Las maletas de Laura Hamilton están cargadas de emociones y recuerdos. Ella es una mujer de Los Ángeles que hace ya 30 años decidió mudarse a otro país, a otra ciudad y, concretamente, a un pueblo: Ciguñuela. El cambio es peculiar. Los Ángeles siempre ha sido un lugar de famosos, glamur y mucho cine. Sin embargo, este pequeño pueblo de Valladolid es desconocido para muchos ya que, según las cifras de 2018, solo cuenta con 381 habitantes.
Su historia está marcada por la música. Todo comenzó cuando a su exmarido, que tocaba el trombón bajo, le salió una oferta de trabajo en la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Un empleo al que no pudo resistirse y, sin miramientos, decidieron envolver toda su vida y recorrer los más de 9.000 kilómetros que separan ambos lugares.
Empezaron a vivir en el centro de la ciudad, después se mudaron al barrio de Parquesol, pero tras varios años se dieron cuenta de que eso no eran lo que querían. Ella viene de una casa “muy americana” con un “enorme patio” y notaba que era una de las cosas que le faltaban en su vida. Por ello, cogieron el mapa y analizaron los pueblos que estaban más próximos a la capital. Ahí, justo en ese momento, la mirada se fue hasta Ciguñuela, que se ubica a poco más de 12 kilómetros.
Los motivos para su traslado a un pueblo eran varios. Por una parte, ambos son músicos y los cuatro hijos que han tenido también. Esto implica que necesitan “hacer ruido” para poder ensayar, algo que en la ciudad es complicado. En contraposición a esto, Laura mediante una gran carcajada reconoce que le gusta mucho “la tranquilidad” y se declara fan del “silencio”, ya que pasa numerosas horas ensayando con su instrumento: la viola. A ella no le hacía “ilusión” comprar un piso, quería “tierra, una huerta, animales, campo y los niños en libertad”.
La casa en la que habitan a día de hoy tiene “un salón grande” donde han hecho talleres o reuniones. Recuerda que en sus años viviendo en la ciudad, muchos vecinos le decían que se iban al pueblo a pasar el fin de semana, a ver a los abuelos o a disfrutar de la paz que otorga el campo. “Yo no tengo familia aquí, pero quería un sitio donde construir una base, que mis hijos puedan irse y saber que siempre tienen ese lugar al que volver”, afirma Hamilton.
Una de las peculiaridades que más le llamó la atención fue que en Europa había “muchas iglesias y edificios de piedra”. Su casa es de “adobe con muros de un metro de anchura”. Cuando la compraron, estaba casi en ruinas porque llevaba décadas vacía y tuvieron que hacer una reforma absoluta. Laura narra cómo fue el momento en el que se decidieron por esa casa: “Yo sabía que quería algo que tuviera historia. Hay muchos pisos y chalets idénticos, eso siempre va a estar ahí, yo buscaba algo especial y diferente. Una casa única”.
La realidad es que le “encanta” la vida en Ciguñuela. Los inviernos son fríos, pero se han sentido “muy bien acogidos”. Solo hay un colegio, que cuando llegaron "estaba en peligro de cerrar por la falta de niños”, pero al que han acudido sus cuatro hijos y donde han estado siempre “muy contentos”.
Cierto es que la pandemia del Covid-19 también les ha ayudado a entender un poco mejor lo importante que era el campo. Afirma que dos de sus hijos han vuelto a casa y que les dio la libertad necesaria para poder respirar aire puro en unos meses de encierro absoluto. Ella tiene claro que su vida está aquí: “Es un pueblo de artistas, todos los que vienen tienen algún hobby, taller o hacen algo especial y estar aquí te ayuda a enfocarte en ello”.
Laura y su familia ya sienten Ciguñuela como su “hogar” y, pese a que siguen viajando a muchas ciudades del mundo, su sitio está aquí. Un vínculo que comenzó con la música pero que les ha hecho que este pequeño pueblo vallisoletano sea el mejor lugar para construir los recuerdos de toda una vida.