Sonaron los clarines, se abrió el portón y salieron al ruedo los alguacilillos, caballeros sobre sendos jacos poderosos. Detrás, al fondo, los tres novilleros y sus cuadrillas. Desde la amargura de los tendidos desiertos, sentí el vértigo del abismo. Abrumados todos por la maldición de ese covid chino (y de laboratorio) que ha puesto en vilo las bases de nuestra vida, ahí estaban Sergio Rodríguez, Ismael Martín y Daniel Medina dispuestos a hacer valer la luz envolvente de los capotes y la brasa encendida de las muletas frente a las adversidades.

GALERÍA DE FOTOGRAFÍAS: FERMÍN RODRIGUEZ 

Me pesaba el silencio y me pesaba la soledad de los tendidos, pero esa sensación se fue diluyendo durante los breves segundos del paseíllo. El gesto serio de Sergio Rodríguez, la concentración de Ismael Martín, la media sonrisa inquieta de Daniel Medina, tres aspirantes a toreros, la profesión más difícil del mundo, con la ilusión por divisa a pesar y  por encima de las circunstancias. Y los tres, por cierto, formados en la Escuela Taurina de Salamanca, donde se exige a los toreros en formación que vayan llevando con aprovechamiento los estudios académicos, lo que nos pone ante tres jóvenes que además de aprender a manejarse con el capote y la muleta hacen lo mismo que los demás muchachos de su edad, quiero decir los que estudian o trabajan, no quienes van tirando al socaire de aprobados postizos: esa pandemia impulsada por los políticos que necesitan acabar con el toreo precisamente porque se fundamenta en valores que a ellos los ponen al descubierto.

Las cuadrillas saludaron al presidente, se deshizo el paseíllo, sonó el clarín, el torilero encaró a Sergio Rodríguez, que asintió, saltó al ruedo el primer astado y en ese instante el silencio comenzó a hablar. Los novillos, a mi juicio, fueron excesivos, erales no ya adelantados, sino adelantadísimos, y varios con hechuras de toro, obviamente necesitados de vara. Me gustaron tres, en especial el primero, Señorísimo, en el que me costó identificar el tipo de los jandillas, el tercero y el quinto, y nada, pero absolutamente nada, los otros tres, altísimos, levantando la cabeza, soltando derrotes y con arreones incontrolables.

Bien los tres novilleros, bien o incluso muy bien habida cuenta de las circunstancias: sin público y con nervios, responsabilizados ante la primera cita importante de su carrera. Sergio Rodríguez se confirmó torero de temple, serenidad y ceñimiento, en posesión de un juego de muñecas fascinante; Ismael Martín transmite intensidad y emoción, banderillea y muestra un brío absolutamente admirable; y Daniel Medina, para qué voy a andarme con rodeos, sencillamente me encanta, toreo el suyo de empaque, suavidad y elegancia, de cristal templado y con destellos eternos, aunque apurado con la espada (no sólo él) y puesto en un brete en el sexto, que fue horroroso.  

El jurado declaró triunfador a Ismael Martín, fallo sumamente controvertido y que yo no comparto. ¿Quiere esto decir que censure su decisión? No, de ninguna manera. Los toros son libertad y esa libertad por supuesto que también lo es de juicio. Aquí no hay lugar para un tribunal de la catadura del que algunos de nuestros mandamases políticos parecen aspirar a imponernos, controlando las redes. Hay muchas maneras de ver los toros, esta discrepancia así lo pone de manifiesto. A fin de cuentas yo soy lector de poesía, y en poesía valen más cuatro o cinco imágenes reveladoras que un todo libro correcto. Claro está, mejor si el poemario es total, pero eso sólo se alcanza milagrosamente, ya Rafael Alberti en “Marinero en tierra”, ya Federico García Lorca en “Poeta en Nueva York”, ya Pablo Neruda en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. O, viniendo a lo de ahora, ya El Viti, Paco Camino o Curro Romero en esas tardes de gloria que a nadie se nos olvidan.

Así pues, mejor una faena imperfecta con presentimiento y promesa de cosas grandes que una faena con el oficio y los alivios prematuramente aprendidos. Mi disentimiento con el fallo es total: ni su primero es mi primero, ni su segundo mi segundo, ni su tercero el mío. Sin embargo, coincido plenamente con el jurado en cuanto a los premios otorgados a los hombres de plata: el magisterio en la brega de Jarocho resplandece, renovado tarde tras tarde, y las banderillas de Elías Martín fueron sobresalientes.

Y también están siendo sobresalientes las retransmisiones de TVCyL, en esta ocasión con Pedro Capea dictando una lección modélica con unos comentarios quintaesenciados que ponderaban lo bueno y subrayaban las dificultades con oficio torero y sabiduría campera. Si otros se miraran en su ejemplo, pues quizás muchos aficionados no apagásemos la voz durante retransmisiones en la que solo se pontifica y únicamente se detallan menudencias. “Los toros no hay que defenderlos, hay que explicarlos”, dice Morante y demostró El Capea.

Cuando el silencio aplaude, proclamé desde el título. Pues en silencio pronuncié desde el corazón y envié con los ojos a los tres novilleros mi palabra de apoyo: adelante, ahora renovada desde aquí, añadiendo que Sergio Rodríguez, Ismael Martín y Daniel Medina no solo hicieron aplaudir al silencio, también lo incendiaron de ilusiones.