Decir adiós siempre es difícil. Y aún más cuando se lleva toda la vida haciendo algo que te gusta.
Javier ha estado al frente de la Churrería Carolina, situada en el barrio vallisoletano de Pajarillos, casi 42 años. Y, aunque se va contento para disfrutar de la jubilación y después de tanto trabajo bien hecho, “me da mucha pena”.
A sus 65 años “ya he cumplido” y ahora toca comenzar otra nueva etapa en la vida. “Empecé con mi hermano y un socio, llevamos aquí desde el 82”, recuerda Javier.
Trabajar en la churrería y de cara al público no es un paseo de rosas, “ha sido muy duro, también muy llevadero y, bueno, pues a veces aparecen muchos problemas”, confesaba el churrero.
En el establecimiento no sólo se han vendido miles de churros, su oferta era amplia, y el saber lidiar con los clientes era clave para el bienestar del negocio, “antes había mucha gente que bebían y metían la pata, pero sí, lo he llevado bien y, gracias a Dios, lo he pasado”, continuaba Javier.
Después de “toda la vida” no sabría calcular la cantidad de churros que ha hecho, “muchos, muchísimos”.
Recuerda que su establecimiento “se ponía a rebosar”, había días que “tenía una cola, pues no sé, que a lo mejor había 100 metros o más de gente esperando para coger los churros”, señala.
Y es que unos churros bien hechos y recientes le gustan a todo el mundo, un desayuno que ha sido siempre de los más madrugadores, para comprarlos recientes, de los jóvenes al volver a su casa de fiesta, y de los más remolones que se levantan tarde y no pueden resistirse a un desayuno contundente.
A nadie le amarga un dulce, como suele decirse, “venía mucha gente, de todas las edades y de todos los sitios”.
Las horas que ha dedicado a la Churrería Carolina tampoco las podría contar, y aunque a veces se dieran mal dadas de su trabajo, Javier confiesa que “me gusta todo, porque la verdad, es que esto te tiene que gustar”.
“Y a mí, la verdad es que me gustaba, me gustaba todo. Porque era un trabajo que siempre me ha agradado. Estar con el público, llevarme bien con la gente, estar cerca de ellos…”.
Y es que Javier trataba día sí y día también con su barrio, sus vecinos, visitantes que venían a disfrutar de un buen desayuno o merienda… Estando desde primera hora a pie de cañón, para ellos.
Un negocio que, además, le ha traído muchas anécdotas, a veces graciosas, “ha traído muchas anécdotas, hasta encontrarme a un hombre dormido en el servicio”, apunta entre risas.
También, recuerdos bonitos… Aunque en los días más señalados del año hubiera que trabajar, Javier estaba ahí y quería pasarlo bien con sus vecinos.
“En Navidad me tiraba desde las seis de la tarde hasta que tenía que cerrar, porque claro había que cenar, pero en el barrio siempre invitaba a champán a los que venían”.
En marzo, la churrería mítica de Pajarillos bajará sus verjas, un mes en el que si Javier no logra traspasar el negocio aguantará hasta el fin de existencias.
“Por el momento nadie se ha interesado por la churrería”, aunque reconoce que le haría ilusión que las puertas no cerraran definitivamente, en el anuncio de traspaso afirman la buena clientela que tiene la churrería.
También, que dan la posibilidad de enseñar el oficio. “Me da mucha pena, son muchos años. Tengo toda mi vida ahí metida”, concluía Javier.