La ciudad de Valladolid fue testigo de la boda que puso la primera piedra de la construcción de España como nación. El 19 de octubre de 1469, hace 553 años, los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, más conocidos a partir de ese momento como los Reyes Católicos, se desposaron en el Palacio de los Vivero de la ciudad castellana en una ceremonia casi clandestina y sin ningún tipo de suntuosidad al no contar con la bula papal que necesitaban para casarse según la doctrina eclesiástica.
El motivo que impedía el enlace no era otro que la consanguineidad, aunque lejana, de los cónyuges. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón compartían bisabuelos: el antiguo rey Juan I de Castilla y su consorte, Leonor de Aragón, por lo que eran primos lejanos. La imposibilidad de llevar a cabo la boda por la vía oficial y de obtener la necesaria bula papal para la misma no frenó a los dos monarcas, que veían en esta boda el principio de una alianza muy favorecedora para sus intereses.
Una unión fundamental para Castilla y Aragón
El enlace celebrado en Valladolid era de vital importancia para ambos monarcas y representaba una forma de consagrar definitivamente su poder. En el caso de Isabel de Castilla, a la muerte de su padre, Juan II, había ascendido al trono su hermanastro Enrique IV en 1454, cuando Isabel solo tenía tres años, pero la tranquilidad de su reinado no duraría mucho.
En 1464 estalló una revuelta contra el monarca impulsada por un grupo de nobles que se oponían a las pretensiones de Juan II de nombrar sucesora a su hija, Juana La Beltraneja. Estos nobles castellanos eran partidarios de que fuese Isabel la heredera y, finalmente, Enrique lo aceptó, aunque se reservó el derecho de concretar él su matrimonio, en virtud de lo acordado en el Tratado de los Toros de Guisando de 1468.
Pero los intentos de Enrique de desposarla con Carlos de Viana, Alfonso V de Portugal, Pedró Girón y Carlos de Valois fueron en vano y el monarca de la Corona de Aragón, Juan II, entró en escena para tratar de acordar su enlace con su hijo Fernando, que Isabel veía como el mejor candidato debido a la importante alianza en que desembocaría su matrimonio, uniendo a los dos territorios más extensos de la Península Ibérica.
La boda que puso la primera piedra de España
La mayor dificultad para que el enlace se produjese -además de la oposición de Enrique IV al mismo y el hecho de que vulnerase el Tratado de los Toros de Guisando- era que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón compartían bisabuelos: el antiguo rey Juan I de Castilla y su consorte, Leonor de Aragón, por lo que eran primos lejanos. Esto contravenía la doctrina eclesiástica y se hacía necesaria una bula papal que permitiera el matrimonio.
La negativa del Papa Paulo II a expedir esa bula, por los conflictos que pudiera acarrearle con algunos de los reinos implicados en esta controversia, llevó a que personas del entorno de los dos interesados falsificasen una bula, supuestamente emitida por el anterior pontífice, Pío II, en la que se permitía el matrimonio hasta el tercer grado de consanguineidad.
El siguiente paso, una vez conseguido el documento, era reunir a ambos pretendientes para celebrar el enlace. Ante la preocupación de ambos por la férrea oposición de Enrique IV, Fernando decidió trasladarse de forma clandestina de Aragón a Castilla, disfrazado de mozo de mula de un grupo de comerciantes.
El obispo de Segovia, convencido por la falsa bula, permitió el enlace e Isabel y Fernando, con 18 y 17 años respectivamente en aquel momento, se casaron en la conocida como Sala Rica del Palacio de los Vivero de Valladolid, el 19 de octubre de 1469. El matrimonio se consumó esa misma noche y los recién casados pasaron unos días en el Castillo de Fuensaldaña, a poco más de 8 kilómetros de la ciudad.
Tras conocer las circunstancias del enlace, Enrique IV entró en cólera e Isabel y Fernando fueron excomulgados. Pero la situación se resolvería con prontitud. En 1471, el nuevo Papa Sixto VI envió al cardenal Ricardo Borgia para establecer un trato: les entregaría la bula papal oficial que consagrase su matrimonio a cambio de que los monarcas concedieran la ciudad de Gandía y el título de duque a su hijo, Pedro Luis Borgia.
La Bula de Simancas, en honor a la localidad vallisoletana donde fue entregada, oficializó definitivamente el enlace a ojos de la Iglesia en 1471 y los monarcas cumplieron su parte del trato en 1485. Se consagraba así un enlace que puso la primera piedra de la futura nación española y, con ello, de las hazañas de un Imperio en el que llegó a no ponerse el sol.