Victoriano Manuel Peláez es el agente de la Guardia Civil que más años ha vestido el uniforme de toda España. Pero más allá del récord, la historia del agente Peláez es la de un hombre "agradecido de por vida" a la Benemérita y sin la cual no quiere ni pensar "que hubiera sido de mí".
Nada más y nada menos que cincuenta años son los que Manuel Peláez ha vestido el verde aceituna. Medio siglo desde que entrara al Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada en Valdemoro (Madrid), siempre conocido como el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil. Y es que eso es en lo que se convirtió Peláez cuando, en 1971 perdía a su padre, agente de la Guardia Civil en Moraleja del Vino (Zamora). Toda su familia y él mismo son naturales de Moreruela de Tábara, y se trasladaron a Moveros de Aliste cuando él era un niño, junto a su padre, madre y hermano mayor; para luego recibir su padre destino en Moraleja. Pero cuando Peláez contaba apenas 14 años, su padre les dejó y en una dura época para España, un decidido Manolo tuvo claro su destino: la Guardia Civil. Por consejo de otros agentes de Tábara, la madre de Peláez le mostró la posibilidad de "echar la instancia" para acudir al Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil en Madrid, para tener asegurada "comida, ropa y recibir estudios". En declaraciones a EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León, el tabarés explica que "yo tengo un hermano mayor que sí quería estudiar y le dije a mi madre que me iba a Valdemoro para no ser una carga económica". Un pensamiento muy maduro y responsable para alguien que apenas contaba catorce primaveras.
La norma general para entrar en este colegio era tener 15 años. Pero con el pequeño Manolo se hacía una excepción, ya que solo faltaban tres meses para que cumpliera la edad correspondiente y su padre acababa de morir. Y así, Peláez (como le llaman todos sus compañeros) iniciaba su andadura en la Guardia Civil. "Mi casa fue el colegio y mis compañeros de la promoción del 56 mis hermanos", recalca emocionado el agente. Durante tres años y medio, el Colegio de Guardias Jóvenes fue el lugar de aprendizaje de Manolo, hasta que con 18 años le destinaron a la antes conocida como Móvil de Logroño, las actuales Unidades de Acción Rural de la Guardia Civil (UAR), especializadas en la lucha contra el terrorismo e intervenciones especiales. Y a los dos años, con 20 primaveras, fue seleccionado para el Grupo de Acción Rápida, una unidad de élite integrada dentro de la UAR y que tiene como misión específica la lucha contra el terrorismo y las operaciones de gran riesgo y requieran una respuesta rápida a través de reconocimientos especiales. Peláez recuerda que en aquel año de 1978, se seleccionaron a 30 agentes (uno él) para prepararse específicamente contra la lucha contra ETA. "Por aquel entonces se movían mucho por el monte y necesitaban un grupo que hiciera la guerra de guerrillas", puntualiza. Él y sus compañeros fueron entrenados en un curso de operaciones especiales en Jaca, con los Cazadores de Montaña del Ejército Español durante cuatro meses. Una intensa formación que maravilló al entonces director general de la Guardia Civil, Antonio Ibáñez Freire, durante una exhibición con fuego real en La Rioja, y que llevó a que ordenara organizar un curso en Argamasilla de Alba (Ciudad Real) con 400 agentes, para formarlos en las mismas habilidades. "Quiero 400 tíos como estos", recuerda el zamorano que pidió Ibáñez Freire.
Y así nacía el GAR, que se desplegaba por primera vez en el País Vasco y Navarra en febrero de 1980, tras el atentado de Ispáster (Vizcaya), donde seis guardias civiles fueron asesinados, que formaban parte de un convoy de agentes que escoltaba a trabajadores y armas de la cercana fábrica de Esperanza y Cía. a Bilbao. Peláez recuerda que "no nos dejaron ni terminar el curso en Argamasilla", y la primera compañía se creó en Bilbao, la segunda en San Sebastián, la tercera en Pamplona y la cuarta en Vitoria.
Los días de plomo de ETA
Manolo Peláez ha dedicado prácticamente toda su vida laboral en luchar contra el terrorismo de ETA. En los conocidos como días de plomo el ahora exagente recuerda que "vivíamos en tensión constante, había atentados un día sí y otro también". Y como miembro del GAR, "no parábamos". Esta unidad era "la primera que acudía porque solo nosotros teníamos acción en las provincias vascas y nos podíamos mover con libertad".
De hecho, Peláez recuerda con mucho cariño cuando las esposas de los guardias civiles "salían a darnos las gracias cuando nos asignaban vigilar por la noche su cuartel porque podían dormir a gusto". Y es que el zamorano destaca que son ellas, las mujeres y sus niños, los "verdaderos héroes" de este conflicto. "Mataron a mujeres y niños y la vida de quienes se encontraban en los cuarteles rurales era muy hostil", añade. Peláez recuerda ver a esposas de guardias civiles volver de la compra y contarles que "igual iban a la pescadería y teniendo una merluza delante decirles que no les quedaba".
Al exagente no le duelen prendas en decir que "hemos matado a cinco o seis etarras". Peláez recuerda como "una guerra de guerrillas" aquellos años más duros donde uno de los objetivos principales de la banda terrorista eran las casas-cuartel y los guardias civiles.
Manolo Peláez ha permanecido 44 años en el Grupo de Acción Rápida, hasta su retirada en diciembre. Tras este duro trabajo, su actividad continuó junto al GAR en la intervención en conflictos en el extranjero: Irak, Afganistán, Bangui (República Centroafricana), Nicaragua o Líbano. "Éramos los mejores del mundo porque no éramos especialistas en nada pero en todo", detalla. De hecho, ahora su actividad se centra en la lucha contra el narcotráfico en Algeciras.
La Guardia Civil como forma de vida
"Mi vida siempre ha girado en torno a la Guardia Civil, por eso siempre digo que salí del cuerpo de mi madre para entrar en el de mi padre", bromea. Peláez señala que los días más tristes y los más felices de su vida siempre han estado relacionados con la Benemérita. Su recuerdo más triste fue cuando perdió a su compañero benaventano Lucio Revilla, durante una manifestación en Euskadi donde lo mataron. Mientras que su recuerdo más feliz (a parte del nacimiento de sus hijos) fue el día que liberaron a Ortega Lara.
Pese a que quiere recalcar que no fue él quien entró en aquel zulo, sí estuvo presente durante toda la operación. Peláez recuerda que los Servicios de Inteligencia de la Guardia Civil "tenían localizada una zona donde veían que ocurrían cosas raras". Finalmente, se acudió al ya famoso taller mecánico, donde los agentes "estuvieron moviendo y revolviendo todo, hasta que el juez Garzón dijo que se retiraran porque no había nada". Pero entonces un compañero movió una máquina y se dio cuenta de que "algo se movía debajo". Y ahí estaba José Antonio Ortega Lara tras 532 días encerrado. "Menos mal que fuimos cabezones, porque a los que detuvimos nunca hubieran confesado y se hubiera muerto allí", indica el exagente.
Después de una vida dedicada a la lucha contra el terrorismo se muestra decepcionado con que, en estos momentos, "formen parte del gobierno aquellos a los que perseguimos por terroristas". Pero recuerda las palabras de su coronel, Peláez de los Cobos quien le aseguraba que "la gente algún día sabrá cómo fue esto". Pero el zamorano prefiere pensar que le debe la vida a la Guardia Civil y vive con orgullo que su hijo Alejandro quiere seguir también sus pasos y entrar en el Grupo Cinológico.