Tras las escasas actuaciones y el poco eco de la temporada de 1982 pasamos al año más fatídico y trágico de su vida, donde una moto lo apartó de los ruedos ese año.

1983. Año fatídico y trágico

Sin duda, 1982 no pasó a la historia. Más bien fue un año malo para el torero en donde amigos íntimos le volvieron la espalda en momentos cruciales. Sin embargo, para los anales de la historia fue el año que comenzó a mandar Espartaco; se retiraron Paco Camino, Andrés Vázquez, Palomo Linares y Ángel Teruel; Yiyo confirmaba su alternativa en México y fallecía Atanasio Fernández.

Era el repaso a una temporada que había discurrido sin pena ni gloria para el torero de Valladolid. Noviembre se acercaba y ya estaba dispuesto para la gira americana. Una gira que se componía de tres contratos en Colombia y quizás algún otro en México, luego vuelta a empezar en la temporada española.

La apostilla del torero era esta: "Sigo jugando a la lotería del éxito y espero tener el año que viene muchos contratos". Eran frases con sentencia -se lo había enseñado su tío Fernando-.

La única corrida en Madrid

El inicio de temporada, como siempre en Las Ventas un 10 de abril ante una del Puerto de San Lorenzo con Campuzano y Ortega Cano, cuando el cartagenero ponía banderillas. Era cuando los toros de Hermanos Fraile no los querían las figuras por su fiereza y agresividad. Ahora las cosas han cambiado y los toros salmantinos son codiciados por los líderes del escalafón y gozan de gran cotización en el mercado. No pasó nada ese día, con aviso incluido.

Cartel

La “cornada” del tractor

Lejos estaba el torero de saber lo que pasaría en 1983. Un año fatídico donde los haya. Le ocurrió lo peor que le puede suceder a un torero: “fractura de clavícula en actividades extra taurinas”. Y esto acaecía días antes de su actuación en la feria de San Isidro. Todo se fue al traste por aquel tractor que se cruzó en su camino. Roberto chocó con su motocicleta en un día de elecciones cuando iba a votar un 8 de mayo de 1983. Hasta septiembre no volvió a torear.

Roberto Domínguez había cambiado de representante; Simón Carreño, un taurino de Salamanca sustituyó a José Luis Teruel. No cambió nada, todo seguía igual, o peor, tras el accidente con la moto que lo dejó postrado hasta que reaparece en Palencia un 3 de septiembre con Curro Vázquez y Ojeda y toros de Carlos Núñez. Cortó una oreja con avisos en cada toro.

"Fui arrastrando unos cincuenta metros, se me rompió el casco y tuve la gran suerte de que no vino ningún vehículo de frente ni me rompí la cabeza". Tengo la certeza de que he estado a punto de matarme".

Eso fue lo que recogieron las crónicas respecto al accidente del torero, pero lo que realmente motivó el accidente estaba guardado en la intimidad. Como tantas y tantas cosas que solo pertenecían al pensamiento de los que triunfan o fracasan. Años más tarde lo desvelaría en Aplausos a José Luis Benlloch. Hablaban ambos del destino:

Los destinos y a 180 kilómetros por hora

"No creo que el destino esté premeditado, -decía el torero- en todo caso hay unas directrices que crean tu voluntad. Estoy seguro que si no me caigo de la moto aquel día y hago el paseo, en lugar de hacerlo Yiyo, que triunfó con un toro que teóricamente me debía haber correspondido, yo no hubiese estado bien. Porque incluso la caída de la moto tiene una explicación. No me caí adrede, pero llevaba unos días mal. Estaba incómodo. Si no cómo explicas que a seis días de torear en Madrid fuese a ciento ochenta por hora con una moto por una carretera mojadą. El destino o las directrices determinaron que aquél no era el momento de morir en la moto, pero tampoco de triunfar. No sé, algo así debió ocurrir. Mi hora de triunfar llegó más tarde forzada por mi voluntad. Yo en el único destino que creo es en el último, en el de la muerte".

Yiyo se encumbra

Eran testimonios de 1990, cuando estaba en triunfador; cuando ya habían pasado los malos momentos de esa terrible década que luego pasó a ser prodigiosa. Lo cierto es que, esa sustitución de Yiyo por Roberto, le supuso al joven torero salir encumbrado de Madrid con dos puertas grandes el 1 y el 9 de junio de 1983, erigiéndose en figura del toreo hasta su muerte en Colmenar Viejo un 30 de agosto de 1985.

Roberto finalizó esa temporada de 1983 con cinco corridas de toros sin triunfos sonoros, dos de ellas en Valladolid.

Domínguez en Las Ventas en la única corrida que toreó en 1983

1984. Las Ventas de nuevo y sin apoderado

“No dudes, no te distraigas nunca en nada que no sea el toro". Era un eco constante lo que martilleaba su cabeza, eran las palabras de su tío Fernando. Había que seguir esperando, había que seguir confiando en otra nueva temporada y, sobre todo, confiar de nuevo en Madrid.

1984 fue una temporada importante, aunque sin brillantez. El accidente de la motocicleta dejó secuelas. No físicas, ya que Roberto se cuidó en ese aspecto y jamás dejó de entrenar y ponerse a punto como si de un principiante se tratara. Incluso aplazó la intervención para retirar las placas y tornillos que le sujetaban la maltrecha clavícula. Había que recuperarse física y mentalmente para una nueva etapa.

Partía solo esta temporada; no había representante, solo el apoyo incondicional de su familia, su cuadrilla y los amigos de siempre. Seguía tajante respecto a apoderados y representantes: "Esto es como la ley de la oferta y la demanda. Los que me quieren apoderar ahora no me interesan a mí, porque no estoy dispuesto a repartir lo que logro con mi trabajo y mi toreo con alguien que no aumenta mis posibilidades de despegar como torero de primera fila en cuanto a número de actuaciones, y los que me interesan a mí no puedo lograr que me lleven ahora, en seco, casi en el paro".

Eran las palabras del diestro vallisoletano en declaraciones a José Castro, (Diario 16), en vísperas de su primera actuación de la temporada. Y como siempre era en Las Ventas. Otras temporadas ya estaba rubricada su actuación en San Isidro, ésta de 1984 había que ganárselo y aceptó la corrida de Murube junto a Marismeño y Vargas. Era la tradicional corrida del domingo de Resurrección. Roberto manifestaba antes: "No me juego San Isidro, pero sí el que yo quiero torear.

Era una apuesta. Y declaraba: “Cualquier torero que tuviese firmado San Isidro no se arriesgaría a ir a Madrid al que siempre han respetado y esperado los aficionados, si a eso le unes que el pasado no se me vio el pelo en Las Ventas por culpa de la motocicleta, comprenderás que este año me vea en la obligación de arrimarme más que nunca, y el mejor sitio para remontar el vuelo, para un torero castellano, es la plaza de Las Ventas".

Y demostró, efectivamente, que quería torear. Demostró que un año, casi inactivo, no había hecho mella en él. Seguía teniendo las mismas ilusiones que cuando comenzaba de becerrista. Pero de nuevo la espada impidió el triunfo. Las críticas fueron halagüeñas. Recogemos una de Lera en El Norte de Castilla donde el veterano e irónico crítico taurino decía: ”Roberto Domínguez, que es la paz, bendita paz del arte, a la hora de manejar la espada debiera ser más belicoso”.

Y de nuevo entró en San Isidro

Tuvo premio Roberto Domínguez y es incluido en el abono isidril de 1984. Fue en la última de feria con una excepción desmedida. Todo vendido y los reventas intentando recomprar boletos por aquello de la lluvia inminente. No era para menos la expectación: Curro, Paula y Domínguez con reses de Montalvo. Todo se fue al traste por las nubes y por la negativa de los espadas andaluces.

Hay una crónica genial de Mariví Romero en el diario Ya que, entre otras cosas, dice: "A toda costa, el empresario quería que se iniciara el paseíllo, la razón es más que obvia, y ese Paula que mira los negros nubarrones como si se tratara de gatos igualmente negros, y que dice que él no torea hasta que no claree. Ese Curro que accede a los aplazamientos por si los "mengues" desaparecen. Y ese Roberto Domínguez que, lógicamente, quería torear, cayera lo que cayera. Total que el patio de cuadrillas era un hervidero, las palabras subían de tono, las acciones también y las nubes derramando el líquido elemento en conjura con los espadas del arte y del miedo”.

Roberto y Paula en Las Ventas dónde se cruzaron gestos y miradas Marisa Flórez

La sorna de los de arte

No fue una suspensión aplazada, fue una suspensión definitiva. Dicen las lenguas viperinas que Curro Romero dijo: "¡Rafael, aquí hay uno de Valladolid que quiere torear! Y Rafael de Paula contestó: ¡Pues vámonos!

Y como decía Mariví Romero en Ya: "Las esencias y los aromas se los llevó el aguacero". Le faltó decir a Mariví que también se marchitaron las ilusiones de un torero. Todo se ponía aún más cuesta arriba. Con apoderado o sin él, con representante o sin él, las primeras ferias pasaban de largo para el vallisoletano. Actuar en San Isidro siempre era de agradecer porque cualquier tarde podría saltar el triunfo. No era así y la suerte le volvió la espalda una y otra vez.

La sinceridad de Roberto

Domínguez lo dice y se sincera en una entrevista que le hacía en esa época Pla Ventura en El Mundo de los Toros:

"Yo sufrí más que nadie en Madrid toreando con Paquirri. Tras un faenón, no tui capaz de matar al toro al primer envite. Es cierto que tenía las orejas en mi mano, casi mi futuro asegurado. Jugué fuerte y perdí".

¿Te declaras culpable sin más dilaciones?, pregunta el entrevistador.

"Claro, yo no debo engañar a nadie, es cierto, como diría Ortega, he sido yo y mis circunstancias. Permíteme que te matice una cosa: soy de la opinión que, los toreros, todos, absolutamente todos, nada dejan por hacer. Si no hacen más es porque no pueden, nunca porque no quieran".

Luego hablan de las orejas cortadas en Madrid, las cuales no valen para nada, excepto que sea en San Isidro. Es decir, todo sigue igual que entonces.

Un mes antes había hecho el paseíllo en su tierra. Es la festividad del patrono y los organizadores montan una corrida concurso en la que incluyen a Roberto con Robles y Palomar. El festejo fue televisado y resultó decepcionante, con un bochornoso espectáculo a cargo de dos espontáneos. Todo quedó en la voluntad de los diestros.

1984 se fue con más penas que glorias

El 27 de junio acudió, un año más, al tradicional festival Medina de Rioseco, y cuatro días más tarde otro compromiso en Las Ventas con una corrida de lujo para tres toreros considerados de Madrid: Atanasios para Curro Vázquez, Julio Robles y Roberto Domínguez. El de Fontiveros cortó una oreja. 17 corridas de toros y un festival completó Domínguez en este año de 1984, que parecía que había tomado vuelo, porque volvió a Barcelona, Pamplona, -de sustituto- Logroño y cerrando en Zaragoza, entre otras plazas de menor categoría.