Rafael Monje/Ical.- Una amplia parte de Zamora huele a tierra quemada y muchos vecinos de la Sierra de la Culebra y de comarcas cercanas ponen voz, agria y vehemente, a la desolación que han provocado dos graves e históricos incendios en la zona en cuestión de poco más de un mes.
La ‘España vaciada’, en este lado del noroeste zamorano, es ya la “España quemada”. Basta un recorrido por varios de los pueblos cercados recientemente por las llamas, cuando el domingo, al parecer por un rayo caído en el término de Losacio, fue el origen de una catástrofe natural que ha transformado el paisaje de pinos y praderas de pasto en un suelo negruzco, chispeante y que cruje dolorido al pisarlo.
Los remolinos de viento, frecuentes todavía, te envuelven en una nueve de polvo cegadora que convierten el lugar en un espacio desértico, casi apocalíptico y tremendamente triste. No es la lava del volcán Cumbre Vieja, el que tuvo a medio mundo pendiente de su evolución meses atrás, pero la imagen que dejan ambos incendios en la provincia de Zamora se asemeja en muchos tramos a esos ríos de fuego y piedra en la isla canaria de La Palma.
En San Martín de Tábara, localidad que conforma un cuadrilátero geográfico casi perfecto junto a Losacio, Ferreruela y Olmillos, el ambiente es desolador. Los rostros de sus habitantes lo reflejan. No hay ánimo para expresar el miedo y el sufrimiento que han padecido desde el domingo. “Lo hemos vivido muy mal, fue todo tan rápido que ha sido un milagro que saliéramos vivos. Incluso dejamos sin cerrar las casas por la emergencia”, explica Hortensia Rodríguez, de 82 años. “Las vacas también lo han pasado fatal, no han vuelto a salir al campo y no braman, no mugen, algo que jamás habíamos visto”, añade.
Hortensia porta una pequeña azada y se dirige a lo poco que le ha quedado de un huerto. “No tenemos ni ganas de comer; sobrevivimos a base de paracetamol. Todo da mucha pena y a veces hasta deseas morirte al ver esto así”, se lamenta.
A la salida del mismo pueblo, Santiago León, un joven ganadero hace verdaderos esfuerzos para no romper a llorar. “Han muerto muchas cabras calcinadas, otras ahora están hinchadas, y la mayoría abortarán. He perdido la mitad de los cabritos, más de medio centenar, y las cabras que han sobrevivido no dan leche por el estrés”, comenta en un tono entre resignación y nítido enfado a partes iguales. “Me sorprendieron las llamas en el tractor, todo era fuego a ambos lados del camino. No creía en Dios, pero ahora le doy gracias por estar vivo”, rememora.
“¿Qué vamos a hacer?”, se pregunta Santi, como así le llaman los pocos vecinos que se cruzan durante la conversación. “Se han quemado todos los cercados y el 99% de la alimentación era el propio pasto del campo”.
Santiago León prefiere no salir en ninguna fotografía. “No me callo lo que pienso”, justifica para evitar “problemas”. Se refiere, de forma velada, a las administraciones públicas. “Aquí estamos ahora como en las antiguas reservas de los indios de Norteamérica. “Ya no estamos sólo en la España vaciada, ahora estamos en la España quemada”, señala con cierto enfado.
“Los políticos quieren que el medio rural sea como el parque Yellowstone y lo están consiguiendo. Vienen a tirar cuatro tiros en plan recreo y a hacer sus comilonas”.
En su opinión, estos incendios graves suceden por el abandono del monte público. “Las administraciones no te dejan podar, ni te dan permiso para desbrozar, advierte. “Pues ahora ya está todo bien desbrozado y de la manera más atroz”, subraya Santiago.
No todo es un lógico y legítimo lamento. Santiago León también tiene palabras de agradecimiento para muchas personas anónimas que están ofreciendo ayuda de manera desinteresada, incluso dinero, enviando camiones cargados de forraje para alimento de los animales. “Estamos agradecidos en el alma”, concluye, no sin antes anunciar que están todos los pueblos uniendo sus fuerzas para que la voz común llegue a todos los sitios posibles: medios de comunicación, ministerios, organizaciones…
Si le preguntas por la Junta de Castilla y León, su ceño fruncido se agranda. “En lugar de ayudarnos, nos realiza hasta cinco o seis inspecciones en un año. Debo tener todos los animales en regla, con sus certificados y papeleos interminables. Pero los jabalíes, los lobos, los ciervos… que son suyos, no tienen obligación de portar nada de eso”, expresa con consternación. “Por un animal muerto atacado por un lobo te dan 50 euros, o sea, un despropósito”.
Ayer había más de 100 buitres devorando restos de animales muertos por los incendios, concluye, para que nos hagamos una idea de lo dantesco de la situación. “Tendremos que volver a hipotecarnos para salir adelante, mientras los políticos se llenan la boca de promesas y frases huecas. Deben pensar, como los niños pequeños, que la leche viene de la nevera”.
Dejamos San Martin de Tábara con la imagen curiosa de un adolescente arrastrando hierba y ramas verdes con su monopatín eléctrico. “Es lo que podemos llevar a las ovejas ante la falta de pasto”, dice Izan, como así se llama.
En Sesnández de Tábara, los helicópteros siguen vertiendo agua sobre los focos de humo en prevención de que el fuego pueda avivarse. Hay a las 20 horas casi 30 grados en la zona.
Toribio Blanco es un vecino de este pueblo cercano a Tábara. “No todos salieron de las casas para huir ante las llamas, algunos se quedaron en sus casas para defenderlas del infierno del fuego”, apunta con tristeza. “Esto se podía haber evitado o controlado con buenas brigadas contraincendios, pero poniéndose en marcha en marzo o en abril, no en vísperas del verano o ya dentro de la época estival. Ahora ya no sirve que las conformen; ¿para qué?, si ya está todo quemado”, agrega mientras advierte del picor que produce ahora en la garganta y en los ojos un aire cargado de restos quemados de la maleza y los pinos.
Recuerda que el domingo fue como “un tornado que avanzó a la misma velocidad que la electricidad”, destruyendo todo a su paso. Fue una tormenta seca de viento y truenos, pero sin lluvia, relata.
Según Toribio, un ganadero de la zona logró salvar sus 400 vacas alistanas llevándolas a una de las praderas ya quemadas en junio, en el primer incendio de la Sierra de la Culebra. Al menos allí ya no había nada que pudiera arder.
En Escober de Tábara, a poco más de 4 kilómetros de Tábara, la imagen es igual o peor que en el resto de parajes y localidades que hemos visitado. Valeriano, hermano del pastor que perdió la vida por las llamas, recibe entre sollozos el pésame de los pocos vecinos que no han podido hacerlo hasta ahora.
“No me hagas fotos, tengo un cabreo enorme con todo lo que ha ocurrido y se dice ahora”. “Aquí solo hay ayudas para los lobos y los jabalíes, ni siquiera para las personas”, indica con actitud vehemente. “Nadie socorrió a mi hermano salvo yo y un amigo común”, a pesar de que no cesaban en decirles a unos y otros efectivos de seguridad que “faltaba una persona, que no la encontrábamos”.
Nos desalojaron y hemos estado 3 días en el hotel Sancho de Zamora, recuerda José Luis. otro vecino de Sesnández, compungido por todo lo ocurrido en un pueblo rodeado por pinares, jaras y pastos verdes.
En Tábara, dos grandes hileras de vehículos y camiones de la Unidad dan fe de la magnitud de la tragedia que ha asolado esta vertiente de la Sierra de la Culebra.
Solo el natural bullicio de unos niños en pleno juego en las calles adyacentes ponen el contrapunto de vida a una imagen aterradora, mugrienta y desolada.