Un bar único con más de 50 años de historia en un pequeño pueblo de Valladolid: ricos champiñones y variadas tapas
- En 1972 Marina y Goyo abrieron un establecimiento hostelero que ahora sacan adelante Luis Alfonso y sus hijos Soraya y Luis.
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Quintanilla de Arriba es un municipio de la comarca de Campo de Peñafiel, en la provincia de Valladolid, que se ubica a unos 47 kilómetros de la capital. Está atravesado por la N-122 y, como indica el Instituto Nacional de Estadística (INE) a fecha de 1 de enero de 2024, cuenta con una población de 155 habitantes.
Una localidad que ha perdido cinco vecinos en el último año y que sufre, como muchos pueblos de la provincia en particular, y de Castilla y León en general, la sangría poblacional por la falta de empleo y vivienda en estos pequeños núcleos rurales.
Sin embargo, en este pequeño pueblo sigue sobreviviendo el punto de encuentro que resulta clave para que los vecinos del lugar acudan a echar la partida, a tomar un vino o simplemente a charlar, con la importancia que tiene la socialización en estos municipios.
El Bar El Ciervo Rojo abrió sus puertas en 1972. Lo hicieron Marina y Goyo. Ahora, es Luis Alfonso Arranz Garcés, hijo de ambos, el que quiere mantener viva la llama de un lugar único que huele a historia por los cuatro costados. Lo hace acompañado de sus hijos Soraya y Luis.
La historia del lugar y una jubilación
“Soy de Quintanilla de Arriba. De toda la vida. Padre de Soraya y Luis. Camionero de profesión que decidió continuar con el negocio familiar que, con tanto cariño, habían abierto mis padres, Marina y Goyo”, cuenta, en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, Luis Alfonso Arranz Garcés.
El Ciervo Rojo es un bar de pueblo con encanto. De esos de los de toda la vida. Con más de 50 años de historia a sus espaldas. Ubicado en la Plaza Mayor de Quintanilla de Arriba, allí, los clientes pueden aprovechar para mantener una charla agradable con amigos y conocidos, o disfrutar de un rico vermú al estilo de Quintanilla todos los domingos. También se celebran eventos.
“Cuando mis padres se jubilan, decido seguir con el negocio familiar. Después, lo cerré durante unos años hasta que en el 2000 decidí subir la persiana de nuevo para llevarlo con la ayuda de mi hija Soraya”, nos confiesa nuestro entrevistado.
Un establecimiento hostelero que abre todos los días, de lunes a domingo, desde las 9.00 horas, hasta que dejan a nuestro protagonista irse a casa.
Ricos champiñones y variadas tapas
Se trata de un negocio que ha pasado de generación en generación. Esta es la segunda con Luis Alfonso, y la tercera si incluimos a Soraya. Se abrió en 1972 y ahora, después de ser una cantina propiedad de Goyo y Marina, llamada La Cantina de Correos, se convirtió en bar, tal y como lo conocemos hoy en día.
En pleno corazón de Quintanilla de Arriba se trata de un edificio con tres pisos habilitados para el negocio. Una planta en el sótano donde está el comedor, una planta baja en la que está el bar y en la primera el uso es polivalente, como bar o comedor. Son 100 los metros cuadrados por planta.
“Aquí se puede degustar un rico vermú y también contamos con servicio de comidas y eventos previo encargo. Nuestra especialidad son los champiñones a la plancha que se preparan, de forma habitual los domingos”, señala nuestro protagonista.
Todo sin olvidarnos de diversas tapas y raciones como pueden ser los calamares, torreznos, mejillones en salsa… y la casquería con las manillas de lechazo, crestas, oreja y otras especialidades. Luis es capaz de preparar cualquier guiso o comida siempre que se lo propongas previo encargo.
Luis es el propietario y sus hijos, Soraya y Luis que colaboran activamente. Durante los fines de semana y épocas de más carga de trabajo cuentan con la ayuda de Sergio, que es ya uno más de la casa.
Un futuro incierto
“Veo el futuro de forma incierta. Me quedan pocos años para jubilarme y, lo más probable, es que cuando acabe no tenga relevo. Mis hijos trabajan para otras empresas y este es un negocio muy esclavo. También gratificante, pero te tiene que gustar”, afirma nuestro protagonista.
Como en la mayoría de los pueblos pequeños, tener un negocio es difícil. Sobre todo, durante los meses de invierno. En verano, cuando la gente acude en masa, y la población se triplica es algo más llevadero.
“El bar no es solo un bar, sino que es el lugar de encuentro de la gente del pueblo. Desde hace unos años, el nuestro, es el único negocio de estas características. Por eso seguimos adelante”, finaliza.
El único bar que sobrevive, con una historia dorada, en un pueblo de menos de 200 habitantes.