Todavía le cuesta asimilar a Eduardo Benito lo que le ocurrió en la tarde del martes, 28 de febrero, en la Plaza de la Danza, que se ubica en el barrio de Vadillos de Valladolid, cuando agentes de la policía se le acercaron para identificarlo.
“Pensé que venían a curiosear, pero al ver a cinco agentes descarté la opción. Fueron muy educados. No me sentí violentado ni invadido. Simplemente me sentí extraño de que cinco agentes vinieran para un chaval de 24 años. Todo por una llamada surrealista de alguien que desconocía lo que estaba haciendo”, cuenta el protagonista, en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León.
Nació en Zamora, aunque pasó gran parte de su vida en Salamanca. Es trabajador social a sus 24 años y tiene su empleo en Valladolid. Quedó seducido por el mundo del toro desde sus diez primaveras. Amante de los toros, del gimnasio, del senderismo de montaña y de ir al gimnasio, nos relata lo sucedido.
Un aficionado al mundo del toro, desde pequeño
“Soy un chico tranquilo, humilde y miembro de la Juventud Taurina de Salamanca. Aficionado al toro y también lo practico. Me considero romántico e independiente”, asegura nuestro entrevistado, definiéndose y abriéndose para conocer un poco más su vertiente más humana.
Reside en Valladolid en la actualidad, por motivos laborales, y tiene una carrera. Además, está completando su tercer máster, ni más ni menos. Fue en unas fiestas de San Pedro, en Zamora, cuando sus padres le regalaron el poder ir a una corrida mixta de rejones y lidia a pie. “Mi madre era un poco aprensiva, nunca me dejó ver el “bombero torero de Salamanca” cuando se lo pedía, pero ese día todo me pareció increíble”, confiesa.
Posteriormente siguió aumentando su afición en su pueblo, en Salamanca, con su abuelo. Fue él el que “me terminó de meter el veneno en el cuerpo”, asegura. Poniendo el ojo en la sobremesa de cenas, las revistas, las fotos y trajes de luces que le fascinaban. “Me detenía en las fotos de cogidas y observaba el precio a pagar”, informa.
“Sin duda, mis reportajes favoritos eran los de las ganaderías. Aquellos toros serios, que te miraban desde el papel como si quisiera rendirte cuentas. Era, simplemente sensacional”, añade nuestro entrevistado.
Le nació el amor por el toro, por tanto, gracias a su abuelo. Ahora, en la actualidad, va a ver corridas por su cuenta. Su padre y su tía sostuvieron este amor. “Me veo todo lo televisado que puedo. Da igual el cartel y las novilladas. Disfruto viendo a los nuevos valores en alza, son un fiel reflejo de los valores de los que la sociedad carece hoy en día”, explica.
Un gran susto
“Estaba entrenando como aficionado práctico. Salí a una plaza pequeña urbana que hay cerca de donde resido. Hice mis estiramientos y acto seguido me puse a torear de salón. Pasé unas horas bien, con mis cascos de música. Me relaja y motiva. Siempre hay gestos que mejores y los sentimientos que afloran son muy bonitos aunque transitorios”, explica.
No sabía, ese martes 28 de febrero, cuando practicaba en la Plaza de la Danza, cerca de Vadillos, lo que estaba a punto de suceder, cuando hasta el lugar acudieron varios agentes de la Policía Nacional.
“Yo apenas me di cuenta. Se me acercaron unos agentes por ambos lados. Pensé que querían curiosear. Educadamente intervinieron y me dijeron que no me sintiera violento, que no pasaba nada. Que habían llamado los vecinos porque había un perturbado en la plaza. Con estas palabras me lo dijeron”, relata.
Añade que “no estaba haciendo mal a nadie” ni “molestando a ningún vecino”. “Me sentí un poco extraño. No es normal que vengan cinco agentes para un chaval como yo”. Añade que los agentes le dijeron que “siguiera” y que “no interrumpía nada” y que “hacía uso y disfrute de un espacio público”.
"Policía de balcón"
“Creo que la pandemia ha licenciado a mucho policía de balcón. Al que llamó le diría que la ignorancia hace a los hombres atrevidos. Me gustaría que llamara, por ejemplo, cuando hay peleas o agresiones en el centro de salud. Trapicheos o botellones, los problemas reales del barrio”, explica tras lo ocurrido.
Asegura que lo sucedido “jamás pensé que tendría tanta repercusión” y añade que “en esta sociedad debemos de normalizar un acto cultural” y “debemos de tener el derecho de ejercer libremente lo que nos apasiona siempre y cuando no sea un estorbo para el resto”.
“Si una persona hacer yoga en un parque, ¿Por qué no puedo torear de salón en una plaza?”, se pregunta, animando a todos a hacer “lo que más le guste y apasione”.
Mirando al futuro, tras los hechos, busca seguir “cultivando su afición” y “continuar toreando ese bonito toro que es el viento de los sueños”. También poder “formarse en valores contribuyendo a la sociedad” siempre con “respeto, alegría y entusiasmo”.