“En la del Campo secular Medina, junto al rubio Castillo de la Mota que al cielo de Castilla yergue rota su torre, cual blasón de la ruina de aquella hidalga tierra isabelina, la de cruz y espadón, sotana y cota, que, allende el mar, en extensión remota, vendió su sangre al precio de una mina…” Miguel de Unamuno.
Antes de entrar en el s. XII, La Mota tuvo su momento de repoblación y de mejoras en su recinto fortificado. Tras sucesivas ampliaciones, la villa de Medina del Campo fue creciendo y la mole quedó como un perímetro emancipado de la ciudad.
Siglos más tarde, los católicos monarcas quisieron convertir La Mota en un auténtico bastión defensivo que plantara cara a los ataques musulmanes. Invirtieron una gran cantidad de recursos humanos, logísticos y económicos en su construcción y mantenimiento ya que pretendían convertirla en un emblema del poder de la corona. Además de ser una fortaleza defensiva, era una cárcel de lujo en cuyas celdas se encerraron prisioneros de postín, entre ellos, como es sabido, el cautiverio más famoso, el de Juana I, la reina de Castilla, profundamente enamorada de su marido, sumida en depresión, tímida e insegura, y que tuvo que padecer durante muchos años en La Mota la fuerte personalidad de su madre Isabel.
Pero además de esta ilustre huésped, La Mota tuvo otros presos de índole política y guerrera, como por ejemplo el hermano del conquistador Francisco Pizarro, Hernando, quien se alojó forzosamente durante dos décadas. Hernando era un hombre alto, corpulento y prepotente, y años atrás se enemistó de tal modo con Diego de Almagro, el socio de conquistas indianas de su hermano, que hasta ordenó estrangularlo en una celda de Cuzco antes de sacar su cuerpo a la calle y decapitarlo. Al poco, fue acusado en España de estar implicado no solo en esa muerte, sino también en la de su defensor, Diego de Alvarado, envenenado durante el proceso. Hernando Pizarro fue encarcelado en el Alcázar de Madrid y luego trasladado al Castillo de La Mota en 1541. Estando preso en Medina, ya con cincuenta años, se casó y tuvo hijos con su sobrina Francisca, pero sus actuales descendientes provienen de otra unión, con Isabel Mercado, con quien tuvo también un amorío estando preso en La Mota. Dio de sí la cárcel… Hernando fue liberado en mayo de 1561, embargado de bienes, multado a pagar cuatro mil ducados y vetado a volver a las Indias.
Otro afamado recluso de La Mota, y que curiosamente consiguió escapar, fue César Borgia, hijo de Rodrigo Borgia, que luego sería el famoso Papa Alejandro VI, como se sabe. Destinado a una carrera clerical, César fue nombrado obispo de Pamplona con dieciséis años, arzobispo de Valencia con diecinueve y cardenal con veinte. Tras la muerte de su hermano mayor Juan en 1497, lo sucedió como Capitán General de la Iglesia y pasó a reforzar la política militar y diplomática de su padre, orientada a la consolidación de los Borgia como una de las más poderosas familias de los estados italianos.
Pero a él le atraían más los asuntos de la guerra que los de la Iglesia, hasta el punto de que se suele afirmar que su carrera política y militar sirvieron de modelo a Maquiavelo para “El Príncipe”, obra en la que César es citado varias veces. Su lema “O César o nada” da cuenta de su ambición y su poderío, pero que de nada sirvieron cuando Gonzalo Fernández de Córdoba, “el Gran Capitán”, llegó a Italia para apaciguar las revueltas de las familias de la Romaña contra los españoles que vivían en Italia, o al menos, eso creía César. En realidad, Fernández de Córdoba llegó a Roma y lo arrestó por haber sido aliado de Francia contra el Nápoles español. César fue encerrado en Castel Nuovo y, tras el rápido beneplácito de los Reyes Católicos, Fernández de Córdoba lo metió en una galera y al poco tiempo desembarcaba en Cartagena para ser llevado directo al castillo de Chinchilla. Ya allí no se le veían buenas maneras, no... Gabriel Guzmán, el alcaide de esta fortaleza albaceteña, fue víctima de un… digamos donaire, durante una jornada en que el preso le pidió subir a la torre del homenaje para ver el paisaje y respirar. En un descuido, el Borgia empujó al funcionario con intención de arrojarlo desde lo alto, pero el hombre se reequilibró y pidió explicaciones al reo, quien fundamentó ser una broma y no una tentativa de crimen.
Ante esto, el Gran Capitán, decide trasladarlo al Castillo de la Mota, con la intención también de alejarlo de la costa valenciana, que era zona de influencia de los Borgia. Esta vez, el alcaide Gabriel de Tapia no cayó en sus redes tramposas, sin embargo, César consiguió escapar.
La versión más aceptada de la fuga narra que después de meses en el castillo medinense, disfrutando de lujos y comodidades, el Borgia se conjuró con el conde de Benavente para obtener ayuda exterior y fugarse. La ayuda interior la encontraría en el capellán del edificio y otros criados.
Así, una noche de 1506, el presidiario se descolgó por una ventana con una soga que, o era corta de fábrica o fue cortada en la huida, no se sabe, pero el caso es que dio con sus huesos en el suelo. Tampoco es que haya mucha ventana en La Mota, y además un foso rodea el edificio… Aun así, dolorido, llegó al caballo que lo esperaba, se reunió con el conde de Benavente y huyó hacia el norte de España fingiendo ser un comerciante. En pocos días, entre unos mercaderes vascos, llegaba en tres mulas alquiladas a Pamplona, su antigua sede episcopal, donde fue acogido por su cuñado el rey de Navarra, Juan de Albret, quien lo nombra capitán de los ejércitos de Navarra. Al año siguiente César Borgia falleció en Viana, en una emboscada traicionera en plena Guerra Civil de dicho reino.
En fin, Pizarro y Borgia, dos curiosos “fantasmas” para este castillo.