La Cofradía de la Santa Vera Cruz de Villarrín de Campos alcanza los seis siglos de vida
La Cofradía de la Santa Vera Cruz data del siglo XV y sigue con sus ritos ancestrales, como vestir con la mortaja
14 abril, 2022 07:00Noticias relacionadas
Ayer se fue; mañana no ha llegado;/ hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy un fue, y un será, y un es cansado.// En el hoy y mañana y ayer, junto/ pañales y mortaja, y he quedado/ presentes sucesiones de difunto.
Escribía Quevedo que ayer se fue, mañana no ha llegado. La historia de Villarrín de Campos está escrita, aquí y ahora. Es la tradición que viene del siglo XV dadas las características de lo que observó el viajero en su visita a este municipio para vivir su procesión de 'Los Penitentes' . Hablamos de la Cofradía de la Cruz o de la Santa Vera Cruz.
El viajero se adentra en los ritos más ancestrales de esta tierra mesetaria, adusta, seria, marcada por el adobe y el secano, el llano y las aves que salen de los muchos palomares que salpican las llanuras de cereal como si le dieran la bienvenida.
El silencio y la soledad ahorman la tarde. El sol 'cae de justicia' –como dice un vecino entrado en edad-. Una ligera ventisca trae un cierto aroma a alcanfor. A las cuatro y media en punto –como todo lo que aquí se hace- las campanas de la iglesia llaman a los penitentes. Ellos, y ellas, ya están preparados en sus casas. Los familiares ayudan a vestirse al cofrade con la liturgia que dicho ceremonial requiere. De pronto, comienzan a salir vecinos, de una calles y de otras. El pueblo toma vida. Pero no es a los vecinos a los que busca el viajero, sino a esos penitentes que en respetuoso silencio salen de sus casas y se dirigen a la iglesia. Admiración y curiosidad. Los vecinos sí pueden interrogarse quién se oculta detrás del hábito… El viajero expectante no entra en esos dilemas, sí se asombra del continuo goteo de penitentes por plazas y calles, aparecen como espectros fantasmales de otro tiempo.
La indumentaria de la mujer que limpió el rostro de Jesús
El viajero barrunta que esta indumentaria puede recordar al de la mujer que limpió el rostro de Jesús en la vía dolorosa. Al tratarse de una Hermandad en la que se ejercitaba la disciplina pública, sus miembros se dividían en tres grupos fundamentales de sangre, de luz y jubilados. Curiosidad levanta los hermanos de sangre quienes tenían que disciplinar públicamente durante la procesión del Jueves Santo. A tal fin, se reunían previamente en la iglesia, vistiendo el hábito o camisa blanca, con la espalda abierta, y preservando su intimidad mediante una caperuza roma. Dicho hábito, por su uso para el castigo corporal, sigue siendo conocido como la 'ceplina' Durante toda la procesión desfilaban descalzos y sin más ropa que la dicha ‘ceplina’, acompañando la imagen del Cristo de la Vera Cruz, mientras se flagelaban con las correspondientes disciplinas, a fin de derramar su sangre a imitación de Jesucristo. Los cofrades de luz, acompañaban la procesión con sus velas. El grupo de los jubilados estaba integrado por los pocos disciplinantes que hubiesen alcanzado los 60 años. Así describía Antonio Pilo, cura párroco que ejerció en Villarrín de Campos la penitencia de estos sufridos vecinos.
Ya en el templo, se sientan juntos todos los 'penitentes' con el Nazareno de fiel y justo testigo, a los que el párroco dedica unas efusivas palabras de fe cristiana. Y comienza la procesión, desfile o penitencia. Sale la cruz parroquial, un penitente lleva el pendón de la cofradía, otro la cruz tallada del Cristo y detrás los hermanos y hermanas en fila de a uno.
El pueblo entero participa en la procesión escoltando a los penitentes a ambos lados en filas más o menos iguales. Y detrás el paso de Jesús Nazareno, al que sigue el sacerdote, la presidencia de la Cofradía y los fieles, sobre todo mujeres, que van acompañando al párroco en su cántico del Vía Crucis. No hay música, ni matracas ni carracas, ni esquilas ni campanas, solo la brisa que llega fresca de las lagunas y las voces femeninas de pasión y dolor. Finaliza la procesión en la plaza mayor con la reverencia del pendón al Nazareno… y el adiós hasta el próximo año.
Otra vez regreso a la ciudad del Tormes. Vuelta atrás, no del tiempo, si no del camino. A la memoria del viajero vienen esos versos, tenebrosos pero tan reales como lo efímero de la vida, de Almafuerte, el seudónimo más popular de Pedro Bonifacio Palacios, escritor argentino, nacido en San Justo en 1854,
"Esa seda que relaja/ tus procederes cristianos/ es obra de unos gusanos/ que labraron tu mortaja,/ también en la región baja/ la tuya han de devorar./ ¿De qué pues te has de jactar,/ ni en que tus glorias consisten/ si unos gusanos te visten/ y otros te habrán de desnudar?".