“Qué tarde tan buena”: esa fue la conclusión de una amiga, colega en el gremio intelectual, que con su marido y su hijo asistieron ayer en Villoria por primera vez a una corrida de toros. Y me parece debido empezar por ahí, porque yo creo que esa frase de satisfacción está cargada de esperanzas fundadas: ella y él, pero sobre todo su hijo, salieron contentos, con la sensación de que la realidad de los toros es emocionante, bellísima y estupenda. Y esa conclusión de unas personas sin experiencia taurina habla mejor que bien de lo que fue el mano a mano de Javier y Damián Castaño frente a los murubes salmantinos de Castillejo de Huebra, bueno, murubes …
Sobre esa condición murubeña de los toros de Castillejo de Huebra hay mucho que matizar. Eso sí: para bien, porque los ganaderos tienen todo el derecho del mundo a buscar el tipo de toro que sueñan, lo cual sólo se consigue (cuando se consigue) con sabiduría campera y ambición. Y a mí se me hace bastante evidente que en esta vacada, en sus orígenes Veragua/Vega-Villar, alientan ahora algo más que muchas gotas de sangre atanasia, astados unos y otros (murubes y atanasios) corpulentos en los que la nobleza y la calidad de las embestidas son características por encima de la fiereza. Olé por los ganaderos que no se conforman.
Cuatro toros, que es el formato sostenible en las plazas de tercera, cuyo balance resultó sobresaliente:
Templadas las embestidas del primero, y templado con él Javier Castaño, el astado se mostró francamente bueno por el pitón derecho y sin pasar por el izquierdo, aunque la insistencia del diestro acabaría mejorándolo. “Ajusticiado” fue justa y largamente aplaudido en el arrastre. “Empezamos bien”, pensé para mí mientras me sumaba a las ovaciones.
Muy completo el segundo, llamado “Semillano”, que a mi juicio era de vuelta al ruedo. Qué fijeza tan notable, qué duración con lograda y qué calidad sin desmayo. Quizás reclamase ese punto de sosiego que hoy por hoy todavía no preside el toreo de Damián Castaño, cuyas cualidades son otras. Salió de la plaza con clamor de reconocimiento.
Estupendo el tercero, “Mostazo”, al que Javier Castaño regaló la faena de firmeza que pedía, ya que de lo contrario hubiera mandado él, cuya bravura sobresaliente, una vez dominada, se entregó a los vuelos de la muleta, persiguiéndolos con codicia. Torero y torazo compusieron un espectáculo que al hijo de mis amigos, de nueve años, posiblemente lo haya metido el gusanillo de la afición. “Oye, papá, ¿por qué no hemos venido antes?”.
Únicamente falló el cuarto, aunque en su descargo cabría anotar la fatalidad de las dos varas que lo asestaron, despropósito al final renovado por el puntillero: entre ambos dejaron a su torero sin una oreja que ganado a base de aguantar y aguantar, porque el animal era de condición brusca y el desaguisado del caballista acentuó su peligro al acortarle las embestidas (una tarde mala la tiene cualquiera). Atravesado, a la contra, duro, reservón, al acecho y a la defensiva desde el principio, “Pajarero” resultó un pájaro de cuidado.
Javier Castaño sigue siendo quien era: forjado en las corridas duras, circuito en el que se ganó un sitio de privilegio, y superviviente del cáncer, atesora veinte años en la cumbre del riesgo y su toreo, forjado a fuego, se gusta cuando no pintan bastos, como en la corrida de ayer, en la que templó, se ajustó, bajo la mano, midió el terreno, controló las alturas, administró las distancias y nos regaló una serie de naturales verdaderamente lograda. Pero falló con la espada, lo que le privó de una oreja.
En cuanto a Damián Castaño, su toreo se ha asentado sin perder arrebato. Puede sonar a paradójico, pero es así: este torero habría sabido aprovechar el desastre de la pandemia, sin corridas pero con los tentaderos multiplicados, porque lógicamente los ganaderos prefieren matar a puerta cerrada sus toros, viéndolos y contrastándolos, que mandarlos al matadero, donde los aguarda un final inmerecido y ruin. En esta situación (en la que por desgracia seguimos), Damián Castaño debe de haber toreado lo que no está escrito, y se le nota, a fe mía que se le nota. Ahora luce infinitamente más creativo con el capote y mucho más reposado con la muleta sin haberse dejado en el camino ni un ápice de su proverbial decisión, torero de raza que no se inmutó ante los arreones pérfidos del tal “Pajarero”, una prenda, como ya he señalado. Para su mala suerte se equivocó al creer definitiva su segunda y espectacular estocada al tal “Pajarero”, tendida y más efectista que efectiva. Le dio tiempo, creyendo que caería, y se libró por segundos del tercer aviso, menos mal.
En definitiva, “qué tarde tan buena” la de la vuelta de los toros a Castilla y León. Notable la empresa, superlativo el ayuntamiento y de matrícula los aficionados, demostrando una vez más que da gusto ir a las plazas charras de pueblo. Vamos a ver si quienes mandan admiten, por lo menos, aforos de tres cuartos, porque a cielo abierto y respetando las medidas preventivas, siempre observadas a rajatabla, no hay razones ni pretextos para seguir imponiendo condiciones absolutamente imposibles.
O sea, “bene omnia fecit”, como sentencian los evangelios. En Villoria, todo se hizo bien.