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Los bares crean historias. Hacen que una ciudad gane en distinción. Lo mismo que hace el comercio de proximidad. Esa pequeña tienda de toda la vida con su dueña dando los mejores y más individualizados consejos a sus clientes de toda la vida. Crean sentimiento de pertenencia. Vital para cualquier urbe.

En la calle Torrecilla número 14 se ubica uno de esos establecimientos hosteleros de los que hablamos. Nació en el año 1982, el del Mundial de Fútbol, y hasta hoy ha dado el mejor trato a los que por su puerta han pasado para tomar un café o disfrutar de una buena tortilla.

Buena no, muy buena, porque el Bar La Tartana sirve una tortilla que quita el sentido. La normal, con o sin cebolla, al gusto de consumidor. De calabacín, chorizo o de cangrejo. Elaboraciones que quitan el sentido y que hacen las delicias de los clientes.

“Llevo toda la vida, más de 50 años, dedicado al mundo de la hostelería. Empecé con 14 o 15 años en esta sacrificada vida y fue en el año 1982 cuando abrimos La Tartana”, confiesa, en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, Salvador Latorre Andrés.

El Bar La Tartana

Él, con casi 65 años, abrió hace 42 (en mayo hará 43) este reconocido bar de la ciudad vallisoletana. Nacido en Soria, suma más de 50 años en la capital del Pisuerga y destaca su labor durante días y días en un mundo tan complicado como es el hostelero.

Comenzó su andadura en La Tartana junto a un socio, durante 8 años, pero ahora saca adelante el bar junto a su mujer, Milagros Caselles, y su hijo Ulises Latorre. Un negocio familiar, vaya.

Es un bar familiar. Entre mi mujer, mi hijo y yo hemos sacado el negocio adelante intentando dar el mejor trato a todos los que llegaban a nuestro bar y estamos muy contentos por ello”, afirma nuestro entrevistado.

Sin embargo, Salva se jubila. En noviembre cumplirá 65 años y busca ya la tranquilidad que merece. Su mujer tampoco quiere seguir y su hijo buscará enfocar su futuro lejos del bar.

Con mi jubilación en noviembre estamos pendientes de ver si traspasamos el bar. Si lo podemos vender. El local no es nuestro, pero es establecimiento hostelero sí y queremos que alguien dé continuidad a La Tartana”, asegura.

Los vecinos le dicen que “no se vaya” pero toca descansar después de una vida dedicada al trabajo desde muy temprano. Salva ya ha puesto demasiados cafés a lo largo de su trayectoria profesional.

He echado demasiadas horas. Claro que me da pena dejarlo, pero toca disfrutar de la vida, de la familia y descansar ahora confiando en que he hecho un buen trabajo durante todo este tiempo”, añade nuestro entrevistado.

La tortilla del Bar La Tartana

Salva añade que ha habido gente que “se ha interesado” por hacerse con el bar, pero que “todavía no hay nada cerrado”.

Ojalá que esas suculentas tortillas con o sin cebolla, de chorizo, cangrejo y calabacín puedan seguir siendo degustadas por vallisoletanos y turistas. Eso querrá decir que La Tartana sigue funcionando, aunque sea sin Salva. A él le toca descansar y disfrutar de su jubilación.

“Yo me jubilo, pero espero que alguien se anime y coja las riendas porque no es mala zona y seguro que sale adelante”, finaliza nuestro protagonista.

 

 

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