La caída de Morante, en el cartel del arte que había preparado la empresa, se convirtió en la esperanza de Triana que se llama Juan Ortega; un ingeniero agrónomo que cayó de pie en su primera incursión vallisoletana.
Enjuto, lleno de torería y con un vestido azul y plata con cabos blancos, pero su toreo fue de oro puro de 24 quilates, de diamantes y de perlas preciosas que aparecieron por el albero del coso del Paseo de Zorrilla como una lluvia maravillosa de arte.
Muchas veces se ha visto torear de forma excelsa en este coso más que centenario, que alberga faenas majestuosas por las excelentes figuras que han desfilado desde que se abriera en 1890, pero de la forma que lo hizo ayer Ortega es muy difícil.
Porque difícil es que, el mejor lote de un encierro desigual, caiga en manos de un artista sublime como es Juan Ortega. Y difícil es conjugar tanta belleza en ambos toros; animales que no fueron fáciles, pero que al compás de un capote dominador, y a la vez de terciopelo, los toros difíciles se vuelven fáciles y dóciles, como si los hubiera parado con su mano bendita San Pedro Regalado cuando regresaba de El Abrojo lagunero.
[Juan Ortega: la esencia de Triana en Valladolid]
Juan Ortega, el ingeniero agrónomo de Triana, creó ayer dos obras de arte cimentadas en el saber, en el querer y en el poder. Pero lo hizo tan fácil, y a la vez tan sutil y delicado que, a pesar de la bruteza de sus Cuvillos, Ortega puso el artificio, el adorno y el pulimento preciso para que esas obras de arte brillaran como oro fino.
Lo de Juan Ortega, ayer en Valladolid, fue toreo y poesía en movimiento. Ese compás, ese toreo por abajo, esas trincherillas eternas, permitieron al poeta de verde y plata despojar al animal, desnudarlo de su bravura y ya, casi rajado y a punto de querer irse al campo, embeberlo en su pañosa para darle empaque y grandeza.
Ayer, en el coso vallisoletano, el tiempo se detuvo. Y ese tiempo se llama Juan Ortega. No sé si el trianero se llevará el remozado trofeo San Pedro Regalado, que de nuevo ha devuelto a la actualidad el Consistorio, pero sólo por ver a Ortega hacer el paseíllo para recogerlo merecería la pena.
Juan, vuelve a Pucela y déjanos oler ese perfume torero que desprendes, además de sentimiento y pasión que pones en tus lances. Ya lo dijo tu paisano y homónimo Juan Belmonte: “El buen toreo es el que se hace con sentimiento y con pasión de enamorado”.
Nota: Más tarde podrán leer la amplia crónica de Curro Leyes y la galería de fotos de Natalia Calvo