Juan López / ICAL
La salud de los bosques de Castilla y León no está en duda. La superficie forestal de la Comunidad es la mayor de España, con más de 4,8 millones de hectáreas, el 51 por ciento del territorio autonómico. Un informe de la Junta al que tuvo acceso Ical reconoce que presentan un nivel de defoliación propio de masas con un estado fitosanitario “relativamente saludable”. Si bien el escenario no es malo, admite que conviene estar atentos a su evolución.
Llevado a las cifras, la defoliación media de los 118 puntos visitados por los técnicos de Medio Ambiente alcanza un valor del 25,5%, con episodios de caída prematura de las hojas de árboles y plantas por la acción de agentes bióticos (insectos, hongos, etc.) o abióticos (sequía, golpes de calor, heladas), factores de competencia entre los árboles, o por la acción humana. Si bien, el índice de decoloración media, el otro de los parámetros que se analiza, es de 0,108 puntos sobre cuatro, un registro “muy bajo y bastante reducido” respecto a análisis anteriores.
Para poder desarrollar este exhaustivo documento, los técnicos del Centro de Sanidad Forestal de Calabazanos (Palencia) se basan en las llamadas Redes de Seguimiento de Daños en los Bosques de Castilla y León, que pueden ser de Rango I (malla sistemática de luz de ocho por ocho kilómetros, superpuesta sobre las masas forestales de toda la Comunidad) y de Rango II (malla de cuatro kilómetros, superpuesta sobre las masas forestales de los Espacios Naturales Protegidos). Estas redes emplean la misma metodología que las redes europeas de daños, con décadas de experiencia, pero cuya malla es de 16 por 16 kilómetros. “A partir de de esa red nosotros hemos decidido desarrollar las nuestras, más específicas y con una intensidad de seguimiento mayor, en base a las necesidades autonómicas”, señala a Ical Gema Pérez, técnico especialista del Centro de Sanidad Forestal de Calabazanos.
En 2019, año de la elaboración del último informe publicado, se evaluaron 118 puntos de muestreo de los 260 que conforman ambas redes de seguimiento de daños. Para ello, en el año 2002 se procedió al levantamiento de las parcelas, con la colocación de una estaca central en cada uno de los puntos de cruce de la malla, eligiendo 24 árboles en cada parcela que se identifican con chapas metálicas troqueladas en su base para “analizar siempre los mismos”. Se realiza siempre con periodicidad anual y “siempre en verano, cuando la hoja es más estable”. Más tarde, señala, se desarrolla una inspección visual del estado fitosanitario del árbol a través de la evaluación la copa, y mediante una interpretación de los técnicos sobre el terreno se estima la defoliación y la decoloración, “siendo especialmente significativo y definitorio del estado del árbol ese primer parámetro”, con una evaluación posterior de síntomas y signos de presencia de agentes dañinos y la recogida de muestras para analizar, si fuese necesario.
En total se analizaron 2.832 árboles, principalmente coníferas, con 2.064 pies, de los que la mitad correspondió a pinos silvestres. Los 768 árboles restantes fueron frondosas, como los 384 rebollos o robles melojos, 160 hayas o 60 encinas, entre otros. De este modo, el informe describe el estado fitosanitario general apreciado para el conjunto de estos puntos en evaluaciones realizadas durante el verano de 2019. Para ello se detalla la situación mostrada por variables como la defoliación y decoloración de cada una de las principales especies arbóreas.
Así, en lo que respecta al primero de los parámetros, si se atiende a la evolución histórica de la defoliación media sin cortas cabría diferenciar varias etapas, según el documento. La primera sería desde 2002 hasta 2008, en la que se registró un descenso en la variable que pasó del 25,1 por ciento del primer año al 19,9% del segundo, con una “notable mejoría en el estado fitosanitario de la vegetación en ese periodo”. La sequía de 2009 dio inicio a la segunda etapa definida por una clara tendencia creciente en la defoliación que la condujo en 2012 y 2013 a su máximo histórico del 26,2 por ciento, registro condicionado por la escasez de precipitaciones, según determina el informe.
El régimen de precipitaciones más favorable de años posteriores, en una tercera etapa, redujo “sensiblemente” la defoliación hasta el 23,7 por ciento de 2016, si bien la incidencia “cada vez más acusada” de agentes como la procesionaria, el muérdago, los efectos de la resinación y fenómenos de competencia frenaron esa mínima mejoría. El aumento en los últimos años de los daños ocasionados por la procesionaria y las recientes sequías de 2017 y 2019 elevaron de forma reciente la defoliación, con registros respectivos del 26,1 y 25,5 por ciento actual.
Por especies, la defoliación media del pino silvestre, especie con mayor representación en la red, mostró un leve incremento hasta el 23,9 por ciento, sin contar las cortas, porcentaje propio de masas con un estado fitosanitario general “relativamente bueno”. La media del pino piñonero mostró sin embargo un importante incremento que la situó en el 29,5 por ciento; la sabina, con el 28,9; el rebollo, con el 24 por ciento; y la encina, con el 26,6 por ciento, a causa de la sequía.
Decoloración
Por su parte, la decoloración media de los 118 puntos evaluados mostró un ligero descenso situándose en los 0.108 puntos sobre cuatro frente a los 0.126 puntos de 2018. De obviarse los árboles apeados la decoloración media actual sin cortas sería de 0.048 puntos, registro “muy bajo y bastante reducido” respecto a buena parte de las evaluaciones anteriores. En total fueron 158 (no llega al seis por ciento del total) los árboles decolorados, repartidos en 44 parcelas de muestreo. En 105 ocasiones eran “de carácter ligero”, cinco moderadas, otras tantas asociadas con la muerte del árbol y 43 con su corta.
La densidad de las 118 parcelas evaluadas varió entre los 70 pies por hectárea de un punto en Tordesillas (Valladolid), “fustal alto de piñonero muy abierto en producción de piñón”, y los 2.300 en un espacio de Los Barrios de Luna (León), “latizal alto de rebrote de roble albar”. En casi el 80 por ciento de las parcelas evaluadas no se superaron los mil pies por hectárea.
Causas de los daños
Algunas de las causas de los daños que sufre la masa forestal de Castilla y León están vinculadas a la acción de los animales silvestres, principalmente jabalíes y cérvidos, aunque siempre con afección “de escasa o mínima incidencia; los insectos y ácaros, más frecuentes y con una “intensidad media”, en su mayor parte ocasionados por la procesionaria del pino; hongos y bacterias, también en un nivel “medio”, con muérdago como agente patógeno destacado, principalmente en el norte de Segovia y en Urbión; y agentes abióticos, también de carácter “medio”, debido a la sequía y en menor media a heladas tardías y el granizo.
También, por supuesto, contribuye la acción directa del hombre, con una presión también moderada, o los incendios forestales, que en 2019 no afectaron a ninguno de los árboles seleccionados en estos cruces de malla.