El 23 de febrero de 2020, hoy hace cuatro años, un centenar de personas se congregaba en la plaza de la Libertad para despedir el que es uno de los bares más históricos de Valladolid, El Penicilino. Aquel día muchos pensaron que sería la última zapatilla o el último 'peni', aquel brebaje que hacía las delicias de todos. Sin embargo, este histórico local aguantaría unos meses más, pero aquella despedida no fue más que el preludio de lo que finalmente se acabó dando, que fue el cierre definitivo.
En septiembre de aquel año, El Penicilino podría decirse que pasaría a formar parte de la historia de Valladolid, pero es que realmente ya era parte de ella. Lo que se fraguó aquel mes es el hecho de que se convirtiese, para pena de todos y cada uno de los vallisoletanos, en un recuerdo. Una parte del edificio donde se ubicaba el mítico local de este bar había sido declarado en ruinas y su promotor decidió rehabilitarlo. Para ello, había que echarlo abajo y construir uno nuevo.
No había vuelta atrás y El Penicilino tenía que cerrar sus puertas de forma definitiva, aunque el propietario del inmueble ha asegurado en alguna ocasión que cuando las obras finalicen, volverá a abrirse de nuevo el bar, cuyos objetos más emblemáticos fueron recogidos por el propio rehabilitador antes del derribo del edificio.
El Penicilino se convirtió en un punto de encuentro de toda la sociedad vallisoletana. Raro era el día que permaneciese vacío o semivacío. Daba igual la hora, que fue corazón del ocio de todos los vecinos de la ciudad del Pisuerga. Tal era el aprecio que los ciudadanos tenían a este icónico bar, que incluso se llegó a promulgar una petición a través de change.org para solicitar su declaración como Bien de Interés Cultural y protegerlo así por ley.
A él se accedió por dos lados. Uno, por la propia plaza de la Libertad. El otro, por Cabañuelas. Aunque tuvo casi siglo y medio de historia, su saltó a la fama en los años cuarenta, cuando se empezó a despachar el vino dulce de 18 grados de alcohol que recibió de nombre de 'penicilino' gracias a un estudiante que lo bautizó de esa manera, haciendo referencia a la reciente conocida por aquel entonces penicilina y de notable eficacia médica.
Este brebaje ha permanecido hasta el último de sus días en El Penicilino y así lo atestiguaban los grifos que salían detrás de la barra. Para acompañarlo, aquellas 'zapatillas'. Los mantecados de Portillo eran conocidos de esta forma por su color blanco, coincidiendo en estas características con las alpargatas de los obreros de la época. Durante su larga vida, hicieron de El Penicilino un emblema de la ciudad y todavía a día de hoy son recordados en toda la ciudad.
El artífice de este establecimiento fue Lorenzo Bernal, propietario de una licorería de Viana de Cega, cuando en 1872 decidió montar aquel local en plena plaza de la Libertad. A él le siguió Juan Martín Calvo y su mujer Avelina Hernández, quienes llamaron al bar La Solera, aunque esto no duró mucho tiempo porque después pasó a ser Villa Elenita, en honor de una hija del matrimonio fallecida en un accidente de tráfico.
También del sector de los licores, estos mantuvieron la esencia del local, que poco a poco iba cogiendo fama y clientela más habitual. Con su muerte, el negocio fue pasando de generación en generación, aunque perdiendo de alguna manera la popularidad que tenía.
Fue en 1986 cuando cayó en manos de una sobrina, Cristina, y su pareja, Manolo, de los hijos de Juan y Avelina. Recuperaron al público joven, después de una época convulsa en la que El Penicilino pasó a un segundo plano ante la oleada de apertura de otros negocios renovados y contemporáneos. Fue en 2006 cuando Manolo finalmente se jubiló y aquel año cerró, previsiblemente, para siempre.
Sin embargo, a las pocas semanas un grupo de amigos decidió resucitar de nuevo El Penicilino, volviendo a resurgir como el Ave Fénix y siendo, de nuevo, lugar de encuentro de los vallisoletanos. Y así fue hasta 2020, cuando el promotor y propietario del edificio anunció la rehabilitación del mismo, que luego desembocó en su derribo.
Aunque estaba previsto que fuera en febrero de aquel año su cierre definitivo, y por eso se celebró aquella fiesta de despedida aquel día 23, la tramitación de las pertinentes licencias se fueron retrasando hasta llegar a septiembre, cuando ya sí El Penicilino echó el cierre y pasó a ser un recuerdo en la historia de Valladolid.