Los antiguos ferrocarriles de vía estrecha de Tierra de Campos, popularmente conocidos como el tren burra, circularon por las provincias de Zamora, Valladolid, Palencia y Léon, entre 1884 y 1969. Unos trenes creados para impulsar el comercio del cereal y el tráfico de viajeros, y que fueron vitales para el desarrollo de decenas de pueblos de estas provincias. Toda una revolución para la época.
Los trenes secundarios tenían una extensión total de 226 kilómetros de vías y para los que se edificaron 32 estaciones y 3 apeaderos. El tren burra llegó a dar empleo a 400 trabajadores, empleados que prestaron sus servicios en las cuatro líneas administradas por la compañía de los Secundarios de Castilla: la de Palencia a Villalón, la de Valladolid a Medina de Rioseco, la de Medina de Rioseco a Villada y la de Medina de Rioseco a Palanquinos. Tras todos estos datos, miles de historias de trabajadores y ciudadanos de Castilla y León cuya vida giraba en torno a esas vías, que hoy se pierden entre los extensos campos de Antonio Machado.
Pero dos escritores de la tierra, Ignacio Martín Verona (Valladolid, 1966) y Wifredo Román (Palencia, 1976) han querido recoger la historia del tren burra en un libro llamado Secundarios de Castilla. Un intenso repaso por los vestigios aún existentes y los recuerdos de quienes conocieron aquellos históricos ferrocarriles como un elemento cotidiano de sus vidas; ya disponible en las librerías.
Wilfredo Román ha compartido con EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León algunas de las historias que se les han quedado grabadas, tras el trabajo de recopilación de la memoria colectiva y emocional de la gente de Tierra de Campos. Los autores han entrevistado a decenas de personas de los pueblos por los que transitaba el ferrocarril. Entre ellas hay ferroviarios o familiares de los trabajadores del tren, pero también muchas personas mayores para las que el secundario fue un elemento cotidiano de su vida y que aportan sus recuerdos y vivencias.
El escritor palentino relata, por ejemplo, un viaje de novios que tuvo como protagonista indiscutible este tren burra. Resulta que una pareja de recién casados de Villamartín de Campos (Palencia) cogió el secundario el viernes por la tarde, para llegar a Palencia capital, pasar el sábado y el domingo en casa de sus tías y volver al pueblo. Ese fue su viaje de novios. Wilfredo Román recuerda que la mujer que le narró dicho relato "lo hacía con tanta ilusión", porque en aquella época, este tren burra supuso toda una revolución en el transporte. Y es que, el trayecto completo podía suponer unas seis horas de viaje, pero, las paradas intermedias como de Castroverde de Campos (Zamora) a Medina de Rioseco (Valladolid) apenas era una hora. Tiempos, que medidos desde la óptica de hoy en día nos parecen eternos, pero que en los primeros años (1884) suponía un gran avance.
Pescado fresco de Vigo a Castroverde en una noche
Un avance que también fue especialmente importante para el tejido económico e industrial de ciertas zonas terracampinas. Uno de esos casos es Castroverde de Campos. Wilfredo Román explica que esta localidad zamorana se convirtió en un verdadero "flujo económico" gracias al secundario que llegaba de León a Villalpando.
El autor recuerda el caso concreto de unas familias de la localidad terracampina que emigraron a Vigo y hacían que el pescado que se capturaba en la ciudad gallega "llegara en solo una noche" a Castroverde, gracias al ferrocarril. La mercancía se trasladaba por la conocida como vía ancha de Vigo a León; y luego se transportaba de León a Castroverde por la vía estrecha. "Donde había un tren, había un punto de referencia económica importante", recalca el escritor palentino.
Muy cerca de Castroverde se ubica también Villanueva del Campo. Otro de los municipios de los cuales los autores han elaborado un intenso periplo "ofreciendo así un sugerente recorrido por una tierra repleta de rincones fascinantes". Wilfredo Román explica que en Villanueva llegaron a existir una fundición y una fábrica de tejas de ladrillo, que vivieron un gran esplendor gracias al tren burra. Este pueblo era "un centro de referencia", ya que por él pasaban seis trenes, de Medina de Rioseco a Palanquinos; de Medina de Rioseco a Villanueva; y de Villanueva a Palanquinos.
Un trasiego ferroviario que venía acompañado por una amplia plantilla de trabajadores ferroviarios que terminaron echando raíces en el municipio. 90 años de tren burra que hicieron que una decena de familias se asentaran en esta localidad zamorana. "Se generó mucho arraigo y fue muy brusco cuando el tren se cerró", añade el escritor palentino. Y es que cuando la línea cerró, la empresa jubiló a muchos de ellos, pero otros fueron reubicados en Gijón, Ferrol o la zona del Levante. Familias cuyos hijos ya eran también ferroviarios, "porque era una profesión que se heredaba mucho de padres a hijos, y que resultó un poco traumático para la zona".
De hecho, este libro también relata esta desaparición del tren secundario. Y es que pese a su aportación a la economía de decenas de pueblos de la zona y al servicio que durante años prestó a los vecinos de Tierra de Campos, el tren burra fue "quedando paulatinamente obsoleto". Estos escritores relatan que quedó condenado en gran medida por la falta de inversiones que hicieran sus instalaciones competitivas y perjudicado también por la creciente competencia del transporte por carretera de los años 50-60 en adelante.
Y como el tiempo no perdona. Los campos amarillos son ahora los escondites de los vestigios que quedan de ese esplendor ferroviario. Algunos han sido rehabilitados y preservados, pero en muchos otros casos se encuentran en ruina o, directamente, han desaparecido. El trabajo de estos escritores recoge parte de estas construcciones había estaciones, almacenes, servicios, cocheras, depósitos de agua, puentes, apeaderos, casillas o garitas de los guardagujas, que se erigieron a lo largo de Tierra de Campos.
Protestas con orinales en Valladolid
Pese al avance que el tren secundario suponía para Tierra de Campos, también tuvo sus inconvenientes. Quizá el más sonado fue en Valladolid capital. Wilfredo recuerda las protestas que originó el paso del tren burra por pleno casco urbano de la capital vallisoletana y la enérgica reacción de los vecinos
La ciudad tenía dos estaciones: una en San Bartolomé (a las afueras), y otra en la conocida como Campo de Béjar. Esta última se ubicaba en el solar donde hoy descansa la estación de autobuses. Y para llegar de una a otra "había que recorrer todo el casco urbano, con un trabajador delante durante cinco kilómetros avisando el paso del tren, que circulaba muy lentamente", explica. Aún con paso muy lento, se sucedieron los atropellos y eso acabó provocando "mucha conflictividad en torno al tren".
Tras las quejas, se prohibió el tráfico de viajeros durante el día y solo se mantuvo el paso con mercancías durante la noche. Pero se trataba de un pesado tren, que echaba humo y hacía muchísimo ruido. Algo que no gustó nada a los vecinos, que en plena noche sufrían el ruido y los humos del tren burra. "Así que como protesta, muchas mujeres cogían los orinales llenos y se los vertían al tren secundario a su paso".
Decenas de historias recogidas en este libro, Secundarios de Castilla; que viene maravillosamente ilustrado con fotografías antiguas, que han sido obtenidas de archivos, de álbumes particulares y de colecciones de varios fotógrafos europeos que en los años cincuenta y sesenta recorrieron las líneas del secundario, como Lawrence Marshall, Jeremy Wiseman, Otto Kurbjuweit o Trevor Rowe. Estos fotógrafos venían a España solo para ver el ferrocarril de Tierra de Campos. El tren burra era una joya obsoleta, que había desaparecido del resto del continente y "ellos lo veían como algo excepcional y digno de venir a ver y fotografiar". Y gracias a eso "tenemos una colección fotográfica excepcional".