David Herrero / ICAL
Palencia y el tararú. El tararú y Palencia. La Semana Santa de la capital, declarada de Interés Turístico Internacional desde el año 2012, no se puede entender sin la sobriedad de sus procesiones y tallas, pero el sonido del tararú resonando en el silencio procesional pone, sin duda, el rasgo diferenciador con el resto de la Pasión castellana.
Hace referencia al instrumento, una especie de trompeta alargada, así como al sonido largo y fino que se prolonga durante varios segundos poniendo a prueba los pulmones del cofrade, en un llamamiento de recogimiento y veneración. Una tradición arraigada en Palencia que, en el caso de la Archicofradía de la Real e Ilustre esclavitud de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, una de las últimas en incorporar este instrumento, recae sobre el joven Sergio Sinde.
¿Cuál es su función en la Semana Santa y como se prepara internamente para hacerlo?
Mi función en la cofradía se centra en participar en el tradicional Vía Crucis con el tararú y posterior misa, así como en todas las procesiones de la Semana Santa, junto a otras hermandades. A partir de dos notas, sol y do, se representa el antiguo sonido de los romanos en el ámbito militar, que en la capital se ha convertido en una seña de identidad, a modo de arraigo castellano. El tararú es un instrumento de viento metal alargado que requiere ensayar habitualmente, ya que siempre puedes mejorar algún aspecto. Desde la duración hasta la forma de tocar para transmitir esa sensación característica de Palencia, la cual conlleva gran responsabilidad. Todo el mundo conoce el sonido, con tres toques seguidos por norma general, pero no es nada fácil hacerlo sonar de la manera adecuada, sobre todo delante de los más pequeños, quienes se quedan sorprendidos con un instrumento tan llamativo.
Después de dos años sin celebraciones públicas de la Semana Santa, ¿Puede describir cómo se siente o qué le supone no salir?
Es difícil decir que bien sin celebraciones públicas y pasos en la calle, y con la falta de las tradicionales bandas o llamada de hermanos durante la madrugada. Los cofrades sentimos que falta algo en el año. Un pedacito de ti se queda dentro y no puede salir. Estar un año esperando para no poder procesionar duele, pero dos seguidos duele mucho más. No obstante, se interpone la lógica y la salud está por encima de todo. Hay que aguantar esta especie de pesadilla y esperar que esta situación pase pronto. La suspensión de los actos en la calle no tiene que hacernos olvidar que somos cofrades los 365 días del año y no solo una semana, dado que nuestro Cristo, Virgen o paso de misterio estará siempre en su capilla.
El coronavirus ha cambiado muchas cosas en la vida y en la manera de pensar: ¿Qué le ha cambiado a usted para siempre?
Al ser sanitario y trabajar en el sector, me toca de lleno ante una situación que te hace reflexionar en el día a día. Te das cuenta de las veces que nos quejamos o dejamos cosas para última hora, sin saber que esa hora puede ser la última. Hay que vivir el día a día, dar el máximo en todos los ámbitos, ya sea en la cofradía, en la vida de hermandad, en el trabajo o en el entorno personal. Hay que enseñar a las nuevas generaciones a saber escuchar y aprender de los veteranos. Con esta pandemia, la sociedad ha percibido la soledad de los mayores y la gran experiencia que guardan, a los que, en ciertas ocasiones, no queremos escuchar. Por ello, no hay que olvidar de donde venimos, nuestras raíces y nuestro pasado.