Comenzó a sospechar que podía estar contagiada el sábado 14 de marzo. La prueba confirmó que tenía coronavirus Covid-19 el miércoles 18 y, desde entonces, está aislada de su familia. Tatiana Monge, enfermera de cuidados paliativos domiciliarios, vive sus días de aislamiento "como una oportunidad única para parar y reflexionar".
El sábado 14 de marzo llegó, para ella, tras una semana "especialmente dura en el trabajo por la carga física y, sobre todo, por la carga mental" de tenerse que ir "adaptando a diario a las nuevas directrices, a los nuevos datos y a los protocolos que cambiaban incluso en el transcurso de una misma jornada" a causa del avance del coronavirus.
Así que el cansancio no le resultó alarmante. Sí lo hicieron, ya por la tarde, la sensación distérmica (escalofríos y malestar) y un dolor muscular generalizado. Decidió aislarse y avisar a su compañera médico.
"Esa misma noche hice el primer pico de fiebre de 38 grados. El domingo por la mañana activé el protocolo avisando a mi supervisora, llamando al teléfono de salud laboral y pidiendo cita en atención primaria para gestionar la baja telefónicamente", ha relatado a Europa Press.
El frotis que certificó el positivo se lo hizo una enfermera en su domicilio el miércoles 18. "No puedo saber cómo fue el contagio porque desde hacía días había tenido contacto con personas con clínica compatible con infección respiratoria o fiebre sin foco" (pacientes con fiebre sin que se pueda asociar a nada el origen).
"Las directrices esos días para considerar a un paciente sospechoso hacían referencia a personas con síntomas que hubiesen regresado de una zona de las entonces consideradas de riesgo, o que hubiesen estado con positivos confirmados", ha añadido señalando que ninguno de sus pacientes cumplían estos requisitos.
Su trabajo esos días se había ido "adaptando, y ampliando las medidas preventivas, según la información y los protocolos" que les iban llegando con los medios de que disponían: mascarillas quirúrgicas, guantes y batas básicas no impermeables.
"Hoy es mi décimo día de aislamiento. En ningún momento he tenido miedo porque mis síntomas han sido muy llevaderos. Fiebre solo tuve un par de días y solo hasta 38º, sí que el dolor muscular duró unos días más. Luego aparecieron diarrea y falta de apetito. La tos ha sido muy poco llamativa, casi anecdótica. En ningún momento he tenido disnea (dificultad para respirar)... En ese sentido puedo decir que ha sido fácil de llevar", ha explicado.
El "gran reto" ha sido el aislamiento. "El estar separada de mi familia y de mis compañeros que, en algunos casos, están viviendo situaciones muy difíciles. Pero la capacidad de adaptación del humano es increíble. Las redes de apoyo han surgido en la distancia como pocas veces he sentido de forma presencial", ha afirmado.
En este sentido, ha citado el apoyo y los ánimos; la llamada periódica de su médico de primaria, las llamadas desde el servicio de salud laboral, la llamada de los médicos jubilados que voluntariamente se han ofrecido a colaborar, los vecinos que desde sus terrazas se vuelcan por saber si necesita cualquier cosa y, por las tardes, le dan "un ratico de conversación"; así como el compartir un espacio diario de meditación.
"Creo que ninguno vamos a ser los mismos después de todo esto", ha considerado al tiempo que ha relatado cómo, en unos días, le repetirán el frotis para confirmar que se haya negativizado y poderse reincorporar al trabajo. "No veo el momento....", ha dicho.
Los aplausos diarios los vive como "un empuje para todos: el subidón que a diario necesitamos para terminar cada día y acostarnos con la esperanza de que ya pasó un día mas a restar en el calendario".
"No me siento identificada con la imagen de superheroína por ser sanitaria. Creo que todos estamos demostrando ser superhéroes desde el lugar que nos ha tocado ocupar en esta historia", ha afirmado.
"Héroes son mis hijos, y los tuyos, que están demostrando una capacidad de adaptación increíble; mi padre que está viviendo esto en la soledad como tantas personas mayores; las personas con patologías de base que tienen un miedo añadido por la vulnerabilidad de su situación; los que están perdiendo sus trabajos con la incertidumbre de no saber si lo recuperarán cuando pase todo esto; todos aquellos que tienen que decir adiós a familiares y amigos sin una despedida que facilite elaborar el duelo ...", ha creído.
A Monge le ayuda: "visualizar el día que todos volvamos a las calles, al colegio, a nuestras rutinas. Imagino esos abrazos sostenidos, esas conversaciones mirándonos a los ojos, ese acortamiento de las distancias físicas"
También: "El poder volver a dar la mano a mis pacientes, poder sentarme en sus camas a charlar, poder sentarme en el sofá del salón de sus casas para hablar con sus cuidadores. Me llena de esperanza saber que ese día llegará y que vamos a disfrutarlo con consciencia plena, porque la gran enseñanza de esta experiencia es que todos somos iguales, y sufrimos de manera semejante".
Para esta enfermera, "cuando tu amor toca el dolor de otro, se convierte en compasión, y eso nos va a hacer crecer a todos". Desea que "este virus nos deje un legado de compasión y solidaridad sin precedentes".