Hacía tiempo que no saboreaba un almuerzo tan variado y tan exquisito. Suelo acudir con frecuencia a este local, ubicado en el Barrio de las Villas, donde dicen que se come el mejor besugo habido y por haber. Apoyo la frase de todas a todas, después de haberlo saboreado una vez más, en este mediodía de los Inocentes.
Fue mi amigo José Luis Cantalapiedra y Conchi, su esposa, quienes iniciaron este negocio hostelero hace casi 50 años; entonces era un bar de barrio que, a través de los años, supo crecer y adaptarse en el tiempo a las exigencias de la hostelería pucelana.
En la actualidad, José y Conchi, ya jubilados, -aunque su presencia en el local es casi permanente- han dejado el testigo del buen hacer al pequeño de la familia: Paquito, quién junto a Alina, su esposa, hacen un tándem perfecto para seguir con el negocio a toda máquina; él en la sala y ella en la coquinaria.
Sus vitrinas de marisco, su excelente y variada carta, y su magnífico asador (chuletones, carnes rojas, pinchos de lechazo, besugo, chicharro, etc.) con Elvin al mando, siguen la línea marcada por sus predecesores: calidad, calidad y calidad…y buen servicio.
Los entrantes marisqueros
Mi joven colega y amigo Alvar Salvador, (quién recientemente había realizado un magnífico reportaje sobre el restaurante) al que le tengo un aprecio especial, disfrutamos con el menú que nos había preparado Paquito. A saber: unos camarones recién “pescados” de la vitrina; en su punto de cocción y de un sabor pleno a mar. Como la nécora que nos trajeron de inmediato; fresca y llena.
El besugo a la brasa
Su sabor exquisito, con su ajado secreto y especial con ese leve aroma de vinagre, no deja lugar a dudas de que es el plato estrella de la Casa. Iba reforzado con patatas panaderas. Sumamente sibarítico.
El chuletón a la brasa
Otra de las especialidades del restaurante Mi Casa son las carnes a la brasa. A mí personalmente me gusta el entrecot. Pero Paquito nos ofreció un chuletón, cuyo manejo al deshuesarlo fue todo un arte. Luego, una vez limpio y troceado, nos trajeron un asador portátil para hacerlo al gusto de punto y de sal. Iba acompañado de patatas fritas y pimiento asado. Otra delicia sibarítica. ¡Alvar no salía de su asombro!
De postre compartimos una tarta de queso y luego los cafeses. Ah, la bebida consistió en un fresquísimo clarete cigaleño con mi habitual gas. Mientras que Alvar lo saboreó sin el elemento azucarado, que según mi paisano y amigo Angosto es un pecado que pagaré en el Purgatorio, lo que me consuela porque me iré de este mundo terrenal en estado de gracia hasta alcanzar la gloria, jeje. Eso sí, llegaré a ese lugar bien comido y bien bebido.
En definitiva, que con mi amigo Alvar, ante un almuerzo tan primoroso, lo pasamos deliciosamente bien charlando de las cosas de la vida cotidiana y de la profesión.
Y como decía el escritor británico Anthony Burgess: "Una comida bien equilibrada es como un poema al desarrollo de la vida".
P.D. Tal y como reza un slogan del restaurante Mi Casa sobre su personal: profesionales amables y educados. No nos cabe duda: Sara y Marta en la sala y barra, Elvin en el asador, aunque también echa una mano en la sala, y Micaela y Naju en la cocina con Alina, merecen una calificación de 10. Enhorabuena.