Uno de los mayores exponentes de la imaginería barroca española es el escultor gallego Gregorio Fernández, cuya obra principal se desarrolló en Valladolid, donde trabajó para las cofradías de la ciudad, las cuales aún desfilan, año tras año, con estas piezas artísticas durante las procesiones de Semana Santa.
Nacido en Sarria (Lugo) en abril de 1576, Fernández se trasladó a Valladolid al comienzo del nuevo siglo, en coincidencia con el traslado a la ciudad de la Corte de Felipe III de la mano de su valido, el duque de Lerma. Tras unos años como aprendiz en el taller de Francisco del Rincón, abrió su propio negocio de escultura.
Más tarde, el maestro gallego adquirió las casas en las que había residido otro de los grandes representantes de la escultura de la época, el francés Juan de Juni, por el que sentía gran admiración y que junto con el italiano Pompeo Leoni y el palentino Alonso Berruguete, constituyen sus principales influencias.
En su obra, Gregorio Fernández prima la mística sobre la estética, con un predominio de la transmisión de dolor y sufrimiento sobre sensualidad. Por ello, tiene una mayor presencia la espiritualidad y el dramatismo sobre otros sentimientos, siempre dentro de los ideales artísticos de la Contrarreforma católica.
Para ello, las esculturas de Fernández no escatiman en sangre y lágrimas reflejadas sobre el cuerpo de sus trabajos con notable realismo, aunque su refinamiento queda lejos de la vulgaridad o el morbo. Entre sus aportaciones fundamentales a la imaginería barroca española están los cristos yacentes, los crucificados y las piedades, aunque también es importante su trabajo en el campo de los retablos.
LABOR SOLIDARIA
En su época, el escultor fue conocido por auxiliar en su propia casa a necesitados y hambrientos y, antes de trabajar, se recogía en oración, guardaba ayuno y realizaba penitencia, un misticismo que compartía con otras figuras universales de la escultura como el italiano Gian Lorenzo Bernini.
Durante sus últimos años, la salud de Fernández se resintió en numerosas ocasiones antes de su fallecimiento, ocurrido en Valladolid el 22 de enero de 1636. Recibió sepultura en el Convento del Carmen Calzado, frente al que vivía y para el que había trabajado, un monasterio situado en lo que hoy es la sede de la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León --antiguo Hospital Militar--.
Actualmente, la mayor parte de sus creaciones se encuentra en el Museo Nacional de Escultura, ubicado en la capital vallisoletana, el cual presta cada año de forma extraordinaria algunas de estas piezas para que las cofradías de la ciudad para las que trabajó puedan desfilar con ellas en sus procesiones de Semana Santa, las cuales se han visto interrumpidas este año por la pandemia del coronavirus.