Pedro de Alba y Astorga nació en la aldea zamorana de Carbajales de Alba nada más comenzar el s. XVII, y antes de los diez años ya estaba de camino a Cuzco con sus padres. De adolescente estudió lo básico en el Colegio de San Antón, que era el seminario de la diócesis de Cuzco, y ya casi veinteañero hizo Teología en el Colegio de San Martín de Lima. Antes de terminar el año 1621, se ordenó franciscano y fue destinado a la Provincia de los Doce Apóstoles de Perú.

Completó su formación en las Casas de Estudio de los Franciscanos y, al acabar, no solo enseñó Teología y predicó como sacerdote, sino que también ejerció cargos de gobierno representando a su provincia. Regentó además la cátedra de Artes en el convento de San Antonio de Chuquisaca, y ocupó la cátedra de Vísperas en el colegio de San Buenaventura de Jesús, en Lima. Al poco, fue nombrado visitador de Panamá y Cartagena de Indias, y custodio de la Provincia de los Doce Apóstoles. Tendría unos cuarenta años en este punto.

Al ser comisario general de las Provincias Franciscanas de Indias, fray Pedro tuvo que venir a España a resolver la alternativa de cargos entre criollos y peninsulares dentro de los franciscanos, y también como delegado de la causa de beatificación de San Francisco de Solano. Asistió además en 1645 al Capítulo General que se celebró en Toledo, donde defendió las excelencias admirables de San Francisco y de los franciscanos, pero de una forma tan extraña y exagerada que la Inquisición sospechó de él mucho tiempo… El tesón, el trabajo y la pasión que ponía en todo, en este caso no fueron beneficiosos para el zamorano.

En este año precisamente, comenzó sus indagaciones sobre la cuestión de la Inmaculada Concepción de Santa María, hasta el puno de convertirse el uno de los mayores expertos en el tema. Antes de los cincuenta años, ya había publicado sus primeras obras: “Bibliotheca Virginalis Mariae Mare Magnum” y “Armamentarium Seraphicum et Regestum Seraphicum”.

Algunos de estos escritos los firma con el calificativo “carvaialensis” o “el carbajalino”, no solo en honor y recuerdo de su pueblo de Zamora, sino también para continuar con la tradición académica de otros maestros que solían rubricar así, con su gentilicio de origen.

En 1651 viajó a Roma y tuvo oportunidad de estudiar innumerables documentos en los archivos vaticanos y en la Biblioteca Barberini. Este mismo año empezó a preparar el bulario “Indiculus Bularii Seraphici”, publicado cuatro años más tarde, y que era una especie de inventario con referencias de todos los documentos papales que convendrían en los diez volúmenes del Bulario Franciscano. Pero solo publicó dos de los diez porque se tuvo que volver a España. Resulta que ese mismo año, en Madrid se le publicaba “Naturae prodigium gratiae portentum”, una obra en la que Fray Pedro encuentra hasta tres mil semejanzas entre las vidas de San Francisco y Jesucristo, y claro, la Inquisición es informada e incluye este libro entre los prohibidos.

Decidió entonces fray Pedro seguir con sus investigaciones sobre la Inmaculada Concepción. Durante su tiempo en Madrid aprovechó para publicar dos obras: Comentario al Magnificat, en 1656, y Sol Veritatis cum ventilabro seraphico por candida aurora, en 1660. En la dedicatoria de este libro, fray Pedro informaba a Felipe IV que estaba preparando otras cuarenta y dos obras, por eso, no es de extrañar que desde 1657, se instalara en la cabeza del fraile la idea de abrir una imprenta propia. Tampoco es raro que el propio Rey dictara un decreto especial para que fray Pedro de Alba pudiera hacerlo, apoyado además como estaba por el general de su Orden, fray Pedro Manero.

En abril de 1652, debido a los esfuerzos teológicos y científicos de fray Pedro, se había creado en España una Junta de la Inmaculada. Casi una década más tarde, el 8 de diciembre de 1661, el Papa Alejandro VII la concedía bula, “Solicitudo omnium ecclesiarum”, lo cual resultó ser un importante paso para la declaración del dogma, ya que se presentaba la solicitud como una petición ya más oficial dentro de la Iglesia.

Como muchas veces suele ocurrir, años antes, le habían salido críticos a fray Pedro, sobre todo por parte de los teólogos “maculistas” que había dentro de los dominicos. En este momento, tras la bula papal, los dominicos acentuaron su presión sobre Alba, que tuvo que defenderse a sí mismo y a sus trabajos, y proteger algo de lo que estaba plenamente convencido publicando folletos en imprentas falsas y con seudónimos tan diversos como fray Juan García de Loaisa, fray Pedro de la Concepción, fray Pacífico Modesto de Novara, fray Martín Pérez de Guevara, Aurelio Pimentel de la Sal, hermano Jo. de Es no Es, Rodrigo Rodríguez, fray Pío Mariano de la Concepción y fray Francisco de la Madre de Dios.

Por temor a la Inquisición algunos impresores se negaron a editar sus obras y otros incluso le devolvieron los originales que tenían ya en la prensa. Consciente de esta antipatía en España, conocedor a su vez de la admiración que los franciscanos de Flandes tenían por su obra teológica y, sabiendo, que algunos tenían imprentas propias, el zamorano recogió sus cosas y se trasladó a la región flamenca, llevando además consigo un decreto de Felipe IV que autorizaba a los Franciscanos de Lovaina y de Namur a imprimir las obras de fray Pedro.

En 1662, y tras haber pasado brevemente por Francia y Alemania, ya estaba instalado en Lovaina, donde se centró en la publicación de sus obras marianas. Sin embargo, la distancia no pudo frenar la hostilidad de los dominicos, que siguieron presionando ante la Inquisición y ante la Corona, con tal fuerza que lograron involucrar al internuncio en Bruselas, Jaime Rospligiosi, quien obtuvo del rey de España un real decreto por el que se suprimiría la imprenta de Lovaina.

Disgustado por este golpe, exhausto por las dificultades y enfermo, murió el de Carbajales en Lovaina en abril de 1667.