Ya hemos comentado en varias ocasiones que a falta de festejos taurinos hay que hablar y escribir de toros. Por ello, llegado el otoño-invierno, y a falta de coloquios y entregas de trofeos taurinos, que se suelen celebrar tras la temporada, les traemos una serie de capítulos sobre la importancia que tuvieron los toros en siglos pasados en numerosos países del mundo.
Diecisiete países de América celebraron toros
La enciclopedia “Los Toros” (Editada por Espasa Calpe) y reconocida por “El Cossío”, del vallisoletano José María de Cossío, entre otros, cita en su tomo VI hasta diecisiete países en América donde se han celebrado festejos taurinos: Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Costa Rica, Cuba, Chile, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Puerto Rico, República Dominicana y Uruguay.
En cinco territorios hispanohablantes se siguen celebrando toros desde tiempos inmemoriales: México, Colombia, Ecuador, Venezuela y Perú, aunque hubo conatos de suspensiones en Colombia y Ecuador. En Venezuela, por la situación política, bajó el número de festejos, pero siguen dando toros, sobre todo en San Cristóbal y Mérida.
De los diecisiete citados anteriormente, sólo en Bolivia, Costa Rica, Panamá, El Salvador, República Dominicana, Nicaragua, Honduras. Incluso en Argentina (Casabildo, Jujuy) siguen celebrando festejos populares y toros sin muerte. En el resto no hay rastro de celebraciones taurinas desde hace lustros.
Europa, Oriente Medio Sudeste Asiático y Africa
Diez países europeos cita Cossío en su voluminoso trabajo donde alguna vez hubo toros: Alemania, Andorra, Bélgica, Grecia, Hungría, Inglaterra, Italia, Suiza, Turquía y Yugoslavia.
De Portugal, al margen de la península, destaca a las Islas Azores (donde aún se continúa celebrando festejos, sobre todo por San Juan), y las que fueran sus colonias como Macao (China), Angola y Mozambique (Africa). De Oriente Medio refleja a Kuwait y Líbano, y del Sudeste Asiático a Filipinas e Indonesia.
De Portal Taurino hemos sabido que también hubo toros en Tokio, en Sanghai y en Rusia, aunque aquí fue un intento fallido, una vez que los toros se encontraban en las inmediaciones de Moscú. En fin.
De África detalla a nueve países: Angola, Argelia, Egipto, Guinea Ecuatorial, Madagascar, Marruecos, Mozambique, Sudáfrica y Zambia.
Comencemos pues por Europa, y por la madre de la Tauromaquia:
España
El Cossío sitúa en su tesis que las corridas de toros se celebraban en España en la segunda mitad del siglo XVIII, época goyesca. Pero en el último libro de Gonzalo Santonja, “Los toros del Siglo de Oro. Anales segovianos de la Fiesta”, (Diputación de Segovia), lo sitúan en unos cien años antes. Los documentos que exhibe el catedrático bejarano son incontestables.
De ABC Cultura, bajo la certera pluma de Andrés Amorós, recogemos lo siguiente:
“Lo esencial es el hallazgo de las puntualísimas cuentas que presenta al Ayuntamiento de Segovia, desde 1634 a 1679, Juan Pérez Borregón, «agente y contador», como encargado de organizar los festejos taurinos de la ciudad; es decir, un precursor de lo que hoy sería un empresario taurino y apoderado de toreros. Las tesis de Santonja, planteadas ya en estudios anteriores, a partir de testimonios literarios y artísticos (capiteles, pinturas, azulejos de Talavera de la Reina, los relieves de la escalera de la Universidad de Salamanca…) encuentran ahora un fundamento sólido, muy difícil de rebatir, por el carácter objetivo de los datos económicos y la minuciosidad con que este profesional justifica sus trabajos.
Para apreciar la gran novedad que todo esto supone, conviene recordar brevemente los antecedentes del debate.
Los juegos con el toro
Son de sobra conocidos los juegos con los toros que tenían lugar en el Oriente próximo, en Grecia y otras zonas europeas. Se hacían con un animal, el «uro», antecedente primitivo del toro bravo, que existió en buena parte de Europa. Todavía Ortega y Gasset encontró en Alemania un dibujo del siglo XVII del «uro» primitivo.
Grabado anónimo encontrado por el zoólogo inglés H. Smith en Augsburgo en un anticuario, a principios del siglo XIX. Al pie del grabado ponía thur, «toro» en polaco, último lugar donde vivieron uros en Europa.
Detalle de "Vista del Real Alcázar y entorno del Puente de Segovia". Lienzo, h. 1670, Museo Slim-Soumaya (México), en el que se ve el aprendizaje de un torero
¿Por qué no se extinguió esa especie en España, como en otras zonas europeas? Evidentemente, por la afición espontánea del pueblo español a jugar con los toros.
Lo atestigua rotundamente Sebastián de Covarrubias, en su «Tesoro de la lengua castellana o española» (1611), el primer diccionario monolingüe del castellano: «Los españoles son apasionados por el correr de los toros».
Este hecho indiscutible ha dado lugar a novelerías, como el presunto origen árabe de los juegos taurinos y la leyenda del Cid. Así lo recoge Nicolás Fernández de Moratín (su condición de ilustrado no le impide ser gran aficionado, en contra de lo que ahora se ha argüido) , en su conocido poema «Fiesta de toros en Madrid»: «Sobre un caballo alazano / cubierto de galas y oro, / demanda licencia, urbano, / para alancear a un toro / un caballero cristiano». Y de ahí pasa a los grabados de Goya.
La explicación más seria la da Ángel Álvarez de Miranda, el primer historiador de las religiones español, en su libro básico «Ritos y juegos del toro»: el toro es, para el hombre primitivo, un depósito de energía creadora, reproductiva, que cree poder utilizar para sus fines. El rito sagrado se convierte luego en un juego y en un espectáculo profano (las corridas).
La teoría de Cossío
Explica Cossío que, en los Siglos de Oro, realizan juegos ecuestres con el toro los caballeros -obviamente, sin cobrar por ello-, que cuentan con ayudantes populares, a pie. La corrida moderna nace en la segunda mitad del siglo XVIII, con una serie de novedades: lidian a pie toreros profesionales, que cobran; nacen las ganaderías, las Plazas de toros y las «Tauromaquias».
Alanceadora, plato de Talavera de la Reina (Toledo), finales del XVII.Museo Arqueológico Nacional
Gonzalo Santonja ha rectificado ya esta teoría en varios estudios. Para los festejos segovianos del siglo XVII, se basa en dos libros hoy olvidados, las «Encenias», de Simón Díaz y Frías, y los «Milagros de Nuestra señora de la Fuencisla», de Jerónimo de Alcalá Yáñez.
Además, lo esencial que aporta y lo que parece imposible de rebatir son las cuentas de este personaje, hasta ahora desconocido, Juan Pérez Borregón, que, al enumerar sus gastos, describe sus tareas. Se ocupa de preparar el recinto, elige los toros, contrata los toreros a pie (profesionales, por supuesto). El que triunfaba -matador o ganadero- volvía al año siguiente. A un tal Vergara le da un sobresueldo por torear con «cuatro rejoncillos» («banderillas»). Alguna vez, para adornar la fiesta, contrata también a músicos y danzantes, se preocupa por el vestuario adecuado, socorre a un torero herido…
Juan Pérez Borregón jura “por Dios y una cruz” las cuentas de 1637
En apéndice, nos ofrece Santonja algo muy nuevo: la lista y datos básicos de casi cuarenta toreros y unos treinta ganaderos, que actuaban profesionalmente en Segovia, en esta época.
Durante años, por supuesto, los viejos alardes caballerescos, ya en decadencia, coexistieron con el nuevo espectáculo del toreo a pie.
El «eslabón perdido» de esta evolución sería un tal Francisco de la Calle, que, en 1647, alternó con los nobles a caballo, no como auxiliar y, por supuesto, cobrando.
Santonja saca conclusiones evidentes: la corrida de toros a pie, con toreros profesionales, era ya el centro de las fiestas segovianas (y, por supuesto, de otras ciudades castellanas) en el siglo XVII.
Los toros eran de pura cepa castellana. En la fiesta había ya claros antecedentes de toda la lidia moderna: capa y muleta, picador, banderillas y suerte de matar.
En las festividades religiosas, organizaban estos festejos las cofradías y los ayuntamientos. Gracias a este oficio, gente humilde, sin letras, se ganaba la vida con libertad y el pueblo disfrutaba. Ya entonces, la fiesta de los toros era la fiesta de todos.
Algo que está desde hace siglos en la entraña del pueblo español es lo que ahora intentan suprimir algunos.
Ya lo cantó Rafel Alberti, que no era precisamente de derechas: «Ese toro metido en las venas que tiene mi gente».
Suele admitirse que el género comienza con la que aparece en el “Diario de Madrid”, el jueves 20 de junio de 1793, firmada por “Un curioso”.
Aporta Gonzalo Santonja un ejemplo ciento treinta años anterior: lo que escriben un curioso clérigo, Simón Díaz y Frías, y un notable escritor, Jerónimo de Alcalá Yáñez (autor de la novela picaresca “El donado hablador, vida y aventuras de Alonso, mozo de muchos amos”) sobre el festejo taurino celebrado en Segovia el 16 de septiembre de 1613, dos años antes de la publicación de la Segunda Parte del “Quijote”. Lidiaron “seis leones” (la consabida metáfora barroca), traídos de Zamora, “cuatro famosos toreadores”. Los toros “por extremo fueron muy bravos”. Los tres primeros fueron toreados a pie; el cuarto, a pie y por un picador; el quinto, por los nobles, a caballo; el último, por la noche, como un toro de fuego.
Alternaron toreros veteranos con un mozuelo de hasta dieciocho años”, que enardeció al público, plantado en los medios, citando de lejos, provocando la arrancada para burlar al toro, con el capote:
“Aguardaba en medio de la plaza con grande ánimo y osadía. Teniendo la mitad de la capa en la mano y la otra en el suelo, lo dejaba llegar tan cerca que la pisaba, y, al tiempo de hacer el golpe (el toro), se la echaba de suerte que no veía en quién ejecutarlo”. Es, quizá, la primera crónica en la que se describe el lance de la verónica.
A estas “grandiosas fiestas acudió mucha gente de toda la comarca”: hubo luces, ministriles con música, repicaron las campanas y el pueblo disfrutó tanto que, con sus voces, “parecía hundirse la ciudad”. Hasta aquí el brillante resumen de Amorós sobre el libro de Santonja.
Ahora, a través del Cossío iremos desgranando toda una historia de la Tauromaquia en sus 12 volúmenes hasta prácticamente nuestros días. “Lo que no esté en el Cossío no existe en materia taurina”, venía a decirse cuando salió la gran y amplia obra, salvo las oportunas correcciones de nuestro filólogo de cabecera, mi entrañable Gonzalo Santonja.
Con Gonzalo Santonja disfrutando de una tarde de toros en la plaza de palos de “La Empalizada, una reliquia en Montemayor de Pililla
Béjar, su plaza, su torero y Santonja
Vamos a seguir hablando de Béjar en honor a Santonja, pero no por amistad, -que no desentonaría- sino porque este bejarano de pro es un estudioso de la tauromaquia, aficionado impenitente y exigente de la fiesta y porque, además, en su terruño está, -sigue en pie y ofreciendo festejos- la plaza de toros más antigua de España: “El Castañar”, que data de 1711.
Item más, uno de los primeros toreros salmantinos, bejarano para más señas, fue Julián Casas del Guijo, llamado el Salamanquino (Béjar, 16 de febrero de 1818- Béjar, 15 de agosto de 1882). Por lo que hay argumentos más que suficientes.
Construcción y costes
A través del libro de cuentas de la Cofradía de la Virgen del Castañar, folios 11 y 12, y el acta de nombramiento de los mayordomos de la cofradía de 1711-1712, se puede verificar la fecha en la que estaba construida la plaza de toros pues se menciona en ella ya construida en 1711, la plaza, las puertas de la misma y los toriles; y en 1712 se completa con el corral y otras zonas; sin que existiese antes de esta fecha ningún desmonte de edificio o estructura previa al no tener concedido permisos para ello.
Los costes de la obra se detallaron en el acta del 30 de septiembre de 1712 y ascendieron a 4.334 reales de vellón, en parte sufragados por limosnas y donativos.
Fachada del coso bejarano de “El Castañar” y la escultura en honor a “El Salamanquino”
1712: Primera vez que se corren toros en la plaza
Los primeros toros que se corren en la plaza de toros de Béjar datan de 1712 con motivo de las fiestas de la Virgen del Castañar, entre otros, se corrió un toro de limosna de los carpinteros y un novillo donado por Martín Fernández, de acuerdo con el acta de la Cofradía de la Virgen del Castañar. Los festejos siguieron realizándose en años siguientes hasta que el 23 de junio de 1723 un Decreto de Felipe V prohibía las fiestas de toros en todo el reino, la misiva fue remitida al Consistorio bejarano por el duque de Béjar el 28 de junio.
Ahora sí, tras este primer capítulo dedicado a la madre de la Tauromaquia, nuestra España, seguiremos por Europa, donde pastó el Uro (Bos taurus primigenius).
Bibliografía y fotografías: Enciclopedia “Los Toros” (“El Cossío”), Portaltaurino.com, Vadebraus.com, Kronos Historia, La Economía del toro, “Por siempre torero”, “Azores pro touradas”, Natalia Calvo, Biblioteca Digital Junta CyL (Portal de Tauromaquia), Mialcala blogspot, Aula Taurina de Granada. ABC, Cultura (Andrés Amorós). Gonzalo Santonja (“Los toros del Siglo de Oro. Anales segovianos de la Fiesta”, (Diputación de Segovia). Turismo Melilla. Amigos plaza de toros de Béjar.Porsolea.com.Taurología.com.