En 1813 abría en Madrid una tienda en la calle Toledo número 30, al lado de la Puerta de Alcalá. Desde entonces sigue en pie y su espejo en Valladolid debía tener la misma esencia. Ubicada en un edificio de 1900, el local estuvo cerrado muchos años, hasta que llegó Ana Calzada, familiar de aquellos dueños madrileños y levantó el negocio desde cero. Las palomas inundaban el local, pero ya se podía respirar ese espíritu de tienda de toda la vida.

Tras una capa de pintura roja, como en Madrid, el espacio quedó presto y dispuesto para su apertura. Solamente faltaba llenar las estanterías de su producto estrella, en el barco de los autónomos pequeños. El local es reducido en apariencia, ya que el almacén es amplio, aunque de cara a la vista de los clientes tiene ese halo de un tiempo pasado, aunque si uno mira fuera, se da cuenta de que está en la actualidad.

Una época, nos comenta Calzada a El Español Noticias Castilla y León, en la que casi todos los negocios de toda la vida del barrio han cerrado y eso hace que las tardes sean algo más tristes, ya que “parece que estamos en una isla y aquí después de comer parece un cementerio”. Porque en la calle Panaderos, al lado del Caño Argales, el paso de los viandantes ya no es el que era antes, aunque muchos son los que se paran y entran ante su local.

Fachada de la tienda

Durante nuestra estancia cruzan la puerta casi una decena de clientes, todos buscando lo mismo. “Nos defendemos porque estamos muy especializados”, asegura la dueña, quien señala que muchas personas llegan por el boca a boca o son clientes de toda la vida. Todos con un denominador común, “se quedan alucinados del esparto que tenemos”, puntualiza. Y es que si uno mira a su alrededor, inevitablemente se queda boquiabierto con el stock de esta alpargatería. Más de 10000 referencias, sobre todo de esparto y calzado tradicional como francesitas o el famoso ‘pisamierdas’ y, ante todo, una gran variedad de colores y tallas.

Porque si por algo destaca Calzados Lobo es por el color, no solo de sus paredes, sino por las paletas de colores de sus alpargatas. “Viene gente preguntado si tenemos una en color naranja y amarillo, o verde y azul… así que buscamos en nuestro stock y posiblemente la tengamos”, afirma Ana Calzada. Y si hablamos de tallas, pues más de lo mismo, nos comenta, ya que hay modelos desde el 17 al 48 o hasta el 44 en las francesitas para todo tipo de mujeres, nos dice.

Fabricante español

Todas, eso sí, con un requisito imprescindible. “Tiene que ser fabricación española”, admite orgullosa. La dueña asegura que en España contamos con un sector muy bueno y unos fabricantes de primera, que ha ido desapareciendo poco a poco, aunque ellos siguen apostando por lo cercano ya que “la economía es circular y hay que apoyar lo nuestro”, aunque es consciente de los nuevos tiempos y sabe que competir con el calzado de fuera es muy complicado, pero su filosofía de precios competitivos se refleja en una clientela fiel, asegura. “El producto nacional tiene mucha mejor defensa, puesto que nuestros fabricantes valen mucho”, asegura.

Una de las estanterías de la tienda

Un cliente fiel que se refleja en las personas que cruzan la puerta. “Es gracioso ver que los bebés que venían en la silla ahora vienen con pelos en la barba”, aunque sigue entrando gente nueva, como comprobamos in situ. Pero Ana nos aclara que el ciclo con sus clientes siempre se repite puesto que “arranca la temporada primavera verano, primero con los niños porque han cambiado de número; luego las madres porque han comprado ropa y quieren conjuntar las alpargatas y luego los hombres que se dan cuenta que tienen rotas las del año pasado”. “Nuestro perfil es la familia”, afirma, aunque incide en que también se acercan erasmus, porque en Europa les encanta el esparto y es mucho más barato aquí.

Boom tras la pandemia

Ahora que llega el verano han notado un repunte en las ventas, aunque han vivido épocas muy difíciles desde su apertura en 2009, sobre todo con la entrada de internet y la apertura de Río Shopping. “Internet ha sido la puntilla pero es algo con lo que debemos convivir, y diferenciarse de ellos”, asegura.

Calzados Lobo lo hace con un servicio personal, afirma su dueña, aconsejando mucho, si unas lonetas encogen o dan de sí, y que se puedan probar el producto en tienda. Ana se lamenta de que cuando los clientes optan por internet, a veces hasta tiran el calzado, algo que es “un desastre ecológico” y no se dan cuenta, ya que es muy triste que ni si quiera estrenen el producto, dice. Algo radicalmente opuesto con lo que ocurre en su tienda, donde la gente pasa un buen rato, somos testigos, decidiendo con qué se van a poner las alpargatas.

Además, nos comenta, que fueron de las primeras tiendas tras El Corte Inglés, en devolver el dinero si no estabas conforme con el producto, algo que hace que su sector no dependa de estar en una ubicación más privilegiada de la ciudad como puede ser la calle Santiago, porque “a nosotros se nos busca”, asegura. El panorama desde entonces ha cambiado mucho, aseveran, todos los días y muy deprisa, “hacemos alpargatas a mano para las jotas, algo que antes se hacía pero ahora no, y la gente viene mucho a por ellas”.

Ana Calzado se queda con la época actual, ya que bromea diciendo que no tiene mucha memoria, y el futuro ya vendrá, afirma, aunque asegura que en la pandemia, pese a pasarlo mal, fue volver a abrir y se convirtió “en uno de los mejores veranos de la historia, porque la gente estaba deseosa de salir”.

Resulta tentado comprar una alpargata por 3 euros, pero en el momento que uno toca un producto de los de toda la vida, se da cuenta del trabajo que hay detrás, de todos esos cientos de años con las manos en una alpargata.