La parte más importante de nuestro cuerpo es el corazón, ya que sin él nos moriríamos y, por ese motivo, hay que hacerle caso cada vez que nos habla. Esos latidos tienen diferentes ritmos y pueden llevarte a distintos caminos en la vida. Al vallisoletano que protagoniza estas próximas líneas, el sonido que le resuena en la caja torácica tiene la cadencia de los pedaleos.

Desde pequeño la bicicleta ha sido su pasión, casi desde la cuna, y más cuando tuvo su primera armadura y construía rampas de salida para hacer sus propias contrarreloj. Un objeto que le ha aportado desde entonces bienestar, felicidad y libertad, ya que “moverte sobre un eje es algo espectacular”, asegura. Álvaro Molpeceres creció con Álvaro Pino, Perico, Zulle, Pantani o Cipollini, uno de sus favoritos, y desde entonces no se ha podido despegar de la bicicleta, haga frío o calor se sube dos o tres veces por semana, porque es algo “que llevo dentro”.

La bicicleta con la que Álvaro pasará 10 días en el Tour de Francia

Estos días se está celebrando el Tour de Francia y Álvaro, junto a su pareja Idoia, han viajado por sexta vez consecutiva en busca de una nueva experiencia. La primera vez fueron dos días y lo tuvieron claro: debían volver en otras condiciones. Decidieron coger una autocaravana, con la que llegan un día antes que el Tour oficial a la etapa. Hacen la misma ruta que los ciclistas y eligen el mejor lugar para esperar.

Después él, por la mañana, coge su bicicleta Peugeot restaurada y sube los mismos puertos que horas después subirán sus héroes y un pensamiento le viene a la cabeza en ese momento. “Yo he pasado por el mismo asfalto me digo cuando les tengo ante mí, y ese es un recuerdo para toda la vida”.

Álvaro en el Tourmalet

Mientras, Idoia, aprovecha para leer o dar un paseo por la zona y pueblos de alrededor. Y es que ella es quien propuso a Álvaro viajar a Francia para seguir el Tour y descubrir todo lo que hay alrededor de la carrera. “Calculamos los días que vamos a ir e improvisamos”, asegura este vallisoletano, quien afirma que cada año descubren cosas distintas porque la ronda gala no repite recorrido.

“Dentro del orden que tenemos, nos dejamos seducir y hemos descubierto pueblos y lugares preciosos”, nos cuenta Álvaro. Relata con una sonrisa en la cara cuando se toparon con unas cascadas naturales y se bañaron en agua helada, o cuando en el puerto de Lers, el sonido de las aguas les envolvió cuando iban a dormir, y al despertar se dieron cuenta que se encontraban a las faldas de una montaña enorme.

Seis años descubriendo la Grande Boucle, disfrutando de la diversidad de la gente, porque para un amante de las dos ruedas, el Tour es el Tour y no se puede explicar. Eso le pasa a Álvaro quien asegura que, con respecto a otras carreras como la Vuelta a España, “parece que se trata de lo mismo, asfalto, bicicleta y gente haciendo deporte, pero hay algo que te dice que estás en la mejor carrera del mundo”.

Álvaro subido en su bicicleta en el Tour de este año

Los franceses, asegura, se vuelcan porque para ellos es una gran fiesta y lo trasmiten. “Cuando estás allí lo notas, no es lo mismo verlo por la televisión”, asegura, al tiempo que comenta que la Vuelta no la sentimos igual que ellos su Tour, que es como una fiesta nacional que protegen. Tanta es la pasión, nos cuenta, que cuando en un pueblo saben que la carrera va a pasar por allí, se desviven, y días antes ya están preparando todo, los balcones, las pacas, cuelgan bicicletas… con una ilusión tremenda, porque “lo tienen como un patrimonio”, sentencia.

Un amante del pasado

Este vallisoletano se impregna de la hospitalidad gala, y durante sus años siguiendo el Tour ha vivido grandes anécdotas como cuando con un calor tremendo, dieron unos helados y agua fría a la Gendarmería francesa, o cuando en un recoveco de un puerto, se paró ante su autocaravana el coche de Quick Step y estuvieron hablando con los auxiliares durante varias horas como si fueran amigos de toda la vida.

Seguro que con unos y con otros, Álvaro habló de su pasión por el ciclismo de antes, ese con el que creció y de la geometría de las bicicletas de aquellos corredores ante su Peugeot restaurada junto con su padre, su otro compañero en esa afición. Les contaría que es un fanático de las bicicletas de contrarreloj , “las Aston Martin del ciclismo”, o de marcas como Sunn, y su aleación de cromoli, o las Vitus, GT, y la propia Peugeot, que un año pensaron los que se cruzaban con su autocaravana que la tenía “de exposición” y se sorprendieron al ver cómo luego subía puertos como el Tourmalet.

Algunas de sus 23 bicicletas

Un romántico del pasado, como se define, que ha dado vida a las 23 bicicletas que tiene en su poder y con las que admira día a día “el alma que tienen, con esos racores unidos al cuadro, esas formas, ese trabajo manual que hacían al construirlas”.

Algunas, como buen coleccionista, no las ha ‘estrenado’, esperando el momento idóneo para sacarlas a la carretera, y es que para Álvaro, montarse en estas joyas es “como estar encima de mis principios”. Esos principios que se le tatuaron en la piel desde joven y que le moldearon la forma de ser y entender el mundo.

Y por ese motivo, Álvaro asegura orgulloso que está “anclado al pasado sin despreciar el presente”, aunque no duda en quedarse con aquella época, esos maillots que le trasladan a una época donde fue “muy feliz” al lado de unos ciclistas que para él tenían “mucho mérito porque con muy pocos medios hacían mucho”. Unos titanes que fueron su ejemplo y que le tocan la fibra cada vez que vuelve a ver alguna imagen de aquellos Tours o Vueltas.

Dejamos a este vallisoletano con su montura de hace 50 años, preparado para subir las míticas montañas de la mejor carrera del mundo y pensando, en que cuando cierre esta edición, ya quedará menos para el Tour del año que viene, donde volverá a descubrir nuevos pueblos, nuevas carreteras y se dejará sorprender por una experiencia que hace que lata su corazón con más fuerza que nunca.