En el mundo de la música no es todo de color de rosa. Lejos de los focos, grandes escenarios y conciertos multitudinarios, existe otra realidad mucho más terrenal. Eso bien lo sabe la banda vallisoletana Naïa, quienes llevan desde 2007 recorriendo salas.
Cuatro integrantes, cuatro amigos que llevan girando por varios puntos del panorama nacional y, sobre todo, regional con el único objetivo de divertirse sin poner su foco mucho más allá.
La historia de estos pucelanos empezó en el pequeño pueblo de Aldea de San Miguel, donde Rubén y Pablo aprendieron a tocar la batería y el bajo a la vez. “Quedábamos para tocar unas versiones juntos y mi hermano Dani, que tenía una banda -Descargando Bidones-, nos venía a echar una mano con la guitarra y voz”, apunta Rubén. “Nos salieron un par de conciertos”, recuerda, así que “nos pusimos a buscar una guitarra y apareció Leandro un día en un quirófano”, señala entre risas.
Luego sería el vocalista quien acabó de formar el grupo cuyos inicios fueron “en una especie de palomar infecto haciendo versiones de Platero y Tú, Pereza, Los Piratas y un largo etcétera”. Pero como todas las bandas se pusieron a componer y a tocar en bares. “En el momento que tuvimos cuatro temas empezamos como todos, intercalando temas propios con versiones y llevándonos un porcentaje de la barra, que no era malo porque nuestros amigos llenaban los ‘garitos’”, apuntan. “Mi padre nos decía que no éramos buenos, pero que los había peores”, sentencia Rubén con una gran carcajada.
De ahí se lanzaron a la autoproducción de su EP ‘Naïa’ en 2009. Un mundo, que nunca han abandonado. “Siempre nos hemos autoproducido y autogestionado, nunca hemos repartido las ganancias; siempre han ido a parar al grupo”. Una filosofía que les ha llevado a reinvertir todas sus ganancias porque “con los primeros conciertos compramos un equipo, así podíamos hacer más bolos y con lo que ganamos pagamos la grabación y fabricación de la maqueta, y así sucesivamente”, indican ambos miembros de la banda.
En 2014 grabaron su primer disco Polaroids, agotando en la gira las 500 copias, un dinero “con el que sostuvimos parte de la grabación de Doce” su segundo trabajo. “En más de 100 conciertos nunca hemos buscado ni una discográfica, ni entrar en playlist”, apuntan, ya que “nuestra filosofía ha sido disfrutar del camino y lo que llegué, llegará y, sobre todo, que llegué por sí solo de forma natural”, sentencian.
Sacrificios
Unos conciertos logrados a base de “mucho sacrificio de ocio con la familia y con los amigos”, porque el camino hasta ponerse encima de un escenario es nada fácil cuando se trata de una banda pequeña. A las vicisitudes a las que se enfrenta cualquier grupo, sea grande o no tan grande, se une la organización global de lo que supone hacer un bolo. “El trabajo está repartido entre los cuatro”, indica Rubén, “cada uno nos hemos especializado en un área, aparte de la composición, el ensayo y la edición de los discos, una vez conseguidos los conciertos, queda la publicación en RRSS, entradas y cartelería y notas de prensa”, enumera.
Un trabajo que, cuando hay concierto, se incrementa. “La semana anterior hay que centrarse en los ensayos después de la jornada laboral de cada uno, y no olvidar la preparación de repertorios adecuados a cada sitio”. El día D a la hora H, el ritmo de Naïa no decae y todos sus miembros tienen que hacer encaje de bolillos, puesto que “sales de trabajar antes pidiendo horas, comes rápidamente, preparas la mochila y el backline, carretera, montaje, prueba y llegas a casa a las 2 o 3 de la mañana habiéndote levantado a las 7:00, vamos, casi 20 horas sin parar”, resopla Rubén.
Pero para ellos todo eso merece mucho la pena ya que “la pasión por la música y la satisfacción que tienes cuando acabas de arreglar las canciones que llegaron sólo como una idea o a grandes trazos, o cuando luego las tocas para tu público, compensan todo con creces”.
Naïa han tocado en grandes escenarios como las plazas mayor de León o Valladolid y en cientos de locales pequeños, y ambos tienen “algo especial”, comentan, aunque ellos es “mucho más placentero tocar en salas pequeñas, para tu público, con un feedback más inmediato y real”, aunque “los grandes escenarios para una banda underground como nosotros, son un síntoma de crecimiento del grupo y un logro musical siempre satisfactorio”, matizan.
Diferencias
Unos escenarios que compaginaron con algún que otro concurso como el Festival Autonómico Territorio Bosco, del que resultaron ganadores o el Festival FÁCYL, en el que obtuvieron el tercer puesto. Pese a los resultados, la experiencia global no fue del todo positiva porque “convierten la música en competencia cuando no debería ser así, la música es algo para disfrutar y unir no para crear conflicto”, apuntan.
Cuatro amigos que siguen disfrutando de la música y de los escenarios aunque, como reconocen, “con la falta de educación en la búsqueda de nueva música y no despertar la curiosidad musical, nos hemos cargado el circuito de salas, ahora sustentado en gran parte por bandas tributo y conciertos de versiones”, el circuito, se quejan, “ahora es de festivales y para entrar en ellos es complicadísimo, por no decir imposible si no perteneces a un management”.
“Hay multitud de bandas y muchas producciones”, comenta Rubén, quien apostilla que “son tantas que es complicado llegar a escuchar todo lo que te apetece, y además, creemos que ahora mismo hay mayor brecha que nunca entre las pequeñas bandas y los grandes artistas, , a pesar del cuento de que las RRSS hacen que llegues a todo el mundo”, sentencia, porque “están supervisadas, manejadas y dirigidas por los principales sellos para que se escuche y triunfe lo que ellos quieren”.
El futuro de Naïa lo tienen claro pese a todas las vicisitudes. “Hemos estado presentando en concierto nuestro último lanzamiento, una rareza que nadie más había hecho en Valladolid: un EP en directo grabado en nuestro concierto en 2019 en la Plaza Mayor de Valladolid”, y el año que viene verá la luz “nuevos temas que ya hemos tocado en directo en estos últimos conciertos para nuestros seguidores”.