Zamora está de moda. Cada vez son más los turistas que eligen la Perla del Duero para sus escapadas y viajes. Y es que esta ciudad de gran belleza arquitectónica, cultural, patrimonial e histórica enamora a cualquiera. Zamora es una ciudad pequeña y acogedora, pero no son pocos los lugares que no te puedes perder si visitas sus calles. Un buen puñado de rincones absolutamente encantadores, históricos, valiosos e inolvidables, que casi resulta imposible elegir con cuál quedarse.
Pero EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León ha hecho el esfuerzo de elegir los siete sitios de Zamora que no te puedes perder bajo ningún concepto si visitas la ciudad. Aunque invitamos a todos los visitantes a sumar más lugares y experiencias si se deja caer por esta bellísima y encantadora ciudad.
Hemos ordenado el recorrido por la entrada habitual a la ciudad, el parque de La Marina. Un lugar, por cierto, en el que no se puede despreciar un buen paseo y una dulce parada en la mítica heladería La Valenciana.
Plaza Sagasta y modernismo
Caminando desde La Marina tendremos que emprender nuestro camino por la calle Santa Clara, la arteria comercial por excelencia de la ciudad. En ella podremos ver los primeros ejemplos del desarrollo modernista en Zamora. Y es que entre 1875 y 1930 en la ciudad se construyeron multitud de inmuebles de este estilo artístico, que hacen que Zamora sea parte de la Ruta Europea del Modernismo.
Uno de esos ejemplos está en el número 31 de esta vía, la Casa de Valentín Matilla, del arquitecto catalán Francesc Ferriol i Carreras, que cuenta con una preciosa decoración con motivos vegetales y florales en su fachada con un piñón central rematado con una cornisa, en los recercos de las puertas, en la cornisa y hasta en el portal.
Continuando por Santa Clara llegaremos a la sede de la Subdelegación del Gobierno en Zamora. Justo a la izquierda de su edificio se ubica otra de las joyas modernistas de la ciudad: el Mercado de Abastos. Es obra del arquitecto Segundo Viloria, que diseñó en hierro y ladrillo a principios del silo XX. En él se aprecian detalles típicos de la modalidad de 'sezession', donde son características las líneas rectas, los péndulos y los círculos, como el gran ventanal central que preside este edificio.
Aunque hay unos cuántos ejemplos más a lo largo de estas y otras calles cercanas, sin duda, la joya de la corona modernista en Zamora es la plaza de Sagasta. A un paso de llegar a la Plaza Mayor, se ubica este lugar, presidido por la estatua en bronce dedicada a 'Adán después del pecado', obra del artista local Eduardo Barrón.
La plaza de Sagasta recoge los edificios más importantes construidos durante los primeros años del siglo XX, pertenecientes a la burguesía y a los rentistas más acaudalados de la ciudad. Así, en el lado sur, en la esquina de la calle de Viriato, Segundo Viloria construyó dos edificios en 1880; mientras que en 1908, Francisco Ferriol diseñó la propiedad de la calle Quebrantahuesos para Gregorio Prada, donde Gregorio Pérez Arribas erigió otros dos edificios adyacentes.
En el lado norte de la misma plaza, se erigió una de las construcciones más representativas del movimiento modernista en Zamora: la Casa de las Cariátides, probablemente también obra de Gregorio Pérez Arribas y con evidentes toques del estilo barcelonés. Otro edificio, coronado con un par de estatuas aladas, fue reformado por Antonio García Sánchez-Blanco en 1921. Además, se levantaron otros edificios con detalles eclécticos y modernistas, trazados por destacados arquitectos como Francisco Ferriol.
Así que podemos concluir que en la plaza de Sagasta y su vecina, la calle Viriato conforman un área en la que participaron todos los principales protagonistas de la arquitectura zamorana en el lapso de cien años: Eugenio Durán, Segundo Viloria, Gregorio Pérez Arribas, Francisco Ferriol, Antonio García Sánchez-Blanco y Enrique Crespo Álvarez.
Muchos de ellos nunca llegaron a conocerse, pero proyectaron los inmuebles de estas dos vías en un período de más de sesenta y cinco años. Todo con resultado final fue magnífico, lo que permite concluir que todos compartían un mismo objetivo: transformar las calles históricas, convertirlas en un escaparate de belleza y dar un aire más moderno a Zamora.
Merlú
Si hay algo que está completamente impregnado en el ADN de Zamora eso es su Semana Santa. La ciudad y sus vecinos viven con un intenso fervor la Pasión, que llena cada rincón de la capital zamorana. La Semana Santa de Zamora es de las más especiales de nuestro país, cuyas raíces se remontan al siglo XIII, y desde entonces ha conservado intacta la austeridad, la oración y el silencio. Tanto es así, que la ciudad se convierte en centro de peregrinación y quintuplica su población, a pesar de lo cual el silencio lo inunda todo.
La Semana Santa de Zamora tiene el reconocimiento de Interés Turístico Internacional desde 1986, lo que la convierte aún más atractiva para visitantes de todo el mundo. El puro evento religioso se mezcla con la vertiente cultural y social, haciendo caminar conjuntamente fe y tradición, encuentro y fervor, arte y devoción.
Una singularidad que vive su máximo esplendor en los meses de marzo o abril, pero queda patente en la ciudad durante el resto del año con la imponente estatua en bronce del Merlú. Ubicada en el corazón de la Plaza Mayor (a la que se llega tras pasar Sagasta), frente a la iglesia de San Juan de la Puerta Nueva, se encuentra esta obra de arte creada en 1996 por el talentoso escultor local Antonio Pedrero.
La escultura se ubica en un lugar tan privilegiado de la Plaza Mayor para homenajear a tan especial figura de la Semana Santa de Zamora. Y es que el Merlú es el nombre dado a las parejas de devotos pertenecientes a la Cofradía de Jesús Nazareno vulgo Congregación, cuya tarea fundamental es convocar y reunir a los demás hermanos para dar inicio al impresionante desfile procesional de la madrugada del Viernes Santo.
La llamada al orden se lleva a cabo mediante el sonido melodioso de una corneta con sordina y el inconfundible tambor destemplado. Un total de seis parejas recorren los distintos barrios de Zamora en las horas previas a las cinco de la madrugada del Viernes Santo, con el noble propósito de reunir en la Plaza Mayor a más de 11.000 hermanos que forman parte de esta hermandad, la más numerosa de la capital.
La escultura está tallada en bronce y representa a tamaño natural a una de estas parejas de congregantes. Su realismo y detalle capturan la esencia de esta antigua tradición zamorana y la hacen resplandecer en la memoria colectiva. Esta obra de arte se ha convertido en uno de los símbolos más representativos de la ciudad, transmitiendo su riqueza cultural y emocional a todos los que la contemplan.
Balborraz
La calle Balborraz es una joya histórica en el corazón de Zamora, que te transportará a través del tiempo con su encanto y tradición. Se trata de una de las calles más antiguas de la ciudad, ubicada en el casco histórico, con su punto de partida en la Plaza Mayor de la capital, que sirve como vía de acceso al centro económico-administrativo de la ciudad desde el otro lado del río Duero.
Su nombre, Balborraz, proviene del árabe 'bab al ras', que significa 'puerta de la cabeza', en referencia a una antigua puerta que existía en esta calle durante el siglo X. En su trazado, esta vía muestra una estampa tradicional y artesana, atrayendo a aquellos que buscan sumergirse en la autenticidad de Zamora. A lo largo de los años, esta calle ha sido testigo de las procesiones más importantes de la Semana Santa, agregando un valor cultural y religioso a su historia.
Por ello, no es de extrañar que la calle Balborraz sea uno de los lugares más fotografiados de Zamora y haya obtenido el título de una de las calles más bonitas de España, según el Portal Oficial de Turismo de España, que la incluye en el ranking de las doce calles más hermosas del país. En esta lista se encuentran otros destinos famosos, como el paseo de Gracia en Barcelona, la Gran Vía de Madrid, la Calleja de las Flores en Córdoba, el paseo del Borne en Palma de Mallorca y la calle del Ángel en Toledo.
La calle Balborraz tiene un pasado muy unido al comercio tradicional y la artesanía. En sus mejores tiempos, albergaba mercerías, sastrerías, platerías y tiendas que ofrecían artículos a precios asequibles. Estos comerciantes y artesanos también dieron nombre a calles vecinas, como la calle de Oro, la calle de la Plata, la calle de los Caldereros y la calle de la Zapatería.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la vitalidad comercial de Balborraz se desvaneció, especialmente a partir de los años sesenta debido a cambios urbanísticos en Zamora y otros factores que afectaron su actividad comercial. A pesar de ello, la fama y el encanto de la calle Balborraz persisten y continúan atrayendo a turistas de todo el mundo.
En el número 16 de esta calle, vivió el renombrado imaginero Ramón Álvarez, escultor zamorano nacido en Coreses en 1825 y autor de buena parte de la imaginería semanasantera de Zamora. En su casa-taller, ubicada en Balborraz, dio vida a muchas de sus obras maestras y desde su balcón pudo admirar la procesión de la Virgen de la Soledad durante la Semana Santa de Zamora.
En la fachada de esta casa, se pueden apreciar dos placas conmemorativas en honor al escultor, una en el primer centenario de su nacimiento (22 de septiembre de 1825), que por cierto pone Ramón "Álvarez Moretón" por error; y otra en alusión al primer centenario de su fallecimiento (25 de abril de 1889).
Además, la calle Balborraz ofrece dos ejemplos destacados del estilo modernista, que son paradas imprescindibles en la ruta de este movimiento artístico en la ciudad. El primer ejemplo se encuentra en el número 1 de la calle, en la Casa de Faustina Leirado, construida en 1910 y diseñada por Francesc Ferriol. Justo enfrente, en el número 4 de Balborraz, se encuentra la Casa de Mariano López, edificada en 1908 y también diseñada por Francesc Ferriol.
Así que en tu paseo por Zamora, la calle Balborraz es una parada obligada. Es un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan, invitando a los visitantes a sumergirse en la historia, la belleza arquitectónica y el legado cultural de Zamora. Descubrir sus encantos es una experiencia inolvidable que te transportará a una época pasada llena de tradición y arte.
Plaza de Viriato y su estatua
Este es un lugar idóneo para sumergirse en la historia y leyenda de Zamora gracias a la llamativa estatua de Viriato, una impresionante obra escultórica ubicada en la plaza del mismo nombre, a la que se llega tras dejás atrás la Plaza Mayor y continuar por la calle Ramón Álvarez, donde a la izquierda encontramos el Teatro Ramos Carrión, también de corte modernista.
Esta estatua de bronce, creada por el renombrado artista zamorano Eduardo Barrón, rinde homenaje al valiente caudillo-pastor Viriato, quien desafió a los cónsules romanos e hizo frente a la expansión de Roma en Hispania a mediados del siglo II antes de Cristo en el territorio suroccidental de la península ibérica.
La estatua de Viriato fue colocada a finales de 1903 en lo que antes se conocía como plaza de Cánovas del Castillo, en honor al político tras una visita a la ciudad con el rey Alfonso XII, pero más tarde pasó a llamarse plaza de Viriato debido a la popularidad de esta magnífica escultura. El conjunto escultórico consta de una estatua erguida, un pedestal de granito y una verja que lo rodea. En el pedestal, se puede apreciar la leyenda 'Terror romanorum', atribuida a Orosio, que significa 'Terror de los romanos'.
La estatua de Viriato fue creada por Eduardo Barrón mientras estudiaba en Roma en 1883 y fue fundida en los talleres de Alessandro Nelli en el Vaticano. De ahí su inscripción adyacente que indica 'Roma 1883'. Esta elección se debió a que la fundición en Roma resultaba más económica que en España, donde la técnica escultórica aún no estaba tan desarrollada.
El escultor zamorano presentó esta obra en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884, donde recibió una medalla de plata. Este reconocimiento llevó la obra de Viriato a la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, donde permaneció durante veinte años. Sin embargo, Barrón siempre tuvo claro que la estatua de Viriato debía regresar a su ciudad natal, Zamora.
Después de dos décadas en exposición, la obra fue trasladada a Zamora en 1902, cedida por el Museo del Prado al Ayuntamiento de la ciudad. Posteriormente, Eduardo Barrón inició las gestiones para que la estatua fuera concedida definitivamente a la Diputación de Zamora, convirtiéndose así en un monumento público como muestra de agradecimiento por el apoyo económico que el artista recibió del organismo mientras estaba pensionado en Roma.
Durante muchos años, el conjunto escultórico de Viriato ocupó el centro de la plaza. Sin embargo, en 1971, durante unas obras de remodelación en la plaza que incluyeron la plantación de los árboles de plátano que hoy la adornan de forma que abrazan toda la plaza, la estatua fue desplazada hacia el oeste, unos seis metros de su ubicación original.
Además de la estatua de Viriato, los edificios que rodean la plaza de Viriato no pasan desapercibidos para los ojos curiosos de los visitantes. A un lado de la plaza, se encuentra la sede actual de la Diputación de Zamora, ubicada en el antiguo Hospital de la Encarnación, que data del siglo XVII. Justo enfrente, se ubica el majestuoso Parador de Turismo, en el antiguo palacio de los Condes de Alba de Aliste. Y muy cerca, en una de las esquinas, se encuentra la antigua iglesia de la Concepción, que en la actualidad alberga el Archivo Histórico Provincial.
Catedral
Una vez dejamos atrás a Viriato, nuestro camino continúa por el corazón del casco antiguo de Zamora. Por él podremos apreciar algunos de los ejemplos románicos, que tan famosa han hecho a la ciudad como la iglesia de la Magdalena, la iglesia de San Ildefonso o el convento del Tránsito o del Corpus Christi, donde residen las Clarisas Descalzas.
Continuando por esta senda románica llegamos a la imponente plaza de la Catedral. Aquí se ubica la S.I. Catedral del Salvador de Zamora, construida por un solo maestro aún hoy desconocido en el siglo XII por encargo del rey Alfonso VII el Emperador y su hermana Doña Sancha. Se erigió sobre un modesto edificio prerrománico y se considera la más pequeña y antigua de las once Catedrales de Castilla y León.
La construcción de la Catedral comenzó en la mitad del siglo XII y se consagró en 1174, aunque en esa fecha el edificio aún no estaba completamente terminado. Se estima que en ese momento solo se habría concluido la cabecera, parte del transepto y algunos metros de los muros perimetrales. Las consagraciones medievales se llevaban a cabo cuando los templos, aunque incompletos, podían albergar liturgias.
Las obras continuaron durante el último tercio del siglo XII, completando el transepto, elevando los pilares de separación de las naves y abovedándolas. Además, se construyó el famoso cimborrio gallonado. En el siglo XIII se añadió la torre de poniente y el claustro.
La Catedral se construyó en un tiempo récord de aproximadamente medio siglo, lo que permitió una gran unidad de estilo siguiendo los cánones borgoñones clásicos. Sin embargo, también se introdujeron novedades en la cubierta, influenciadas por el estilo cisterciense y oriental.
Originalmente, la Catedral contaba con tres naves de cuatro tramos, un transepto marcado en planta y tres ábsides semicirculares escalonados. Solo se construyó una de las torres previstas, ubicada al pie del templo, con numerosos ventanales pero de aspecto robusto. En el siglo XV se reemplazó la cabecera por una de estilo gótico y en los siglos XVI y XVII se sustituyó el claustro románico por otro de estilo frío y clasicista.
En el interior, se aprecia un espacio diáfano separado por arquerías apuntadas que se apoyan en pilares con tres columnas en cada cara. Los capiteles, excepto un grupo de tres, son lisos con remates almenados, posiblemente influenciados por el estilo cisterciense. Las basas presentan decoraciones vegetales, geométricas y cabezas. Algunas columnas conservan restos de la policromía original.
Las naves laterales están cubiertas con bóvedas de arista, mientras que la nave central cuenta con una primitiva crucería considerada la primera de este tipo construida en suelo hispano. Los brazos del transepto tienen una bóveda de cañón apuntado más conservadora.
Uno de los elementos más destacados de la Catedral es el cimborrio, que se erigió sobre el crucero para proporcionar iluminación interna y simbolizar la esfera celeste. Aunque su origen es bizantino, su morfología y decoración con arquerías, columnas y frontones son de influencia francesa, particularmente del románico de las regiones atlánticas de Aquitania y Poitou.
En el exterior, el cimborrio presenta ventanales con arquivoltas sobre columnas, frontones triangulares clasicistas y una cubierta gallonada con lajas de piedra en forma de escamas. Las cuatro torrecillas cilíndricas y cupuladas en los ángulos añaden un juego especial de volúmenes y estabilizan la estructura.
Otra parte destacada del exterior es el hastial del brazo sur del crucero, junto con su portada conocida como la del Obispo. Este conjunto es uno de los más interesantes del románico español y se caracteriza por arquerías ciegas, columnas estriadas y cornisas con arquillos. Estas características han influido en numerosos templos románicos de Zamora. Se ha relacionado esta estructura con el románico francés de Poiteau, Angulema y Santogne.
La puerta del Obispo también cuenta con dos tímpanos escultóricos considerados los más destacados del románico zamorano. El tímpano occidental muestra las estatuas de San Pablo y San Juan Evangelista sosteniendo libros, mientras que el tímpano oriental presenta una Virgen con el Niño en un trono bajo un baldaquino, acompañada por dos ángeles turiferarios. Estas esculturas muestran la elegancia en los detalles y revelan la influencia del primer gótico francés.
Castillo
A la derecha de la Catedral, tras el jardín que le precede está el Castillo de Zamora. Las crónicas atribuyen su construcción a Alfonso II de Asturias, pero estudios recientes sugieren que fue más probablemente erigido por Fernando I de León. De cualquier manera, este majestuoso edificio se remonta a mediados del siglo XI, aunque apenas se conservan restos de esa época.
Este Castillo, que nunca fue un palacio, sino una poderosa fortaleza, representa el corazón de la historia de Zamora y ha recibido la máxima protección como parte del Patrimonio Histórico Español desde 1931. Ubicado estratégicamente sobre una roca y adaptado de manera natural a la plataforma irregular del terreno, el Castillo cuenta con condiciones inmejorables al ser la elevación más alta de la colina.
Su estructura de forma romboidal es dominada por tres torres, dos de ellas pentagonales y una tercera heptagonal, que destacan sobre el conjunto. Como todo castillo digno de ese nombre, cuenta con un foso, contrafoso, estancias, una liza y un patio inferior. Sin embargo, lo que realmente cautiva a los visitantes es la torre del homenaje y su impresionante foso.
Para adentrarte en su interior, cruzarás un puente que originalmente era levadizo y llegarás a una puerta de arco apuntado. Junto al edificio principal, rodeando el antiguo alcázar de Zamora, encontrarás el encantador parque del Castillo, un oasis de jardines y miradores que te invitan a disfrutar de una vista panorámica excepcional.
A día de hoy, se conserva el perímetro del Castillo, rodeado por ese foso que se encuentra casi intacto. Los muros más importantes, el patio de armas y la torre del homenaje, también han resistido el paso del tiempo y se mantienen en pie. En la actualidad, el Castillo es propiedad del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, que se encarga de su conservación.
Durante un tiempo, la ciudad de Zamora utilizó el Castillo como sede de la Escuela de Arte y Superior de Diseño, y hasta el año 2007 también albergó la Escuela Oficial de Idiomas. Tras cuatro años de arduas obras de recuperación y consolidación de las estructuras defensivas, en 2009 se abrieron las puertas del Castillo de Zamora al público, revelando una imagen completamente renovada tanto de la fortaleza como de los jardines adyacentes. De hecho, actualmente se trata del monumento zamorano más visitado de toda la ciudad.
Dentro del recinto defensivo, se encuentra el espacio expositivo Baltasar Lobo, como un centro de arte, que forma parte integral de la estructura y el conjunto del Castillo. Este espacio está dedicado a la obra del escultor zamorano, ofreciendo una oportunidad única para admirar sus creaciones en un entorno histórico y majestuoso.
El Castillo de Zamora es mucho más que una atracción turística, es un testigo silencioso de los tiempos pasados y una muestra impresionante del legado histórico de esta fascinante ciudad.
Puente de Piedra
Y cerramos con una de las vistas más bonitas de la ciudad: el Puente de Piedra. Esta construcción se presenta majestuosa sobre el imponente río Duero y son varios los puntos de la ciudad desde donde puede verse en todo su esplendor. El primero, como no, está pasada la Catedral, tras la conocida como puerta del Obispo.
Aunque el Puente de Piedra también tiene unas preciosas vistas desde los miradores del Troncoso y el mirador de San Cipriano; pero también puede apreciarse desde sus hermanos pequeños, el Puente de Hierro y el Puente de los Poetas. Además, no debes perderte el paseo por la orilla del río (desde los Pelambres a Los Tres Árboles), donde Zamora muestra un skyline románico absolutamente precioso.
El Puente de Piedra de Zamora, conocido también como 'pontem novum' en un documento histórico del año 1167, desempeñó un papel fundamental en la historia de Zamora, ya que compartió su función con el antiguo puente hasta el año 1310, cuando fue arrasado por una poderosa riada.
Considerado como el puente más antiguo que se conserva en la ciudad, el Puente de Piedra fue durante muchos siglos el único paso que permitía cruzar el Duero. Su diseño está compuesto por 16 arcos apuntados, diseñados estratégicamente con tajamares y óculos para controlar el caudal impetuoso del río, especialmente durante las crecidas provocadas por las lluvias invernales y el deshielo de la primavera.
Los vestigios actuales del puente se remontan al siglo XIII, aunque sufrió notables reformas en los siglos XVI y XVII, llevadas a cabo por destacados arquitectos como Pedro de Ibarra, Martín Navarro, Hernando de Nates y Antonio Carasa. El Puente de Piedra contaba originalmente con una torre en cada margen, las cuales cumplían funciones de vigilancia y control de mercancías, además de garantizar el cobro del portazgo. La torre situada en la margen sur, conocida como La Gobierna, destacaba por su relevancia estratégica.
Sin embargo, entre los años 1905 y 1907, el puente experimentó una transformación drástica que fue duramente criticada por expertos como Gómez-Moreno, quien la calificó como un "nuevo atentado artístico seguido de impunidad silenciosa". Este proyecto de intervención, impulsado por Federico Requejo Avedillo, tuvo como objetivo principal facilitar el acceso a los vehículos desde el sur de la ciudad. Como consecuencia, se llevaron a cabo modificaciones significativas, como la eliminación de los pretiles y las torres en los extremos del puente, la supresión del último arco en la entrada desde la margen derecha y la desaparición de la puerta que pertenecía a la última fortificación amurallada de la ciudad.
A pesar de estas transformaciones, el Puente de Piedra de Zamora sigue siendo un testimonio histórico y un símbolo muy importante de la ciudad. Su estructura imponente lo convierten en un atractivo turístico imprescindible para quienes visitan Zamora, invitándolos a descubrir y admirar la habilidad arquitectónica y el legado cultural que este puente milenario encierra en sus piedras.
Otros lugares de interés
Como decíamos antes, Zamora es la ciudad del románico, ya que sólo en el casco histórico Zamora alberga 14 iglesias y 23 templos en total en el municipio. Por lo que tampoco debemos perdernos una bonita ruta por esta ciudad que alberga el mayor número de iglesias románicas del mundo.
También son muy interesantes sus aceñas, un ingenio hidráulico situado en el mismo cauce del río, que trabajaba como molino de agua. Zamora posee uno de los conjuntos de aceñas más antiguos de España y estuvieron en funcionamiento durante más de mil años, con origen en la Edad Media.
Las más conocidas son las aceñas de Olivares, que puedes encontrar descendiendo por la puerta del Obispo; seguidas de las aceñas de Cabañales, cerca del Puente de Piedra; las aceñas de Pinilla, próximas al puente del tren; y las aceñas de Gijóny las de los Pisones, cuyas ruinas se encuentran en la margen derecha del río.