Tomás y Ana, los propietarios, y el Mesón Lo Rico de Castilla en Traspinedo

Tomás y Ana, los propietarios, y el Mesón Lo Rico de Castilla en Traspinedo

Valladolid

Un mesón vallisoletano sobre un antiguo lagar con más de 40 años de historia, perfecto para disfrutar de un pincho de lechazo excelente

Desde finales de la década de los 70 del siglo XX, este establecimiento hostelero es uno de los más reconocidos de la provincia pucelana para disfrutar de un gran manjar castellano

10 septiembre, 2023 07:00

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La provincia de Valladolid es ampliamente famosa por su gastronomía. Son muchos los restaurantes en los que podemos degustar las delicias de Castilla y León, con una mención especial al lechazo. Los mejores pinchos, enamoran a los turistas y hacen que, los vallisoletanos, presuman de un producto que vuelve loco a la amplia mayoría de las personas, a lo largo y ancho de todo el mundo.

Desde finales de la década de los años 70 del siglo pasado, el Mesón Lo Rico de Castilla, que se ubica en la localidad vallisoletana de Traspinedo, a unos 15 minutos en coche de la capital vallisoletana, es pionero e histórico a la hora de elaborar y comercializar el pincho de lechazo asado a la brasa de sarmiento.

Se ubica en la calle Bodegas del municipio vallisoletano y, de generación en generación, este establecimiento hostelero se ha convertido en un emblema gastronómico al que acuden comensales que llegan de toda la geografía española atraídos por una variada carta de elaboraciones y por un trato agradable y cercano que dispensan Tomás y Ana, los propietarios, que charlan con EL ESPAÑOL de Castilla y León sobre la historia de un lugar único.

Una historia que comenzó hace más de 40 años

“Cuando terminé EGB, como no me gustaba estudiar, comencé a trabajar en el negocio familiar. Después de todos estos años, aquí sigo, al frente de un negocio que se abrió hace ya 44 años. Lo hicieron mis padres, Tomás y Vicenta”, explica en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, Tomás Parra Lajo.

A sus 57 años de edad, el hostelero se casó hace 34 primaveras con Ana, que entró también a formar parte de un negocio en el que también echan un cable las dos hijas del matrimonio, que ayudan a sus progenitores en todo. El matrimonio comenzó a regentar el negocio allá por el año 1999. La madre de Tomás estuvo en la cocina hasta que tuvo que dejarlo por enfermedad.

Yo soy el que está al frente del asador y mi mujer y mis hijas de la cocina. De momento, parece que la tercera generación va a dar continuidad al negocio, que a pesar de los golpes sufridos, sobre todo a raíz de la pandemia, ha sabido salir adelante”, explica, en declaraciones a este periódico, Tomás. Con la satisfacción de que el duro trabajo haya servido para no caer, como hicieron muchos negocios hosteleros por el maldito COVID-19.

Un mesón que marcha viento en popa y a toda vela

A día de hoy los propietarios no se quejan. El negocio “funciona bastante bien”. En la actualidad cuentan con una plantilla que, en ciertos momentos, supera los diez empleados. “Esto también es debido a que lo que en un principio fue una pequeña plaza de vaquillas que se llenaba de despedidas de soltero, fin de curso de colegios, comuniones y demás, mi padre compró el lagar que está delante para hacer el mesón”, indica nuestro entrevistado.

Con el paso de los años se dejaría de usar como plaza de vaquillas y con el paso de los años se ha transformado en una terraza donde se sirven comidas, con una carta diferente a la del restaurante pero en la que también se puede degustar el plato estrella, el picho de lechazo.

También existe otra zona que sirve de punto de encuentro para poder tomar el vermut en esas mañanas de domingo, para reunirse con los amigos a disfrutar de unas buenas cañitas o para tomar una copa, bien preparada, por la noche.

Unas elaboraciones que quitan el sentido

“Al principio era mi madre la que cocinaba. La carta era más corta que la que tenemos hoy en día. Ahora, hemos incorporado algunos pescados, cuatro variedades de croquetas caseras de jamón ibérico, cecina, boletus y también de lechazo, que están gustando mucho a nuestros clientes. También tenemos solomillo, chuletón y entrecot de ternera que también se hace al sarmiento y, en invierno, sopa castellana. Lo que más pide la gente, por supuesto, es el pincho de lechazo”, asegura Tomás.

En la carta también hay calamares, pimientos rellenos de merluza y langostinos que son caseros, tortilla de patatas y postres que quitan el sentido. Todo para disfrutar de las mejores elaboraciones estando como en casa.

Llama la atención que Lo Rico de Castilla está construido sobre lo que en su día fue un lagar. El padre de Tomás lo arregló y es hoy el comedor de planta baja. De la edificación antigua se conservan las paredes de caliza y una bodega que es donde se almacena el vino en unas condiciones perfectas. Encima se edificó una segunda planta que es donde está el segundo comedor, la cocina, el asador y los baños.

La decoración es rústica y el lugar, mágico, está rodeado de naturaleza. Una cita ineludible para disfrutar de la gastronomía pucelana.