresionante entre las talanqueras por la calle que desemboca en los corrales del coso de palos. Y algunos subidos a un robusto árbol de la plazuela donde se soltaron de toros.
El encierro fue a la hora bruja, con temperatura ya fresquita. Y a eso de la 1.30 de la madrugada se procedía a soltar a los bueyes para encerrar a los toros, pero, !quiá¡ Se emplazaron en la plazuela, nunca mejor dicho, y no hubo forma humana a pesar de los intentos de Pepe Mayoral, sus ayudantes y algunos mozos de las peñas conocedores de estos encierros. Por fin, pasadas las 2 y pico de la madrugada, y una vez ensogado uno de los toros, pudimos salir de la casa y poner rumbo a Pucela.
Gracias, Montemayor, gracias, La Empalizada, por vuestro exquisito trato. Volveremos para las jornadas en La Martina.