Eva Hernando-Monge sumará en marzo 23 años viviendo y trabajando en Nueva York. Y no en un trabajo cualquiera. Esta vallisoletana lleva una vida dedicada al estudio del cáncer, y en concreto, al mortal y peligroso melanoma. Su mente ávida de saber fue obligándole a hacerse preguntas sobre el cáncer y su curiosa forma de comportarse en el cuerpo humano y generar metástasis. Le fascinaba la forma en la que las células cancerígenas eran capaces de alterar su proceso natural y colonizar tejidos.
Y así, desde una modesta vivienda obrera del barrio de XXV Años de Paz, Eva comenzó sus estudios en su Valladolid natal, para luego trasladarse a Madrid y conseguir una beca que le cambiaría la vida. A partir de aquí, su historia es una de esas que tanto se cuentan en el cine del otro lado del charco. El sueño americano. Pero el sueño de quién lo trabaja, del que va paso a paso, avanzando, compitiendo y siendo la mejor.
Así se lo enseñaron sus padres, un trabajador de la Renault y una ama de casa, que en los 60 abandonaron su pequeño pueblo soriano, Soto de San Esteban, para buscar un futuro mejor en la urbe vallisoletana. Los padres de Eva le inculcaron a ella y a sus dos hermanas el concepto del trabajo duro y la disciplina. Como trabajadores incansables intentaron dar a sus hijas la mejor educación que tuvieron a su alcance. Eva está muy orgullosa de esos orígenes y aún más agradecida de la oportunidad que le brindaron y que ha hecho que pueda estar entre las grandes investigadoras de Estados Unidos, con su propio laboratorio dedicado al melanoma, uno de los cánceres más mortíferos del mundo.
Con siete horas de diferencia horaria, esta prestigiosa investigadora atiende a EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León para hablar de su extensa carrera, su labor científica, de la situación de la investigación en España y, como no, de Trump.
Pregunta.- ¿Cómo se pasa de estudiar Ciencias Químicas en la Universidad de Valladolid a ser decana asociada del Departamento de Patología y Ciencia Básica del NYU Perlmutter Cancer Center?
Respuesta.- Comencé en 1989 la carrera de Ciencias Químicas y estudié hasta tercero en la Universidad de Valladolid, y en cuarto de carrera me trasladé a la Universidad Autónoma de Madrid en 1992, donde cursé los dos siguientes años hasta completar la especialidad en Bioquímica y Biología Molecular. Allí también hice mi tesis y el doctorado. Por esa misma época, lo que entonces era Caja Madrid me otorgó una beca de formación postdoctoral en el extranjero, con un convenio entre el CNIO y el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center in New York. Así que me trasladé a Nueva York en marzo del 2000 y aquí me quedé. En el Memorial Sloan-Kettering me formé como postdoctoral, pasé a ser un ‘research associate’, que es el equivalente a un científico junior, en el laboratorio del médico y oncólogo Carlos Cordón-Cardó. En ese tiempo también colaboré con el Doctor Scott Lowe en Cold Spring Harbor Laboratories, hasta 2006, cuando me contrataron como profesora de la New York University (NYU). Una vez aquí, en la academia estadounidense se va subiendo en el ranking. Primero lo hice como academic assistant processor, en un laboratorio independiente, en el departamento de Patología de la NYU Grossman School of Medicine. Después vas avanzando y llegas a lo que sería el equivalente de catedrático y distintas posiciones de responsabilidad. He sido directora asociada del Perlmutter Cancer Center y ahora soy decana asociada de investigación en la Escuela de Medicina de la NYU.
P.- Por si fuera poco creó su propio laboratorio de investigación también sobre el cáncer. ¿Cómo surge? ¿Qué se investiga el Laboratorio Hernando?
R.- Este laboratorio existe desde el año 2006. La academia en Estados Unidos funciona de manera que, cuando uno termina su formación, que incluye no solamente la universidad, sino la etapa postdoctoral, dependiendo de tus éxitos y logros, entras en una competición por posiciones de jefe de laboratorio independiente. Estas suelen estar asociadas a un puesto académico como profesor asistente. Así es como empiezan los investigadores en Estados Unidos. En esa época yo realicé entrevistas en varios lugares como Filadelfia o Boston, pero elegí Nueva York por razones laborales y personales. En mi laboratorio investigamos el melanoma como modelo de cáncer metastático.
"En el cáncer, el proceso celular se altera. Eso hace que las células no respondan a los estímulos de parada y empiecen a dividirse de forma incontrolada"
P.- ¿Cómo se crea un laboratorio propio?
R.- Como investigador independiente uno primero se pregunta cuáles son las preguntas clínicas y biomédicas que quieres abordar en tu laboratorio. Yo me formé en la Universidad Autónoma de Madrid y mi tesis trata sobre el estudio de un parvovirus, cuyo ciclo tiene que ver con el ciclo celular. El ciclo celular una especie de reloj biológico que tienen nuestras células para saber cuándo dividirse, cuántas veces y cuándo dejar de hacerlo. Así es como sucede en un funcionamiento normal. Pero en el cáncer, el ciclo celular se altera. Eso hace que las células no respondan a los estímulos de parada y empiecen a dividirse de forma incontrolada. Siempre me fascinó cómo funciona este ciclo celular y esto me llevó a mi formación postdoctoral, para seguir estudiando qué mecanismos biológicos regulan ese ciclo y qué hace que las células entiendan cuándo hay que parar o seguir adelante en la división celular. Más tarde seguí haciéndome preguntas sobre el cáncer y por qué las células, una vez que han formado ese tumor, son capaces de diseminar, empezar a crecer y a colonizar tejidos distales, un proceso conocido como metástasis.
Explico todo esto para que se entienda que uno no empieza un laboratorio de la noche a la mañana. Lo que se hace es construir sobre tu propio conocimiento, que has ido adquiriendo en los últimos años y basado en el conocimiento acumulado por muchos investigadores. Como se suele decir, ‘caminamos a hombros de gigantes’, es decir, acumulamos el conocimiento de otros antes que nosotros, de los que aprendimos y sumamos el que vamos adquiriendo en nuestra trayectoria vital. Con todo esto y los recursos técnicos necesarios, nos hacemos nuevas preguntas y atraemos a estudiantes y a otros postdoctorales para abordar esas preguntas.
Con esa premisa establecí mi laboratorio en NYU, preguntándome sobre la metástasis
y eligiendo el melanoma, porque es un tumor excepcionalmente metastático. Nos hemos centrado en él durante 16 años porque es un tumor que aparece en la piel, que cuando es diagnosticado en estadio uno o dos se mide en milímetros, y el cirujano no tiene problema en extraer el tumor completo, como sí ocurre en otros tumores. Pero, pese a esa extracción completa, muchos de esos tumores aparecen años más tarde en los pulmones, el hígado, o incluso, en el cerebro. Eso nos indica que, incluso cuando el tumor está aún formándose, hay ya células que son capaces de escapar del tumor primario, entrar en circulación y colonizar tejidos distales. En seguida entendí que el melanoma es un modelo extraordinario para estudiar la metástasis y por eso nos hemos centrado mucho en él.
También hemos tenido la suerte que aquí hay un programa de melanoma muy establecido, que hemos construido en los últimos 15 años, con acceso a muestras humanas de más de 5.000 pacientes, con seguimiento a lo largo de los años. Algo que nos permite hacer estudios verdaderamente traslacionales, no solo ‘in vitro’ o con ratones, sino que podemos ver si nuestros descubrimientos son clínicamente relevantes. De hecho, muchos de estos proyectos emergen del análisis de muestras humanas, donde observamos mutaciones y cambios genéticos, que después podemos modelar en nuestros propios sistemas de laboratorio.
Desde entonces, somos un grupo que ha ido cambiando con el tiempo, porque una de las labores de un profesor en academia es formar a la siguiente generación. He tenido a muchos estudiantes de doctorado y postdoctorado de todo el mundo. Esa es una de las bellezas de la ciencia, atraer una la diversidad de orígenes, experiencias y perspectivas, a estudiar un problema desde distintos ángulos. Es un privilegio poder formar a la siguiente generación en una investigación rigurosa, seria y profesional con los mejores criterios científicos.
P.- ¿De dónde saca el apoyo económico necesario para todo esto?
R.- En la mayor parte de los casos, la ciencia en Estados Unidos depende de dos fuentes principales. La primera es el National Institutes of Health, que tiene muchos ‘sub-institutos’. El que financia a mi laboratorio es el National Cancer Institute. Pero esto no llega directamente, sino que hay que trabajar en ello. Una de mis labores como directora de laboratorio es diseñar proyectos y enviarlos al National Cancer Institute, para que puedan ser evaluados, y así es como el sistema garantiza que la mejor ciencia sea la que es financiada. Se trata de un sistema de evaluación muy rigurosa y competitiva; y con los años es cada vez más exigente. Nos mantiene con los pies en el suelo y nos fuerza a ser más rigurosos y exigentes, para de esta forma superar el criterio de los evaluadores. Esta es una de las fuentes más importantes, es la base de la investigación en Estados Unidos, la inversión del Gobierno en el NIH y en todos sus ‘sub-institutos’.
La segunda fuente, y esta es una gran diferencia entre EEUU y España en cuanto a financiación, son las grandes fundaciones filantrópicas, formadas por grandes donadores y patrocinadores. Se trata no solo de gente con recursos económicos o personas de exito, pero también gente de la calle realiza pequeñas aportaciones a estas fundaciones. Por supuesto, la grandes corporaciones y fortunas disfrutan de reducciones de tasas por estas donaciones.
Soy una gran defensora de este sistema porque permite que la investigación no dependa solo del Gobierno, sino que, durante estos años, siempre hemos recibido financiación de la Melanoma Research Alliance, la Melanoma Research Foundation o la American Cancer Society, que están patrocinadas por grandes fortunas y por pacientes y familiares de pacientes que creen en la importancia de la investigación científica a la hora de avanzar en nuestro conocimiento y de generar nuevas terapias.
Creo que estas fundaciones son el ejemplo de que la filantropía puede ayudar a avanzar en la ciencia de manera notable. La mayor parte de los avances en inmunoterapia empezaron con proyectos financiados por la Melanoma Research Alliance, y eso ha cambiado la esperanza de vida de los pacientes de melanoma metastático. Mucho de ese conocimiento, que ahora se aplica en todo el mundo, empezó con financiación privada.
Además, podríamos hablar de una tercera fuente de financiación que es la industria farmacológica. Estas también tienen mucha influencia porque pueden financiar investigación que se hace en academia a través de consorcios y convenios.
"Creo que hay mucha demagogia en el discurso y en la idea de que la investigación solo puede venir de manos públicas. Es absurdo y esto hace que España esté tan atrás"
P.- Me da la sensación de que las grandes fortunas estadounidenses sí que tienen esa conciencia de devolver lo que les ha sido dado por la sociedad con esta filantropía.
R.- Definitivamente ese concepto existe en Estados Unidos, por eso entregan muchos fondos a los hospitales donde hayan sido tratados o a las universidades donde se han formado. Esto está muy arraigado. Si alguien, por ejemplo, se ha formado en Harvard, y le va muy bien en la vida lo devuelve en forma de donaciones a la universidad. Esto no existe en España. Y sí, hay un componente de incentivo económico fiscal muy considerable cuando invierten en ciencia e investigación, pero no encuentro ningun problema en ello, porque el impacto es social y biomédico es indiscutible.
Me recuerda cuando hace años vi en las noticias que el fundador y presidente de Zara, Amancio Ortega, había donado 280 millones de euros a la sanidad pública española para comprar diez máquinas de aceleradores de protones para tratar cáncer. Su generosidad no fue bien recibida por algunos sectores. En aquel momento, no entendí aquellos inexplicables recelos. Me parece una actitud tan absurda y demagógica, que me gustaría decirle a quienes lo criticaron que no tienen ni idea y no saben de lo que hablan. Si el presidente de Zara, con su dinero y el de su compañía, la que creó desde cero, quiere devolverle algo a su país a través de una mejora en la salud, ¿por qué le ponemos trabas? ¿Por qué no se lo agradecemos? Es más, lo ideal sería decirle a Amancio Ortega que no solo diera esos diez, sino que dé más para investigación y todos estaríamos contentos. Y si tenemos que ponerle su nombre a un hospital, pues lo hacemos encantados, como se hace en Estados Unidos con absoluta normalidad.
Hay mucha demagogia en quien critica estas donaciones y en quienes defienden la idea de que la investigación solo puede venir de manos públicas. Es absurdo y esto es lo que hace que España esté tan atrás en este campo. España necesita gobiernos comprometidos con la investigación. Es un problema de compromisos no de ideologías. Tengo muchos amigos que son jefes de laboratorio allí y sé el estado de las universidades y la precariedad que se vive, incluso para los que están en mejores circunstancias. No saben cuándo saldrá la próxima convocatoria de becas predoctorales, con estudiantes que están esperando todo un año por ellas y se supone que tienen que vivir del aire. Lamentablemente nadie piensa que un doctorando tenga que recibir un sueldo digno.
Y esto ha pasado con todos los gobiernos. Solo la bonanza económica con la inversión procedente de Europa hizo que se crearan institutos de investigación. Cuando llegan las crisis económicas, y así hemos vivido constantemente en los últimos años, la ciencia es la última de las prioridades de nuestros gobiernos. No hay conciencia de que el I+D es lo que hace avanzar a un país. Te pongo como ejemplo a Angela Merkel que, cuando la economía entró en recesión, no solo no bajó la financiación en ciencia, sino que la aumentó. Porque lo que hace que los países vayan adelante no es solo la producción o la manufactura, es definitivo el liderazgo tecnológico y científico. Tenemos mucha cortedad de miras en nuestro país si no invertimos en ciencia y los científicos. Esa precariedad en la que vivimos, obviamente, no da para que salgamos de donde estamos.
Ahora, yo pienso que la ciencia no tiene fronteras ni banderas. Un descubrimiento en la India o en Estados Unidos puede beneficiar al país, pero también sirve para el progreso de todos. Yo hago ciencia para el bien de los pacientes y de la humanidad, de todos. No podemos engañarnos y pensar que todo el peso de avance tecnológico tiene que caer sobre el Estado. Es absurdo y nos limita. Demos la bienvenida a los señores Ortega y a las grandes fortunas para que inviertan en una mejor sanidad pública, que es uno de los grandes tesoros no apreciados, y en investigación.
P.- Hace más de veinte años que usted se fue a Nueva York y, desde entonces, España ha perdido y sigue perdiendo miles de grandes mentes como la suya. ¿Parará algún día esta fuga de cerebros?
R.- No lo sé. Es una pregunta difícil. Creo que el español que viene a formarse al extranjero, al final, la mayor parte quieren volver a casa, por su familia y sus amigos. Y lo encuentro lógico porque es muy duro dejar todo eso atrás. Tu familia, tus costumbres, tus amigos… Pero el compromiso y la seriedad hacia la ciencia marcan una gran diferencia. A lo largo de los años he visto como la mayor parte de mi generación, la que se fue en los 2000, regresó a España con posiciones bastante buenas y su sueldo estaba garantizado. Pero, después, otra nueva generación ha seguido tratando de volver, pero ya en condiciones más precarias. Ha habido periodos de cierta bonanza paralelos a épocas de bonanza económica, y no debería de ser así. El compromiso con la ciencia tiene que ser estable e independiente de la situación económica.
"El país debería pasar más por reforzar la universidad española porque ha pedido capacidad de formar el pensamiento crítico"
R.- ¿Hemos normalizado que nuestro país forma a grandes científicos para que luego 'se aprovechen' (entienda la expresión) de ellos en otros países?
R.- SSí, creo que se ve como algo normal y no es único en España, también ocurre en otros países. Pero no creo que el drama esté ahí. La ciencia es un valor universal. No es propiedad de uno u otro país. Más allá de las licencias o patentes, los descubrimientos son universales y en el mundo que vivimos cada vez más. Existe más obligación de compartir los datos, de generar conocimiento público y de ponerlo a disposición de todo el mundo. Así, yo puedo analizar datos que han sido generados en Inglaterra, mis datos están disponibles para que se analicen en China, y así debe ser.
Creo que el punto de vista del país debería pasar más por reforzar la universidad española porque ha pedido capacidad de formar el pensamiento crítico. Los licenciados y doctores vienen con un conocimiento sólido, técnico y conceptual, pero no se nos forma para pensar de forma crítica o para hablar públicamente.
Lamentablemente, creo que la investigación y su inversión en ella ha caído significativamente en los últimos diez años. Lo veo porque tengo amigas que trabajan en las universidades españolas y me cuentan la precariedad de que este año tienen un proyecto, pero el año que viene, quién sabe. Hacen verdaderos malabarismos para seguir adelante con sus equipos de investigación.
P.- ¿Se plantea volver a España algún día?
R.- Es muy difícil por muchas razones, personales y profesionales. Es muy difícil cuando ya conoces una manera de hacer las cosas. Que tiene sus defectos, porque no digo que el sistema de EEUU sea perfecto, pero hay ciertos estándares y estás continuamente compitiendo. Así, te das cuenta de que esto es la Premier de la ciencia. Es muy atractivo y excitante. Sabes que tienes el mejor acceso a los mejores recursos, y que si tienes buenas ideas, van a salir adelante. Es muy difícil renunciar a eso, y cuando lo has vivido tantos años cambian tus exigencias. Sería difícil acostumbrarse a otra cosa. Eso no significa olvidar a mi país y mis raíces, pero profesionalmente la situación es muy clara. Siempre estoy dispuesta a ayudar a mis colegas españoles, ya sea acogiendo estudiantes que visitan nuestro laboratorio, o evaluando proyectos para agencias españolas o europeas.
"La inspección de la piel tiene que estar incorporada en nuestra rutina de salud y es algo que el español no hace"
P.- El melanoma es uno de los cánceres más agresivos del mundo. ¿Se va tomando conciencia de su peligrosidad o seguimos cuidando poco de nuestra piel?
R.- Se va cuidando más, pero no tanto como se debería. Australia, por ejemplo, donde la incidencia del melanoma es altísima, tiene y ha tenido campañas nacionales de concienciación comparables a las del tabaco. Y eso ha tenido un impacto increíble a la hora de reducir casos y mortalidad. El melanoma es uno de los tumores más agresivos, no hay duda. Cuando yo empecé a trabajar en él hace 16 años, la mortalidad era enorme. Casi un 94% de quienes desarrollaban un cáncer metastático morían en menos de cinco años. En cambio, ahora, la supervivencia está en el 45% a los cinco años. Y esto se ha producido gracias a implantación de la inmunoterapia. Hemos avanzado mucho, pero no olvidemos que la mitad de quienes tengan un melanoma metastático van a morir porque es extremadamente agresivo.
Hemos avanzado de forma muy clara, pero queda mucho camino por recorrer.
Definitivamente, para todos los cánceres, la mejor opción para combatirlos es la prevención y la detección temprana. Detectarlo en el estadio más temprano posible, con una inspección en el dermatólogo, que puede hacerse cada año, y que es barata y rápida, puede salvar muchas vidas. La inspección de la piel tiene que estar incorporada en nuestra rutina de salud y es algo que el español no hace. Igual que las mujeres nos hacemos nuestras mamografías o citologías, con la piel debería tratarse del mismo modo. Otro aspecto muy básico, por su puesto, es la protección con crema solar y evitar quemarnos, que tanto nos gusta a los españoles.
P.- Pero en España estas inspecciones de piel no entran dentro de la Seguridad Social.
R.- Puede ser que la incidencia del melanoma en España no es tan alta como la de Nueva Zelanda, por nuestro tipo de piel y la propia genética, pero sí creo que podrían prevenirse muchos casos con una intervención temprana.
P.- Ya para ir terminando, y ya que el ‘trumpismo’ vuelve a estar en boca de todos por lo ocurrido en Brasil recientemente, Estados Unidos vivió la pandemia del COVID durante el mandato de Donald Trump, auto reconocido negacionista, al igual que Bolsonaro, y que llegó a animar a sus compatriotas a ingerir desinfectante o lejía para protegerse. ¿Cómo vivió todo aquello siendo una profesional de la medicina?
P.- Fue una locura. Fue una época que nos sobrepasó a todos, pero en Estados Unidos tuvimos que convivir con mucha politización en la gestión de la pandemia. Hasta el uso de la mascarilla se politizó. En este caso, yo envidiaba la capacidad de los españoles de aceptar la mascarilla. Cuando pude visitar a mis familiares en España, vi que todo el mundo utilizaba la mascarilla sin poner ninguna pega. En cambio, en EEUU se convirtió en un arma política, junto con las vacunas. La politización de las cuestiones científicas, que no entienden de partidos, fue realmente sorprendente.
En Nueva York, la pandemia fue especialmente intensa entre los meses de marzo a junio, con la primera ola de 2020. Tuvimos que cerrar nuestro laboratorio y mandamos a todo el mundo a casa y solamente quedó en operación el hospital, que se convirtió en un hospital de COVID. En mi puesto como decana asociada, me tocó trabajar muy duro durante muchos meses, para activar proyectos de investigación asociados al COVID, con la colecta de muestras de pacientes con la enfermedad. Hemos conseguido uno de los mayores proyectos de estudio del COVID persistente. Tuvimos que poner en marcha una infraestructura a punto para recolectar muestras, tenemos una base de datos de datos médicos electrónicos para investigar el COVID y para montar los laboratorios de bioseguridad donde realizar los experimentos.
Fueron meses muy intensos, tanto en la parte de investigación como en el hospital. Aunque nuestros laboratorios seguían funcionando al mínimo posible, cuando pudimos fuimos abriendolos poco a poco, y en el momento que las vacunas estaban disponibles, ponérselas fue obligatorio para poder seguir trabajando en el NYU. Y quienes no se la pusieron por razones que no fueran médicas, tuvieron que renunciar a su puesto de trabajo.
Así que sí, todo lo referente a Trump y otros negacionistas es terrible, pero nos recuerdan la importancia de informar y de generar conciencia critica. Los científicos no solo tenemos la obligación de investigar, sino también de explicar qué hacemos, para desmitificar y eliminar miedos. Aquí había mucho miedo sobre que las vacunas pudieran estar manipuladas, porque no hay una confianza completa en el gobierno y en las farmacéuticas.
En España no es tan grave, pero en otros países ya existían esas campañas antivacunas. En el caso de EEUU, siempre han existido algunos grupos, pero han surgido sobre todo a raíz de la politización de la pandemia. Eso sí, son distintos a los europeos. En el caso de Europa, los antivacunas son gente de alto nivel educativo, que desconfían de ellas por aquellas campañas de desinformación que conectaban el autismo con las vacunas. Por eso no querían poner vacunas a sus hijos, pese a que han salvado millones de vidas en todo el mundo. Sin embargo, en Estados Unidos es un antivacunas desinformado, manipulado políticamente, y sobre todo en contra de la vacuna del COVID. No tenía ese activismo antivacunas tan prevalente. Es un tipo de negacionismo diferente, por desconfianza a esta vacuna en particular, porque la gente en la calle creía que se había acelerado demasiado o que no se han comprobado lo suficiente.