Felipe II, el rey vallisoletano que convirtió al Imperio Español en el más poderoso del mundo: así fue su bautizo de leyenda
El 16 de enero de 1556, hace 467 años, su padre, el rey Carlos I, le cedió la corona de España en sus habitaciones privadas y sin ningún tipo de ceremonia
16 enero, 2024 07:00Noticias relacionadas
El 16 de enero de 1556, hace 467 años, el rey Carlos I, en sus habitaciones privadas y sin ningún tipo de ceremonia, cedió a su hijo Felipe, de 28 años y nacido en Valladolid, la corona de España. Felipe II, como se le conocería a partir de ese momento, convirtió a la monarquía española en la primera potencia de Europa y llevó al Imperio Español a su máximo apogeo, impulsando la exploración del mundo y la expansión territorial a través de los océanos Atlántico y Pacífico. Por vez primera, bajo su reinado, un imperio llegó a contar con territorios en los cinco continentes.
Felipe II había nacido en Valladolid el 21 de mayo de 1527, concretamente en el Palacio de los Pimentel, y había sido bautizado en el convento vallisoletano de San Pablo. Hijo de Carlos I y de Isabel de Portugal, nació en la ciudad del Pisuerga de forma casual, ya que sus padres se encontraban de paso por la ciudad para participar en las Cortes, ya cerca de su bautismo existe una leyenda muy popularizada entre los vallisoletanos.
Su bautismo estaba programado para el día 5 de junio de ese año y la norma obligaba a celebrar los bautizos en la parroquia de la que formara parte el edificio donde naciese el niño, siendo en este caso la parroquia de San Martín. Según se dice, Carlos I no contemplaba oficiar el bautizo en un templo tan humilde teniendo al lado la impresionante iglesia de San Pablo, en la que, además, se celebraban las Cortes, y justificó que, aunque la entrada del palacio pertenecía a la parroquia, no así la ventana.
Por este motivo, según cuenta la leyenda, se cortaron las rejas de la ventana para que se pudiera sacar a Felipe y que fuese bautizado en San Pablo. En la actualidad, se conserva la cadena que cierra la ventana para recordar aquel momento histórico. Con todo, y a pesar de que es una tradición muy celebrada por los vallisoletanos, cuesta creer que un emperador tuviese que recurrir a este tipo de argucias para no doblegarse ante las costumbres sociales.
Un rey desconfiado y convencido del origen divino de su poder
Convencido del origen divino de su poder, su política se encontró siempre inspirada por dos principios básicos: la defensa de la fé católica y su constante preocupación por ser justo. La obsesión por actuar acorde con sus principios le condujo a constantes escrúpulos y dudas, y llevó a que los confesores y las juntas de teólogos jugasen un papel crucial en el gobierno del Estado. De carácter desconfiado e irresoluto, destituyó a los consejeros que tenían, a su juicio, excesiva personalidad, y antes de tomar cualquier decisión hacía un estudio exhaustivo, lo que conllevó la proliferación de Consejos y también una burocracia desorbitada.
Felipe II mostró siempre un férreo sentido del deber, ya que se sentía responsable de sus actos no solo ante sus súbditos sino también ante Dios. Entraría desde muy joven en contacto con los asuntos de Estado, ya que en 1543 actuó como regente de los reinos hispánicos, y ese mismo año contrajo matrimonio con María de Portugal, con el objetivo de alcanzar la unidad peninsular. En 1546 llegó a ser nombrado duque de Milán y ocho años después, viudo de su primera esposa, se desposó con María Tudor, la entonces reina de Inglaterra, para lograr la unión de España con aquella nación. Su proyecto, finalmente, se vio frustrado tras fallecer la reina en 1558.
Dos años antes de la muerte de María Tudor, el 16 de enero de 1556, hace 467 años, fue finalmente proclamado rey de España, habiendo heredado ya todas las posesiones territoriales de Carlos I, exceptuando las de la Casa de Austria en Alemania y el título de emperador.
La defensa del catolicismo y la expansión territorial
El reinado de Felipe II comenzó con un nuevo estallido de la rivalidad entre Francia y España y en 1556 se reanudó la lucha entre ambas potencias, logrando los españoles una importante victoria en la batalla de San Quintín en 1557. Finalmente, las dos naciones firmaron la paz de Cateau-Cambrésis en el año 1559, consagrándose la hegemonía española en el continente europeo.
Fruto de esa nueva amistad, llegaría la boda de Felipe con Isabel de Valois, la hija del monarca Enrique II. El rey, en ese momento, mostró su preocupación por el avance del protestantismo y promovió la reanudación del Concilio de Trento, entre los años 1562 y 1563, que sentaría el espíritu militante y las bases de la Contrarreforma, e incrementó la lucha contra la herejía, usando como principal herramienta la Santa Inquisición.
Bajo su mandato comenzó, además, una gran hostilidad contra la población morisca y ordenó a Juan de Austria que les reprimiese en las Alpujarras, mientras trataba de unir a las naciones católicas contra la amenaza turca y berberisca en el Mediterráneo. En el año 1571 la escuadra de la Liga Santa logró una importante victoria naval en la batalla de Lepanto, solo un año después de que Felipe se casara de nuevo, en esta ocasión con Ana de Austria.
En el año 1580 logró uno de sus principales triunfos políticos consiguiendo incorporar a sus dominios Portugal y su inmenso imperio y, después, concedió su apoyo tanto económico como militar a la Santa Liga francesa, siguió con sus campañas en los Países Bajos y emprendió una expedición contra Inglaterra en venganza por la ayuda que los ingleses prestaban a los rebeldes holandeses. La derrota de la conocida como Armada Invencible y el nombramiento de Enrique de Borbón, cabeza de los calvinistas, como sucesor al trono francés, incrementaron sus dificultades.
En sus últimos años como monarca, Felipe II llevó a cabo un gran esfuerzo militar y económico que terminaría resultando estéril, ya que tuvo que aceptar la llegada de los Borbones al trono de Francia, la independencia de las Provincias Unidas y la hegemonía inglesa en el mar de Inglaterra. El desgaste humano y económico, debido al continuo aumento de los tributos, junto con las bancarrotas estatales, conllevaron el proceso de decadencia que se vería agudizado durante el siglo siguiente. Felipe II falleció el 13 de septiembre de 1598 en el madrileño Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.