En muchas ocasiones, la verdadera paz, el sentido más profundo y la más ancestral tradición tiene lugar en un pueblo, alejado de los grandes eventos y movilizaciones de las ciudades. Tal es así que la Semana Santa se puede vivir y disfrutar de muchas maneras. Pero si alguien busca la ancestralidad, el origen más puro y la tradición, tiene que asistir en la noche del Miércoles Santo a la Procesión del Silencio con el Cristo de la Piedad o el Cristo de Alcañices, en puro corazón de Aliste, a escasos kilómetros de la frontera con Tràs-os-Montes.
Los alistanos reivindican la más exultante capa parda en su lugar de origen, más allá de copias, excentricidades e inventos modernos. En Aliste, concretamente esta noche de Pasión en Alcañices, todo es puro, hasta la mirada de los alistanos reivindicanto ante tanta copia que también existen. Y lo demuestran con dignidad, orgullo y tradición.
Todo comienza a las nueve de la noche, cuando alistanos y sus vecinos trasmontanos, y después de la misa, cuando el párroco pide el voto de silencio a todos los presentes, más directando a los cerca de cien cofrades, que visten capas con historia, -alguna marca 1812- y sus faroles, y sus matracas y sus carracas.
Rodeado de antorchas y faroles y el silencio, solo roto a ratos por la banda de música que suena a marcha fúnebre, y las matracas y las carracas, avanza de la ermita hasta la iglesia parroquial el Cristo de la Piedad, donde es introducido y rezada una oración en el Monumento -qué pocos quedan y qué belleza tenían en los pueblos antaño-. Tras la misma, y con la luna de testigo en la noche alistana, el Cristo regresa a su ermita con el voto de silencio de los alistanos y la música que acompaña.
No 'ha' lugar para las mujeres
Los hombres del pueblo, porque las mujeres cocinan, colocan al Cristo de la Piedad en su retablo de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, concretamente en un retablo del siglo XVII que fue realizado para albergar dicha imagen. Una talla de madera policromada de notables dimensiones: 1,92 m. de altura y 1,60 m. de ancho en los brazos. Los expertos sitúan su datación cronológica en el siglo XIII; por tanto, hablamos de un Cristo protogótico de gran valor artístico, pero también y sobre todo de enorme importancia en la fe de las gentes de Alcañices.
Dicen los mayores al viajero que esta procesión es antiquísima y ha variado muy poco a lo largo de la historia: la Cofradía de la Vera Cruz, mediante aportaciones de los devotos del Cristo, adquirió la mesa que desfila en la actualidad, elaborada por Félix Martín, ‘El Serrador’; anteriormente, transportaban la imagen en andas. Una mesa también bellamente adornada, con hermosos claveles rojos. Todo con un gusto exquisito.
Huele a puchero. Unas sopas de ajo de una exquisitez total. Es el paladar del recuerdo de aquellas sopas que en las mañanas frías la abuela Manuela, allá por la frontera del Duero, daba al viajero cuando los padres ya cuidaban sus cabras en las laderas del río. Calor en la noche y sabor de antes. Como la procesión, las capas, el silencio, la luz tenue, la música tenebrosa y los recuerdos del viajero cuando ya en carretera barrunta la historia que, por desgracia, se va o se apropian de los pueblos.