Javier A. Muñiz / ICAL
Apenas pasan un puñado de minutos desde el que el alba tachó otra fecha para el despertar de este mal sueño. Con puntualidad británica y luces de cruce, a las 7.30 horas, un utilitario con logotipos de Sacyl para en espacio reservado a la puerta del Centro de Salud de San Juan, en plena avenida de Portugal, el centro neurálgico de Salamanca. Como no hay tiempo que perder, es el vigilante de seguridad quien se encarga de aparcarlo correctamente aunque, por la hora, apenas hay tráfico que interrumpir. Marta Manzano y María del Mar González, coordinadoras de vacunas, bajan con presteza del vehículo y se pierden en el interior del edificio en busca del utracongelador del Laboratorio de Salud Pública.
Escasos minutos más tarde, con idéntica prisa, descienden los escalones que separan la puerta principal de la vía pública cargadas con unas 7.000 vacunas de Moderna y Pfizer, todas las que van a ser administradas durante la jornada en la provincia de Salamanca. Desde el Multiusos Sánchez Paraíso, 'vacunódromo' de la capital, hasta La Alberca, pasando por Santa Marta de Tormes, Villoria, Peñaranda de Bracamonte, Ledesma y Béjar. Cargan las neveras en el maletero del coche y las conectan a la batería mediante enchufe de mechero. “Tienen que estar permanentemente entre dos y ocho grados. Guardamos siempre la cadena de frío y respetamos los requisitos de conservación de cada una de las marcas”, explican a la Agencia Ical.
De nuevo al volante, callejean por el corazón de la capital del Tormes hasta alcanzar la Gerencia de Atención Primaria en la calle Arapiles. Sortean las colas de pacientes que ya aguardan sus citas respetando escrupulosamente la distancia de seguridad en el patio interior del Centro de Salud Miguel Armijo y meten todas la vacunas en el edificio. Allí reparten las dosis precisas en función del destino. Los distintos equipos de enfermería, debidamente formados para seguir al pie de la letra los estrictos protocolos de cada marca, se hacen cargo de sus viales correspondientes. Aparte de la sustancia, reservada en envases protegidos para su transporte, también llevan otro tipo de material, como jeringas y agujas, del que no disponen los pabellones.
Descendiendo marcha atrás por la rampa del muelle de carga, van haciendo acto de aparición los taxistas, profesionales clave en el proceso de vacunación masiva. De hecho, la Junta de Castilla y León mantiene una prórroga del contrato suscrito con la Asociación Provincial Auto-taxi de Salamanca, por un importe máximo de 104.500 euros, para que se encargue de prestar este servicio. Unos pocos esperan su turno en doble fila. Alba e Irene, las enfermeras encargadas de custodiar las vacunas hasta La Alberca, enchufan las neveras en el maletero de su taxi y se colocan en la parte trasera, desde donde controlan la temperatura mediante un dispositivo. “Bajamos cargadas como mulas. Hoy tenemos que meter un montón de cosas”, comentan antes de iniciar el trayecto. Son las 8.30 horas.
Dosis en ruta
Abriéndose paso entre el ya denso tráfico de hora punta con la destreza de quien rueda por la ciudad como quien lo hace por su propia palma, el taxista, con las vacunas a bordo, enfila la CL-512 por Aldeatejada camino de la Sierra de Francia. Mientras recorre los 77,2 kilómetros que separan la capital del coqueto municipio de La Alberca, avanza por las más bellas estampas de la provincia entre las encinas y el ganado, que tanto adornan la dehesa en los albores de la primavera. Tras una hora larga de viaje, a las 9.45, el taxi llega a la puerta del pabellón municipal de la localidad serrana donde ya aguardan decenas de personas mayores. Están citados los nacidos entre 1941 y 1951, para recibir la vacuna por primera vez, y los nacidos entre 1932 y 1941, para la segunda dosis.
Un nutrido grupo de voluntarios de Cruz Roja organiza la fila para que se respete la distancia de seguridad y distinguen con pegatinas, rojas o blancas, a los que tienen, o no, alguna alergia. En la puerta, toman la temperatura con un termómetro de frente y facilitan gel hidroalcohólico para acceder desinfectados. En el equipo de La Alberca, una joven acompaña del brazo a los mayores recién vacunados hasta alguna de las 48 sillas de madera que pueblan la pista del polideportivo. Confiesa estar contenta porque hoy habrá también un pinchazo para su madre y para su padre, que trabaja codo con codo junto a ella como voluntario en el operativo. Será el último en recibir su dosis, una vez haya culminado su labor pasadas las 14.00 horas.
Al frente del equipo de Salud que opera en el interior del pabellón de La Alberca, Ana Isabel Redondo organiza hasta el más mínimo detalle. Cabellos ocultos bajo floridos pañuelos, batas quirúrgicas de aislamiento y cubrecalzados desechables, mascarillas FFP2, algunas dobles, manos ágiles y ojos abiertos. El ritmo es frenético hasta encarar los pasos más delicados. Ahí, respiración profunda y pulso firme. El equipo de cinco enfermeras monta las jeringas y las carga con una dosis de Pfizer. Caben seis en cada frasco debidamente desinfectado después de su obligatoria disolución con suero. “Hay que hacerlo despacio. No se puede agitar en ningún momento porque es como el champán y si se mueve salen burbujas”, explica Redondo a Ical con afán didáctico y amables maneras.
Velocidad de crucero
Una vez repartidas las jeringas en bateas protegidas por gasas, el equipo toma posiciones. Alba e Irene ocupan cada uno de los dos puestos de suministro. Sobre sus mesas de trabajo, sendos ordenadores portátiles para llevar el registro y diverso material sanitario. De pie, dos profesionales, una por línea, dispuestas a inocular el líquido de la esperanza a los pacientes vecinos serranos que franquean la entrada a cuentagotas. Dos decenas de ellos guardan cola en el interior, una frente a cada puesto, y el resto va entrando, de uno en uno, al ritmo de los pinchazos. Se vacuna uno por minuto. Más allá de las sillas, una improvisada consulta con dos médicos y una administrativa que ajusta las listas para completar el plantel. En el centro de salud, una sexta enfermera de retén.
El protocolo transcurre sin sobresaltos hasta que una mujer de 57 años es detenida al entregar su DNI, como requisito indispensable. Resulta que su edad no se circunscribe a la franja determinada. Tras unas breves gestiones, comprueban que se trata de una trabajadora de residencias que en su día renunció a vacunarse y después se lo pensó mejor. Había sido citada, está en el lugar adecuado y puede recibir su dosis. Minutos más tarde, una mujer llegada desde el vecino municipio de Mogarraz se marea y tiene que tomar asiento. Enseguida, hasta cuatro profesionales la rodean para comprobar su estado de salud y evitar males mayores. “¿Llevan mucho tiempo esperando? ¿Han llegado muy temprano?”, les preguntan. Es diabética y necesita recomponerse.
Poco después, con el barco a velocidad de crucero, la enfermera jefa responde al interrogante sobre las dosis sobrantes. “Es muy sencillo. Como mucho sobran cinco vacunas. Es lo que ocurre en el caso de abrir un bote y que solo haga falta una. Entonces, según la previsión, se inoculan a personas que pertenecen al siguiente grupo de vacunación, cumpliendo los criterios marcados por la estrategia, y que ya están en sobre aviso”, comenta Ana Isabel, rechazando la idea de que alguien pueda aparecer por allí a última hora y llevarse un pinchazo sin que le corresponda. “Es muy difícil saltarse el protocolo porque todo está muy medido y no se desaprovecha ni una sola gota”, confirma, antes de llevar poco a poco a buen puerto una nueva travesía hacia la inmunidad. Otro día menos.