La mal llamada vejez tiene muchos prejuicios. Desde la propia definición de la RAE, que la explica como el período de la vida de una persona en la que se es viejo, hasta su propio uso diario, que va unido a un aspecto despectivo. Y es que la palabra viejo cambiaría a según quién se lo preguntes. Ahora existe eso de ‘viejoven’ y hay quien tiene más de 80 años y una energía y cuerpo de alguien de 30.
Pero si nos centramos en la población mayor de 65 años, que es donde a niveles administrativos cambian muchas cosas, tenemos que pensar en su día a día después de esa jubilación deseada tras años de trabajo y sobre cómo llenar las horas del día. Estar conectados a una actualidad que cambia por horas, sentirse útiles y un aliciente para afrontar un nuevo día, es lo que buscan los usuarios de los centros de vida activa de Valladolid.
Doce lugares repartidos por la capital destinados a la promoción del envejecimiento activo, potenciando su participación en la vida social y previniendo condiciones que puedan derivar en situaciones de dependencia.
Desde El Español Noticias Castilla y León nos adentramos en el de La Rondilla para conocer lo que ocurre de puertas hacia dentro. Pero no lo hacemos acudiendo a clases de baile, teatro, psicomotricidad, informática o lectura, sino que charlamos, más bien escuchamos, a una serie de personas que pasan allí más tiempo que en sus propias casas.
Alguno se cruzó con ese lugar hace apenas un año, otros cinco, una pareja se acercó hace once años, e incluso una mujer cruzó aquellas mismas puertas hace más de veinte años. Cada uno con su historia, pero todos con un denominador común: la sonrisa al hablar de sus horas allí.
Una sensación que se logra tras conseguir algo muy básico y a la vez complicado: ser como una familia. Una palabra que protagoniza un encuentro lleno de lágrimas y frases entrecortadas, porque hablar de la familia, en casi todos sus casos, duele mucho, ya que a casi todos ellos les falta una ‘pata’; su cayado diario; sus esposos o mujeres.
Pocos hombres participando
El apoyo de Adolfo, su razón de ser, se marchó hace 5 años, tras 55 de casados, y a sus 80 años no tenía nada para salir a flote, y en el centro de la Rondilla encontró la “salvación”. Se apuntó a todas las actividades posibles ya que en casa miraba, y mira, el techo, las paredes, y no tienen con quién hablar y “aquí me puedo desahogar porque encuentras gente que sufre igual que tú”.
Por su parte, Carmen, se encontró perdida un día en la carnicería, y buscó activarse ya que estaba “aplatanada”, y ahora, confiesa, que la van a tener que atar a la pata de la cama de tantas actividades que hace. Algo en lo que coincide Casi, una de las veteranas, que pasa más de medio día entre esas cuatro paredes. Genaro, su marido, la mira con ternura mientras asegura que descubrió el centro gracias a ella y que doce años después no puede dejar de ir al club de lectura, y eso que no había leído en su vida. Él se siente muy arropado, aunque echa de menos la participación de más hombres.
La soledad es el denominador común y también el no preocupar a los hijos, por eso todos responden a lo mismo a la pregunta de qué les cuentan a sus hijos. “Estamos bien, contentos, solamente necesito que me traigáis cariño”. Pero ese estar bien, tan de padres y madres, esconde en la mirada de estas doce mujeres y hombres, un brillo de tristeza.
Como la de una mujer llegada de Basauri, donde hacía y deshacía; donde hacía deporte y no pisaba casi por casa. Pero su marido se puso enfermo y todo cambió. Diez años sufriendo juntos -traslado a Valladolid incluido-, y una pérdida en 8 horas por culpa de la COVID. Con un papel del psicólogo se acercó al centro para salir del trauma, tras permanecer un mes ingresada con COVID persistente, y encontró la compañía que ya no encontraba en casa.
Ellos y ellas tiran de humor, cosas de la edad, para reconocer que muchas veces se pasa mal. “Tú te crees que estás bien pero te da el bajón y nadie te puede comprender, no se pueden poner en nuestra piel”, afirman todos. “A mí durante la pandemia me pilló la Policía de camino al lugar donde tengo sus cenizas y tuve que decir que iba a comprar a Carrefour, aunque se encuentra muy lejos de mi casa”, recuerda una de las mujeres.
Un trabajo enriquecedor para los monitores
Caso todos afirman que lloran todos los días, aunque no quieren preocupar a sus hijos, a los que solamente les piden que traigan cariño, y que han encontrado en el centro un lugar seguro donde olvidar durante unas horas su día a día en sus respectivas casas. Para ello, la función de los monitores voluntarios y no voluntarios que acuden al centro de vida activa.
Unos monitores que coinciden en señalar que los usuarios les aportan mucho a ellos, ya que son muy participativos y “transmiten todas esas experiencias y sabiduría”. Todas están encantadas y consideran que es un trabajo muy enriquecedor, “aquí venimos a divertirnos y a no sufrir”, afirma Mayte que les dice todos los días al entrar por la puerta.
Para una de ellas, la monitora de psicomotricidad, el año que lleva en el centro de vida activa de la Rondilla ha sido encantador, ya que asegura que “venía de dar yoga a niños y he notado pocas diferencias porque tienen la misma energía”. Dice que estas personas están en tránsito y que son actividades muy completas tanto para la mente como para el cuerpo, y que ha notado que “todos volvemos a ese niño, a esos encuentros consigo mismo”, porque cada uno aparece con un patrón diferente y, tras esos juegos que hacemos, retiran esos patrones, asegura y “vuelven a ser ellos”.
El centro de vida activa Rondilla, uno de los doce repartidos por la ciudad, oferta 50 actividades, de las que 28 son de pago y 22 gratuitas. El coste máximo que supone por actividad es de 48 euros al cuatrimestre, en un lugar que cuenta además con dos unidades de estancias diurnas, además de albergar uno de los CEAS del barrio y otro en el centro cívico.
Un lugar para recuperar la sonrisa; un lugar que sirva de oasis de esa soledad; un espacio donde encontrar a una nueva familia.