Si hay un sinónimo de verano inolvidable, ese es el Campamento Doney, en la comarca zamorana de Sanabria. Se trata del proyecto más personal del sacerdote claretiano Fernando Sotillo, oriundo de Doney de la Requejada, que hace ya más de 40 años unió las voluntades de los vecinos del pueblo, las instituciones y la suya propia para convertir una pradera abandonada en un auténtico paraíso donde niños y jóvenes pudieran vivir una experiencia profunda de valores y amor a Dios y a los demás sin renunciar a la diversión.
Desde entonces, el queridísimo e inagotable padre Sotillo concita cada año, en cuatro turnos consecutivos que abarcan todo el verano, a más de 300 niños y jóvenes desde 3º de Primaria a 2º de Bachillerato, que una vez que prueban no pueden dejar de repetir. La mayoría regresan cada año puntuales a la cita, y muchos se reenganchan, al cumplir los 18, como monitores de las nuevas generaciones que siguen llegando, como un río que nunca muere, al edén doneyano.
No es difícil encontrar ejemplos. El más reciente, el de David, coordinador de monitores del tercer turno de verano, lleva 18 años consecutivos acudiendo a Doney, primero como acampado y después como monitor. Y a sus veintitantos no puede evitar derramar lágrimas cuando llega la hora de abandonar el campamento, consciente de que el próximo verano volverá a "enredarse en los hilos" que han ido tejiendo su historia de amor con las personas, los lugares y las experiencias que solo brinda Doney.
El alma mater y sustento material y espiritual del campamento Doney es el padre Sotillo, que con su tesón e ilusión ha conseguido preservar en un precioso paraje natural junto al río Negrito un espacio idóneo y seguro donde procurar a las nuevas generaciones un verano muy especial. Este 2024 el campamento cumple 38 años, con la misma filosofía y el mismo entusiasmo que el primer día: los niños acampan al aire libre en tiendas con otros niños de sus mismas edades, tutelados por el padre Sotillo y las decenas de jóvenes monitores que les guían mientras cultivan los valores del amor, la fraternidad, el respeto, la oración y la responsabilidad. Y mientras se bañan en el río, hacen rutas por el campo, manualidades y juegos de equipo, comen rico y sano y aprenden a hacer conjuntamente las tareas cotidianas, ayudan a sus semejantes y crecen como personas. Algo que no ofrecen los campamentos al uso que están enfocados en ofrecer a los pequeños actividades y diversión a granel. El padre Sotillo no se ha ido nunca de vacaciones. Para él, el verano está en Doney, donde más se le necesita.
-Padre Sotillo, ¿cuántos años lleva activo el campamento?
-Ni lo sé… son 38 oficialmente, pero vinimos aquí antes de hacerse la obra con grupos pequeños de niños, incluso con adultos y jóvenes.
-¿Y lleva usted desde el principio, es el promotor?
-Claro. El día que no esté yo… es mucha responsabilidad, civil, humana y religiosa.
-¿Qué le motivó a fundar el campamento, que es el sueño de cualquier niño, pasar el verano aquí?
-Como sacerdote mi misión era siempre seguir ayudando a los niños y a los jóvenes, e incluso a las familias, a tener experiencias en verano y fines de semana, con campamentos y convivencias. Yo estaba en Zamora, en el colegio de Corazón de María, y no podía ir con mis alumnos, por aquel entonces eran chicos, al Lago de Sanabria porque no había sitio. Íbamos a Santo Domingo de Silos, donde había 3.000 acampados allí, y aquello era… pues eso, un rebaño donde los chavales no podían vivir realmente la experiencia en esa masa. Entonces empezamos aquí, porque yo soy de este pueblo, de Doney. Y en esta pradera, ya abandonada, empezamos a montar las tiendas hasta que comenzó el proyecto oficialmente. Vinieron el presidente de la Diputación de Zamora, Luis Cid, el diputado de la zona, Felipe García, y el arquitecto, Manuel Soriano. “Esto hay que levantarlo”, y ahí empezaron. Vino la ayuda de 3 millones de pesetas de aquel entonces y empezó a levantarse esto.
-¿El campamento a quién pertenece?
-Es de todos los vecinos del pueblo. Hubo que contar con la firma de la mayoría del pueblo, alguno no quería. Es una cesión en usufructo del terreno, a través de una fundación que se creó. Y la Asociación Peña Negra es quien hace las actividades legalmente.
-¿Alguna vez ha hecho un cálculo de cuántos niños y jóvenes han pasado por aquí en estos 38 años?
-Yo no soy dado ni a salir en la foto ni a contar. La gloria se la debo a Dios, mi misión es alabarle, servirle y hacer el bien. Sé que están viniendo 300 acampados al año y unos 60 jóvenes. Vas sumando, 38 años, aunque antes no venían tantos, pero sí 200… pues miles y miles de acampados y más de 1.000 monitores.
-Los monitores son reincidentes todos, se van reenganchando…
-Los monitores son todos acampados, no admitimos monitores que piden venir a Doney; incluso aunque nos piden hacer las prácticas, difícilmente concedo a uno hacer las prácticas. Porque tienen que conocer el espíritu Doney. Cuando terminan el colegio, en segundo de Bachillerato, ya los tengo seleccionados para empalmar en el turno de monitores, les vamos ayudando, y van aprendiendo para sacar el título de monitores.
Ahora los niños y los jóvenes necesitan mucho más esto, porque hoy no tienen nada
-¿Qué tiene el campamento para que haya jóvenes, como David, que después de 18 años consecutivos quieran seguir acudiendo e incluso utilicen sus vacaciones laborales para venir aquí?
- Lo has visto. Gente que tiene un mes de vacaciones y viene aquí 15 días, en todos los turnos. ¿Qué tiene? Primero, Dios. Segundo, ser voluntario, ser solidario. Entonces te engancha la fe, te engancha el amor, el servicio a los demás. El espíritu que se vive aquí, los valores. Los monitores lo dicen: “El espíritu de Doney, los valores de Doney”. Ellos lo van recibiendo y ahí lo tienen. Todos los jóvenes vienen pensando que quieren ser monitores.
-Cuánta falta hace ese espíritu de Doney en la sociedad actual, ¿verdad?
- Exactamente. Yo siempre he vivido en este mundo de la Iglesia y para los demás, desde que fui ordenado, incluso antes, nunca he ido de vacaciones. Todo el verano ha sido para el campamento. Y cuánta falta hace. Me dicen: “Eres mayor, deja todo”, y yo les digo “si es cuando más falta hace”. Ahora los niños y los jóvenes necesitan mucho más esto, porque hoy no tienen nada. Tienen muchísimas cosas, para pasarlo bien, pero no hay valores, no hay contenido, no hay actividades que llenen, no solo divertirse, que llenen un poco la vida. Formar, educar, porque hoy hay muchas actividades de verano que organizan empresas, y el objetivo es obtener dinero y entretener pero ¿qué enseñan? Pues muy poco, o nada. Entretienen a los niños y lo pasan bien, pero lo importante es dar valores.
Este es el campamento clásico lleno de contenidos y valores
-Lo que sobran en la actualidad son actividades. Los niños están sobresaturados y no tienen ni un minuto para reflexionar…
-Los niños aquí tienen como referencia a los monitores. Adquieren una relación de preocupación y atención con los niños, y también de aquellos que tienen un problema. Ellos ven que hay algo distinto. Si a los niños que hoy acaban el campamento les preguntamos si quieren seguir todo el mes, te aseguro que la mayoría seguirían 15 días más.
-Seguro…
-Es un ambiente en que lo viven todo. La oración la viven alegremente, pero también el juego, el servicio, están divirtiéndose barriendo y fregando, aprenden: “Tengo que fregar mi plato, limpiar la taza que he manchado”… Todas esas cosas que tanto cuestan y que hoy no se enseñan en casa. Este es el campamento clásico lleno de contenidos y valores. Hace unos años cuatro madres en un colegio me dijeron: “No mandamos a nuestros hijos a Doney porque tienen que fregar los platos”, y yo les dije, “prohibido que les mandéis, porque ¿para qué?”.
-¿Usted se da por contento con que cuando salgan de aquí sean un poco mejores personas?
-Es la alegría que recibes. Y con los monitores, que hay que estar siempre también acompañándoles detrás de ellos, a veces animándoles, a veces echándoles una bronca, porque son jóvenes, algunos ya muy maduros, otros no tanto, porque esto es una cadena que se va renovando. Cuando ya están formados, muchos lo dejan por temas de trabajo. La vida es así. Pero me exigen más los monitores que los pequeños, porque ellos lo necesitan también. Para muchos es la única experiencia fuerte que tienen durante el año, lo viven muy intensamente. Y las reuniones y encuentros que tienen para prepararlo, hacen grupo, y preparan todo, las oraciones…
-En la Eucaristía de hoy ha dicho que le preocupan más los padres que los hijos.
-Cada día lo digo mucho más. Como siempre he vivido con niños y con padres, en el colegio me preocupaba más de los niños que de los padres. Ahora que estoy en la parroquia, que llevo muchos años, ahora me preocupan más los padres que los hijos. Yo siempre digo, que si el árbol está sano, el fruto será sano. Si los padres son sanos, los hijos estarán sanos. Y como lo estoy viendo, estoy sufriendo con ellos. Veo en catequesis niños que tienen problemas, y ves que el problema siempre está en los padres. Es una lucha continua. La unión entre padres e hijos, la unión de la familia. Tenemos todos que trabajarlo.
-El padre Sotillo es incombustible, no se cansa, cada año con más energía.
-No, eso dicen algunos. Pero la vida tiene un límite.
Es domingo, y el tercer turno del Campamento Doney toca a su fin. En unas horas, la algarabía volverá con los jóvenes del cuarto y último turno del verano, de 3º de la ESO a 2º de Bachillerato. Las familias que han ido a recoger a los pequeños van abandonando la pradera tras disfrutar de un día de convivencia en el alegre campamento y solo quedan los monitores, nostálgicos, conversando en círculo sobre la hierba, unidos por el espíritu de Doney. Tumbados miran el cielo como queriendo fotografiar con la retina ese instante que nunca volverá en el firmamento mágico que solo brilla así en la noche de Sanabria. El padre Sotillo sube, baja, atareado, pendiente de todos los detalles para que no falte nada en el paraíso. Cuando acabe el verano regresará a la parroquia del Corazón de María en Oviedo, donde volverá a soñar y a hacer nuevos planes para su amado campamento.
Larga vida al padre Sotillo. Larga vida al campamento Doney.